Durante la campaña presidencial, uno de los lemas más repetidos fue el famoso “Chau chespi”, prometiendo a los ciudadanos una ofensiva clara y contundente contra la delincuencia que afecta diariamente a los barrios de Asunción y el área metropolitana. Sin embargo, la realidad no solo desmiente aquella promesa, sino que la expone crudamente: los «chespis» no desaparecieron, se multiplicaron.
Hoy, la inseguridad campea en las calles y los robos a residencias son una constante que ningún operativo logra contener. El Ministerio del Interior, bajo la conducción de Enrique Riera, ha demostrado una ineficacia alarmante para revertir esta situación. Las denuncias de los vecinos se acumulan, pero las respuestas de la Policía Nacional, cuando llegan, son tardías o directamente inexistentes, amparadas en la peligrosa «normalización» de la violencia y el delito.
Mientras tanto, las propuestas desde el Poder Legislativo rozan el absurdo: para combatir la inseguridad, a la senadora Blanca Ovelar no se le ocurrió mejor idea que modificar el huso horario del país, como si los delincuentes ajustaran sus faenas al reloj.
En este contexto, los ciudadanos se encuentran atrapados en un callejón sin salida: si deciden actuar para defenderse, corren el riesgo de ser ellos quienes terminen enfrentando procesos judiciales y largas temporadas en prisión. En contraste, los delincuentes, beneficiados por un sistema laxo, recuperan la libertad en cuestión de horas, ante la mirada indiferente del Ministerio del Interior y de toda la estructura de seguridad pública.
La gestión de Enrique Riera, lejos de encaminarse hacia la solución prometida, se ha convertido en uno de los factores que profundizan la desprotección de los paraguayos. El «Chau chespi» se quedó en slogan, mientras la calle, la casa y la vida cotidiana de los ciudadanos siguen siendo territorio liberado para el crimen.