La guerra en Ucrania atraviesa un punto de inflexión con la retirada gradual del respaldo financiero y militar de Estados Unidos. Una retirada que se da, básicamente, por desconocer la naturaleza de Donald Trump. Él no quiere ser un “Cowboy”, el gendarme del mundo como sus antecesores, él es un hombre de negocios y si la guerra en Ucrania le resulta un mal negocio, retira sus ganancias y sale, así de sencillo. Dicho esto, es natural y esperable que Donald Trump se inclinara por una resolución negociada en lugar de seguir sosteniendo un conflicto costoso y de resultados inciertos.
Sin embargo, lejos de considerar esta nueva realidad como una oportunidad para la diplomacia, algunas naciones europeas —y el propio Zelensky— parecen empeñadas en alentar la prolongación del enfrentamiento, llevando a la región a un escenario de escalada sin precedentes.
Tanto Alemania como Francia, naciones que históricamente terminaron siendo rescatadas por los Estados Unidos, intensificaron su retórica belicista, sugiriendo que Europa debe asumir un papel más activo en la guerra. Pero esta postura plantea un dilema crucial: si Estados Unidos, la mayor potencia militar del bloque occidental, ya no sostiene el esfuerzo bélico, ¿cómo puede Europa suplir su ausencia?
Hasta la última reunión entre Zelensky y Trump, el financiamiento provenía de ambos lados del Atlántico, pero la producción y el suministro de armamento dependían en gran medida de la industria estadounidense. Sin ese respaldo, el único camino para que Europa mantenga la resistencia ucraniana sería con una participación más directa, incluso con tropas en el terreno.
Si esto finalmente se diera así, con tropas europeas en suelo ucraniano, las implicancias para Europa serían catastróficas porque terminarían convirtiendo un conflicto regional en uno global. Rusia, advirtió reiteradamente que vería una acción como esta como una amenaza a su propia existencia, lo que aumentaría las probabilidades de una respuesta militar de mayor escala. Un choque directo entre fuerzas rusas y tropas europeas llevaría la guerra a un punto de no retorno, donde la posibilidad de una confrontación nuclear ya no sería una simple hipótesis alarmista, sino una realidad latente.
Ahora, respecto de las declaraciones de los líderes europeos sobre la mesa, hay que esperar y ver, ¿Se trata de una postura genuina o es una estrategia para presionar a Washington a retomar su compromiso con Ucrania? No sería la primera vez que los europeos intentan influir en la política exterior estadounidense a través de amenazas de mayor involucramiento militar. Sin embargo, el riesgo de que esta estrategia se les salga de control es alto. A diferencia de las maniobras diplomáticas del pasado, esta vez, quien tiene el control de la Casa Blanca no piensa en los mismos términos que ellos y el adversario es Rusia, una potencia con capacidad nuclear y una doctrina militar que no descarta respuestas extremas si su seguridad se ve comprometida.
La historia demostró que los conflictos globales no estallan de un día para otro, que son el resultado de una cadena de decisiones equivocadas. Europa aún está a tiempo de no cometer el error, prolongar la guerra es una estrategia errónea y una apuesta temeraria que puede arrastrar a Europa —y al mundo— al borde de la Tercera Guerra Mundial.