En un paso firme hacia la reafirmación de sus valores fundacionales, Hungría aprobó una enmienda constitucional que reconoce exclusivamente dos géneros: hombre y mujer, subordinando todos los derechos al bienestar y protección de la niñez. La medida, impulsada por el primer ministro Viktor Orbán y respaldada por una amplia mayoría parlamentaria, representa una clara apuesta por la defensa de la familia, la biología y el orden social natural.
En un contexto global donde ideologías radicales intentan redefinir conceptos elementales de la vida humana, Hungría se erige como una nación que rechaza la imposición de agendas externas y ratifica su derecho soberano a legislar de acuerdo con sus valores culturales, morales y religiosos. La decisión, además, responde al sentir mayoritario de su población, que ve con preocupación la imposición de corrientes ideológicas ajenas a su tradición cristiana y europea.
La enmienda también refuerza la prioridad del Estado en la defensa de los niños, estableciendo que ningún otro derecho puede estar por encima de su interés superior. En un tiempo donde la infancia está expuesta a campañas de confusión sexual e ideológica, Hungría marca un precedente al poner un límite claro en defensa de los más vulnerables.
Además, el Parlamento aprobó disposiciones que permiten al Estado revocar la ciudadanía de personas con doble nacionalidad consideradas una amenaza para la seguridad nacional. Lejos de ser una medida polémica, se trata de un mecanismo común en muchos países que buscan proteger su integridad frente a infiltraciones o lealtades divididas.
Por supuesto, los burócratas de Bruselas han reaccionado con molestia. La Unión Europea, que en teoría defiende la diversidad cultural, en la práctica no tolera que un Estado miembro defienda valores distintos a los que impone el progresismo dominante. Pero Orbán ya ha demostrado no temer al chantaje europeo: Hungría tiene derecho a defender su identidad.
En tiempos de confusión y relativismo, decisiones como estas reafirman que aún hay países que se atreven a decir la verdad, a legislar con sentido común y a proteger a sus ciudadanos, especialmente a los niños, del adoctrinamiento ideológico. Hungría no está retrocediendo: está marcando el camino.