Los estudios de psicología positiva han abordado el esquivo tema de la felicidad elaborando un constructo denominado principio de la privación relativa. Es decir, nuestra felicidad está relacionada, no solo con nuestras experiencias pasadas, sino con los logros de los demás, según la profesora Sonja Lyubomirsky, Doctora en Psicología de la personalidad por la Universidad de Stanford.“Al compararnos con los que están en una situación mejor sentimos envidia, cuando nos comparamos con los menos afortunados nos sentimos contentos”, agrega el sabio de 81 años, el profesor de Psicología David G. Myers, Doctor por la Universidad de Iowa. Naturalmente, cada uno de nosotros tiene el deber moral de seguir los consejos de sus padres y no alimentar esos malos sentimientos pues son objetivamente insanos y socialmente improductivos.
Aquí es donde quiero detenerme y realizar una anatomía preliminar de la envidia, alejándome de la sociología de la envidia, que fogonea el marxismo, por ejemplo; para acercarme a una psicología de la envidia. Para ello me valdré de la sabiduría acumulada de personas que, no solo conocieron la envidia en carne propia, sino que reflexionaron sobre ella como fenómeno moral, psicológico y social. He aquí una genealogía de las ideas de la psicología de la envidia.
Dante Alighieri (1265-1321)
Dante Alighieri, en su extraordinaria Divina Comedia, no tiene lugar para los envidiosos en el Infierno, sino en sus márgenes: el lugar para los envidiosos es el purgatorio. “Aquí aguanta su carga/ el que pecó de envidia, más apela/ caridad al azote que lo amarga/ pues la envidia, caridad flagela”, le explica Ovidio al poeta italiano. Los huéspedes de esta zona del purgatorio son como “sombras que tenían mantos al color de la piedra semejantes”, es decir, son sombras grises, opacas, debido al sentimiento que les corroe. Además, estas tristes almas, poseen los párpados perforados y cosidos con alambre. Parece que la psicología no descubrió que la envidia nace del mirar la condición ajena: “Y perfora sus párpados alambre/ y se los cose, como a halcón salvaje/ que defiende de su vida el estambre”. Los envidiosos tienen muy buena vista, como los halcones. Por eso Dante concluye que el castigo es razonable pues “el sol no alumbra a gente ciega” no sea que envidien al sol por verlo.
Dante, finalmente describe la anatomía emocional de la envidia como si la sangre del envidioso hirviera al ver a otros felices. En el canto XIV, Guido del Duca, noble florentino, que confiesa:
“Fue mi sangre tan quemada de envidia/ que si me vieras mirar alegre gente/ mi cara ibas a ver ponerse lívida / y el fruto cojo aquí de mi simiente/ ¿por qué en un goce que a todos nos separa / pone el triste mortal su enferma mente?«
Francis Bacon (1561-1626)
En sus “Ensayos sobre moral y política”, el precursor de la ciencia moderna, el polímata Francis Bacon elabora profundamente sobre la envidia diciendo que “la escritura llama a la envidia mal de ojo” y que “es cosa sabida que la envidia, al producir sus perniciosos efectos, obra por los ojos”. Agrega que “los golpes más funestos para un envidioso son los que recibe cuando la persona envidiada triunfa”.
Bacon explica que “la envidia nace de la comparación entre el sujeto envidioso y el envidiado, y, por consiguiente, donde no puede existir comparación no puede haber envidia”. De ahí tiene sentido que en el purgatorio de Dante los desgraciados en la envidia tengan los ojos cosidos con alambres, y no es extraño que Jesucristo haya alertado a los envidiosos “si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”.
Bacon explica conforme al adagio latino invidia festos diez non agit, que “la envidia es incansable y no tiene vacaciones”, al tiempo que la describe como la más vil y baja de todas las pasiones. Hay que alejarse de los envidiosos pues son peligrosos debido a que la envidia es:
“el atributo propio y especial del demonio, ya que el hombre envidioso durante la noche siembra cizaña entre el trigo; porque la envidia no trabaja nada más que en las tinieblas, y se afana ocultamente de deteriorar y corroer las mejores cosas, como ocurre en ese ejemplo del trigo”.
José Ingenieros (1877-1925)
Si existe un escritor, filósofo y psicólogo extraordinario que haya analizado “la pasión de los mediocres” denominada envidia, es el argentino José Ingenieros. Ingenieros era un gran creyente en el progreso moral de las personas y los pueblos y veía en la envidia una barrera para el mismo. “La envida es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena”, explica en su clásico “El hombre mediocre”, que ha llegado a ser lectura de carácter universal.
Ingenieros elabora: es mentira que la envidia nazca de la inferioridad objetiva de los hombres, siempre habrá gente superior o inferior a cada uno. Explica que es más bien una expresión humana exclusivamente subjetiva, pues…
“No basta ser inferior para envidiar, pues todo hombre lo es de alguien en algún sentido; es necesario sufrir el bien ajeno, de la dicha ajena, de cualquier culminación ajena. En ese sufrimiento está el núcleo moral de la envidia: muerde el corazón como un ácido, lo carcome como una polilla, lo corroe como la herrumbre al metal”.
Posteriormente, Ingenieros pasa a explicar, haciéndose eco en Dante, que “la envidia es una defensa de las sombras contra los hombres” y a detallar las diferencias entre el odio y la envidia, entendiendo la superioridad del primero frente a esta última:
“Solo se odia lo que se cree malo o nocivo; en cambio, toda prosperidad excita la envidia, como cualquier resplandor irrita los ojos enfermos. Se puede odiar a las cosas y a los animales; solo se puede envidiar a los hombres. El odio podría ser justo, motivado; la envidia es siempre injusta, pues la prosperidad no daña a nadie”.
Su análisis sobre las diferencias del odio y la envidia tienen un alto contenido psicológico, y nos ayuda a seguir estableciendo parámetros para entender los móviles humanos:
“El odio es rectilíneo y no teme a la verdad; la envidia es torcida y trabaja en la mentira. Envidiando se sufre más que odiando: como esos tormentos enfermizos que tórnanse terroríficos de noche, amplificados por el horror de las tinieblas”.
“El odio puede hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces, cuando quiere borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envida es de corazones pequeños”.
El filósofo argentino explica que las personas que sucumben ante las sarna de la envidia han perdido sus ideales, pues “un ideal preserva de la envidia”. En ese sentido, por lo tanto, “el envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, digna de compasión o de desprecio”.
Una fábula para entender la envidia
José Ingenieros explica que “toda la psicología de la envidia puede resumirse en una fábula, digna de incluirse en los libros de lectura infantil”. A continuación, transcribo la misma para los que sientan aún disonancia cognitiva:
“Un ventrudo sapo graznaba en su pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, solo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué brillas?