Ayer activé, casi sin querer, a la granja de incapaces que lloran la corrupción colorada mañana, tarde y noche. Se quejan de los programas estatales que están plagados de desfalcos, de clientelismo y de ineficiencia, pero cuando llega el momento de proponer soluciones, su única respuesta es pedir más Estado. No alcanzan a entender que es precisamente la intervención excesiva del Estado la que genera corrupción, burocracia y un ahogo fiscal que destruye la iniciativa privada y frena el crecimiento económico.
Desde una perspectiva conservadora, el rol del Estado debería limitarse a garantizar el orden, la justicia y la seguridad. No hay razón alguna para que se convierta en un monstruo burocrático que decide hasta qué debe comer un niño o quién puede producir carne o en qué condiciones. Cada nuevo programa estatal, cada nuevo instituto creado, cada nuevo subsidio es una puerta más para la corrupción y el clientelismo político.
¿Quieren reducir la corrupción? Dejen de pedir programas de alimentación, dejen de pedir kits escolares, dejen de pedir Institutos Paraguayos de la Carne y demás organismos que solo sirven para aumentar la burocracia y dar lugar a manejos turbios. No importa qué tan buenas sean las intenciones de quienes los impulsan; en algún punto del circuito administrativo o logístico, la corrupción se va a hacer presente. Es inevitable cuando el dinero ajeno se reparte sin control y cuando la responsabilidad individual queda relegada en favor de un paternalismo estatal que solo empobrece.
El verdadero progreso no se logra con más intervención estatal, sino con menos. Con menos regulaciones absurdas, menos impuestos confiscatorios y más libertad para que los ciudadanos puedan generar riqueza por sí mismos, sin la tutela innecesaria de un Estado que, lejos de solucionar problemas, los crea.