En una entrevista concedida a la revista Time, el presidente estadounidense Donald Trump sacudió nuevamente el tablero diplomático internacional al afirmar que Crimea “seguirá siendo parte de Rusia” como condición inevitable para un acuerdo de paz entre Moscú y Kiev. Las declaraciones, que ya generan ruido en las capitales occidentales, no solo consolidan la posición histórica del presidente sobre el conflicto, sino que apuntan directamente al corazón del relato que sostiene la OTAN y el gobierno de Volodímir Zelenski.
Para Trump, el conflicto ucraniano no fue una agresión unilateral por parte de Rusia, sino una consecuencia directa de las aspiraciones de Ucrania de ingresar a la OTAN. “Creo que lo que provocó el inicio de la guerra fue cuando empezaron a hablar de entrar en la OTAN”, subrayó. Lejos de los matices diplomáticos, el republicano fue tajante: “Crimea permanecerá con Rusia. Y Zelenski lo entiende. Todo el mundo lo entiende”.
La postura de Trump no es nueva, pero cobra una renovada relevancia en un contexto en el que Estados Unidos debate su liderazgo global, el gasto en armamento y la continuidad de su implicación en conflictos lejanos. A ojos del mandatario, la pérdida de Crimea fue una realidad consumada en 2014, cuando el entonces presidente Barack Obama no actuó ante la anexión de la península por parte de Rusia. “Esto fue entregado por Obama. No fue entregado por Trump. ¿Me lo habrían quitado como se lo quitaron a Obama? No, no habría ocurrido”, sentenció.
El líder republicano también recordó un dato que muchos analistas prefieren ignorar: la población de Crimea es mayoritariamente rusoparlante y ya antes de la anexión Moscú tenía una presencia militar significativa en la región, especialmente con su flota en Sebastopol. Desde esta perspectiva, hablar hoy de “recuperar Crimea” no solo es irreal, sino contraproducente para una salida negociada al conflicto. Así lo dejó en claro en su red Truth Social, al criticar las recientes declaraciones de Zelenski como “muy perjudiciales para las negociaciones de paz”.
La respuesta desde Kiev no se hizo esperar. Zelenski declaró que “Ucrania no reconocerá” la anexión de Crimea y que “aquí no hay nada que hablar”. Pero Trump no se inmutó: “Si querían Crimea, ¿por qué no lucharon por ella hace 11 años, cuando le fue entregada a Rusia sin que se disparara un tiro?”, ironizó. Para el exmandatario, la insistencia de Kiev en mantener viva la disputa por Crimea no es más que un obstáculo retórico que dificulta una paz posible.
Con las elecciones estadounidenses en el horizonte y un electorado cada vez más cansado de las guerras ajenas, las palabras de Trump resuenan con fuerza. No solo porque reflejan un cambio de paradigma respecto a la política exterior de Washington, sino porque ofrecen un diagnóstico descarnado sobre un conflicto que muchos en Occidente prefieren prolongar antes que resolver.