Hoy en día la desinformación y la manipulación son ampliamente aceptadas porque, paradójicamente, aquellos que deberían ser sus principales enemigos, los periodistas, actúan como agentes extranjeros y reciben dinero corrupto a través de lo que se conoce como «sociedad civil».
Muchas ONG, disimuladas bajo falsas banderas como la de los derechos humanos, la del medio ambiente o la del progreso, no son más que herramientas de intervención en los asuntos internos de nuestro país. Y los periodistas que se pliegan a sus dictados, aquellos que transforman la verdad en una mercancía, son responsables directos del mal que acecha a nuestras sociedades al torcer la realidad para beneficiar a quienes los financian.
Con acciones que atentan contra la ética profesional y contra su propia nación, un periodista que deja de servir a la verdad para servir a los intereses de quienes llenan sus bolsillos, se convierte en un cómplice de la decadencia. Muchos periodistas abandonaron el rol de guardianes del interés común y se transformaron en mercenarios de la desinformación, evitando que la ciudadanía acceda a una información veraz, volviéndola incapaz de ejercer su libertad con responsabilidad.
Es tiempo de reconocer la realidad y enfrentarla. La ciudadanía no puede permitir que el periodismo se convierta en un campo de batalla donde las ideas extranjeras, pagadas con dólares sucios, prevalezcan sobre la verdad. El tiempo de desenmascarar a quienes pretenden hipotecar el futuro de su país por unas cuantas monedas, vendiendo su pluma y su voz al mejor postor. Son, en el sentido más vil de la palabra, prostitutas de la información.