En los últimos años, la frecuencia y la intensidad de los ejercicios militares ordenados por el Partido Comunista Chino alrededor de la República de China (Taiwán) han aumentado significativamente, elevando innecesariamente la tensión en la región del Indo-Pacífico a niveles preocupantes. Estas maniobras, que incluyen incursiones aéreas, ejercicios navales y simulacros de asaltos anfibios a la isla, pretenden ser vistas como una demostración de fuerza por parte de China y, a su vez, una advertencia a Taiwán y sus aliados, especialmente a Estados Unidos.
Las maniobras militares chinas no solo amenazan la estabilidad de Taiwán, sino que también ponen en alerta al resto de los países vecinos como Japón, Corea del Sur y el resto de los estados miembros de la ASEAN, que observan con preocupación el incremento de actividades militares en sus cercanías. Estos países temen no solo un conflicto a gran escala que desestabilice toda la región, sino también las repercusiones de las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, donde varias naciones de la ASEAN tienen conflictos no resueltos con Beijing.
Estados Unidos, en respuesta a las provocaciones chinas, ha incrementado su presencia militar en el Indo-Pacífico, aunque aún de manera insuficiente. Además, Washington mantiene una política estratégica ambigua, lo que añade incertidumbre a la situación.
La Inacción de la ONU
En este contexto de tensión creciente, la postura de la ONU, órgano que debería velar por la paz, resulta especialmente crítica. Basada en la Resolución 2758 de 1971, que reconoce al gobierno de la República Popular China como el único representante de China ante las Naciones Unidas, esta organización ha evitado involucrarse directamente en la disputa entre China y Taiwán, utilizando la resolución como justificación para considerar la cuestión como un tema resuelto. Esta actitud ha sido comparada con la de un avestruz, escondiendo la cabeza en la arena y actuando como cómplice de las acciones de China.
Lo cierto es que, lejos de considerarse un tema resuelto, la postura de las Naciones Unidas contribuye a perpetuar la tensión en la región. La República de China (Taiwán), excluida de la ONU y de la mayoría de sus organismos especializados, se encuentra en una posición diplomática vulnerable, sin la capacidad de actuar plenamente en el ámbito internacional.
En respuesta a los esfuerzos de lobby de Estados Unidos para repudiar el uso y las interpretaciones de la Resolución 2758, China ha reforzado su postura y su interpretación de dicha resolución en sus países aliados. Beijing ha incluido estas interpretaciones en las declaraciones conjuntas con sus aliados, forzándolos a expresar su apoyo en contra de la victoria electoral y la toma de posesión del Presidente Lai en Taiwán.
Algunos analistas (y países) sostienen que la ONU debería desempeñar un papel más activo en promover el diálogo y la paz, en lugar de remitirse exclusivamente a una resolución que no aborda los riesgos de seguridad actuales que representan las acciones chinas para Taiwán y para la totalidad de la región del Indo-Pacífico. La situación en el Indo-Pacífico requiere una reevaluación de las políticas internacionales respecto a Taiwán y su estatus en la comunidad global. El futuro de la región, y posiblemente del comercio y la economía global, dependen de ello.