Mucho se ha dicho ya sobre la aplastante victoria de Donald J. Trump, el republicano, sobre su contrincante, la demócrata Kamala Harris, en la elección presidencial estadounidenses del pasado martes 5 de noviembre. Por lo tanto, tengo pocas razones para creer que pueda decir algo original sobre la coyuntura, sin embargo, puedo referirme al fondo de los hechos: las ideas.
En un artículo que publiqué hace 4 años atrás cuando Trump perdía las elecciones decía que el “alejamiento de la actitud política conservadora es un síntoma paladino de que todo lo caro a los afectos humanos, tanto en Estados Unidos como en el mundo, está en vísperas de perderse”. Quizás fue un tanto alarmista, y, sin embargo, es imposible desconocer que, desde entonces y a causa de la política belicista e irresponsable de los demócratas en la Casa Blanca, hemos tenido las guerras de Rusia y Ucrania, e Israel contra Hamás e Irán, así como un aumento de las hostilidades entre China comunista y la República de Taiwán. Todo lo anterior sin contar los problemas migratorios que asolan Europa y que tienen a muchas naciones del viejo continente en riesgo de guerra civil.
La política monetaria maniacodepresiva de los demócratas también ha causado estragos en la economía norteamericana donde las inyecciones de liquidez deprecian sistemáticamente la unidad monetaria contra la canasta de alimentos básica de las familias norteamericanas. La frontera sur es un colador y millones de personas indocumentadas han cooptado estados fronterizos y menguado la calidad de vida de los estadounidenses, quienes ven en la política migratoria irresponsable de los demócratas la causa de la constante pauperización de sus entornos urbanos. Las políticas identitarias que privilegian a minorías sexuales y raciales desde _usando de trampolín_ las universidades y hacía las instituciones políticas a cuenta del contribuyente norteamericano han drenado los bolsillos de la clase media e inyectado conflictividad y abusos en las comunidades locales.
Kamala Harris venía a representar, no solo una continuidad sino, una exacerbación de las políticas demócratas de Joe Biden y los norteamericanos fueron claros, voto mediante, en que no desean más inseguridad mundial y guerra, inflación, migración descontrolada y políticas basadas en dogmas de género e interseccionalidad.
Hace cuatro años atrás expresé que Trump representa “un nuevo acercamiento a esa política localista, doméstica y conservadora, sí, los padres fundadores de EEUU eran profundamente conservadores”, y así lo creo. La restauración de una política aislacionista en Estados Unidos sería por parte de Donald Trump no solo un freno a los cien años de imperialismo norteamericano sino un hándicap para el globalismo que se nutre del espíritu intervencionista de la política demócrata de la Casa Blanca. Por supuesto, aislacionismo nunca significó truncar proyectos comerciales de ultramar para los padres fundadores sino sencillamente que se respete la autonomía local de cada país en cuanto a su soberanía.
Al respecto de la cruzada de Trump contra el globalismo carnívoro expresé hace cuatro años: “En una época de contubernios y conspiraciones globalistas buscar cumplir el designio de Jefferson, Franklin o Washington es un pecado mortal, una herejía política. Ese localismo ferviente de Donald Trump es para mí admirable. Cuando hoy la política doméstica se cocina en restaurantes internacionales es una virtud decir: comemos lo nuestro a nuestra manera si es que no hacerlo implica ceder autonomía”. En aquella época Trump había desfinanciado sistemáticamente a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por varios años lo cual menguó las tropelías de este ente burocrático trasnacional que atropella soberanías con agendas totalitarias, como la funesta Agenda 2030, hoy, Pacto 2045. Esperamos que nuevamente Trump retire financiamiento de la ONU como una estrategia para debilitar al globalismo en un tablero de ajedrez mundial donde estos entes supranacionales fantasmales juegan con mucha holgura. La ecuación es sencilla: o el dinero de EEUU se queda en EEUU y refuerza su poder político local o es consumido por parásitos no electos de la ONU financiando la cruzada globalista. Es un juego de suma cero, ¿quién es el hegemón, EEUU o la ONU?
Trump ha prometido enfrentar el dogma de género y sus cultores que están mutilando y destruyendo niños y adolescentes en todo Estados Unidos debido a las denominadas terapias de afirmación de género, a la proliferación de bloqueadores hormonales y a las atroces cirugías que destruyen los cuerpos y la identidad de miles de inocentes. El triste testimonio del megamillonario, dueño de Tesla, Elon Musk quien ha confesado como el wokismo y el transgenerismo han destruido a su hijo, quien atravesó una pretendida transición de género, demuestra que esta plaga ideológica no discrimina clases sociales, perjudicando inclusive a personas bien educadas y con recursos.
El desorden migratorio producido por una política demócrata irresponsable y desestabilizadora ha sido uno de los señalamientos más importantes de Donald Trump, quien ha apelado a los sentimientos morales del patriotismo de los norteamericanos para recordarles que están sufriendo una indiscriminada invasión bajo las falsas banderas del buenismo y del sueño americano mal entendido. El compromiso con las comunidades locales se realiza en base a un sometimiento a la ley, por lo tanto, es un abuso para con los locales extender dádivas a inmigrantes ilegales privilegiando su situación irregular a expensas de los ciudadanos norteamericanos que pagan sus impuestos como una forma de compromiso con el lugar, con su patria. A estos sentimientos ha apelado Trump cuando dice que criminales los están invadiendo, lo cual es cierto, pues ¿qué otro adjetivo utilizar a una persona que ingresa a un país violando sus leyes de ingreso? No le denominás amigo a quien entra a tu casa sin tu permiso sino invasor. El pueblo norteamericano estaba cansado de eufemismos que enmascaraban con títulos condescendientes el crimen y el delito, que el bravucón Trump ha sabido señalar con dedo de escarnio.
Un eje político de Nueva Derecha se articula con estas victorias electorales tremebundas de Donald Trump en Estados Unidos, de Javier Milei en Argentina y de Nayib Bukele en El Salvador. Valores como la defensa de la libertad, la propiedad, la familia tradicional y la soberanía nacional son ideas fuerza que unen a estos políticos, que, aunque no son iguales comparten preocupaciones fundamentales en un mundo envenenado por una forma de socialismo internacional denominado globalismo, encarnado en instituciones como la ONU. Es quizás probable que este eje vertical en América (EEUU, El Salvador y Argentina) puede fortalecer el eje horizontal de Nueva Derecha de Europa (VOX en España, Viktor Orban en Hungría, Meloni en Italia).
“La política es peor que la muerte, porque en política se muere más de una vez” decía Winston Churchill, y esto nos recuerda que no hay que dar a nadie por muerto en la política. El extraordinario caso del presidente Donald Trump nos recuerda que jamás debemos dar por muerta a la izquierda, pero también nos consuela y ofrece perspectiva persuadiéndonos de que nunca debemos darnos por vencidos, conservadores, libertarios y patriotas, porque mientras que haya vida, habrá esperanza, siempre y cuando estemos dispuestos a pagar el precio por la victoria: luchar, luchar y luchar.