El bautismo, uno de los sacramentos más importantes de la Iglesia Católica, debería ser un acto solemne y lleno de amor, donde la fe y la comunidad se entrelazan para dar la bienvenida a un nuevo miembro. Sin embargo, en la Parroquia Santa María de la Merced de la ciudad de Lambaré, dependiente de la Arquidiócesis de la Santísima Asunción, para una familia, esta experiencia se convirtió en una amarga lección sobre cómo algunos miembros del clero, lejos de encarnar la enseñanza cristiana, actúan como verdaderos enemigos de la Iglesia.
El día del bautismo, la familia se acercó con ilusión al templo, buscando un momento especial que quedaría grabado en sus corazones. Sin embargo, la persona encargada de administrar el sacramento lo redujo a un simple trámite administrativo. La ceremonia se realizó con evidente desinterés, sin dedicación y a las apuradas, como si se tratara de una carga más en la agenda del día. No hubo palabras emotivas, ni un mensaje de esperanza o de amor; solo una fría repetición de los rituales que apenas parecían importar.
Desde el momento de la llegada, la familia sintió el maltrato del párroco. Con un tono autoritario y sin la más mínima muestra de empatía, los apresuró a colocarse en sus posiciones, ignorando por completo la sensibilidad del momento. La ceremonia se ejecutó de forma mecánica, carente de toda solemnidad. No hubo música, ni sonrisas, ni un sentido de comunidad. La iglesia, que debería haber sido un lugar de paz y alegría, se tornó en un escenario de incomodidad, tristeza y lágrimas.
Este tipo de conductas generan una profunda decepción entre los fieles, erosionando la fe y el respeto hacia una institución que, en su esencia, debería ser un refugio de amor y comprensión. La familia salió del templo sintiéndose humillada y herida, víctimas de una actitud que contrasta radicalmente con los valores que la Iglesia predica.
Al actuar con frialdad y desdén, estos sacerdotes se convierten en los verdaderos enemigos de la Iglesia. Son ellos quienes, con su falta de amor y humanidad, alejan a las personas de una fe que, en esencia, debería acercarlas a Dios.