Recientemente, estuve pensando en la crisis que experimenta la llamada oposición política paraguaya, y recordé un breve cuento llamado “La ciudad santa”, del pintor, poeta y novelista libanés KHALIL GIBRÁN. Comparto con usted el breve cuento y posteriormente realizo una breve reflexión.
Me contaban, cuando yo era un niño, de una ciudad cuyos habitantes vivían santamente y cumplían los mandatos de las Escrituras. Me resolví ir hacia aquella ciudad en busca de la divina bendición.
Muy lejos estaba aquella ciudad, y tuve que hacer toda clase de preparativos. Después de cuatro días de marcha forzada, surgió ante mis ojos la misma. Al día siguiente entré en ella y con gran sorpresa mía encontré que todos los habitantes de la ciudad santa eran tuertos y mancos.
Y en medio de mi sorpresa me pregunté: “¿Es un deber de toda persona que habita esta ciudad santa ser tuerto y manco?”
Luego observé que la gente me miraba con extrañeza mayor que la mía. Miraban constantemente mis dos ojos y mis dos brazos, hablando entre ellos en cuchicheo.
—¿Es esta ciudad donde vive cada hombre según los mandatos de las Escrituras?
—Sí —me contestaron—, es esta la ciudad.
—¿Y qué les pasó? ¿Dónde están vuestros ojos y vuestros brazos derechos?
La gente que me escuchaba se compadeció de mí, tuvo conmiseración de mi ignorancia, y luego me dijeron:
—Ven y mira.
Y uno de sus venerables jefes me condujo al templo levantado en medio de la ciudad y me invitó a entrar. Cuando estuve en aquel recinto divisé un montón de ojos y brazos resecos.
—¡Por vuestro Dios! —exclamé dominado por una indescriptible impresión—, ¿qué conquistador sanguinario os hizo pasar por tan tremendo castigo, cortándoles así vuestros brazos y arrancándoles así vuestros ojos?
Tanta ignorancia en mí les hizo murmurar con amargura y adelantándose uno de sus ancianos me dijo:
—Somos nosotros, hijo mío, quienes hemos aplicado este castigo en nuestros cuerpos, porque Dios nos suministró la deseada fuerza para extirpar el germen del mal que estaba arraigado en nosotros.
No bien hubo terminado me condujo a un altar, mientras todo el pueblo me seguía; y allí me señaló con un dedo un versículo esculpido en el altar, pidiéndome que lo leyera. Y leí:
“Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de pecar, sácalo y arrójalo de ti, que mejor es que se pierda uno de tus miembros que no todo el cuerpo sea echado en el infierno. Y si tu mano derecha te fuere ocasión de pecar, córtala y arrójala de ti, que mejor es que se pierda uno de tus miembros que no todo el cuerpo sea echado en el infierno.”
Y entonces comprendí el intrincado misterio y les pregunté desesperado:
—¿No hay entre vosotros ningún hombre, ninguna mujer con sus dos ojos y sus dos manos?
No —respondieron todos—. Sólo los niños que aún no alcanzaron la edad para leer las Escrituras y cumplir con sus mandatos.
Cuando salí del templo me apresuré a abandonar aquella ciudad, porque yo tenía la edad y podía leer las Escrituras.
Reflexión
El puritanismo político o el integrismo en cuestiones de política es la expresión más evidente de la anti-política. El político puritano es incapaz de consensuar un programa con sus colegas afines debido a que estos nunca estarán a la altura de su pureza. Cada integrante de la desconcertada oposición política paraguaya, desde el advenedizo diputado Raúl Benítez, pasando por la desopilante ex senadora Kattya González, hasta la feminista Johana Ortega o el monje negro Payo Cubas, todos y cada uno de ellos, adolece de puritanismo político: se cree puro y considera que nadie está a la altura de su pureza política.
Son tan incapaces de ver lo bueno en el otro, sea opositor, colorado o colorado oficialista, que les es imposible acordar una agenda que articule y componga a la visiblemente descompuesta oposición. El caso se agrava porque su electa incapacidad para ver lo bueno en los demás les lleva a rechazar ipso facto cualquier logro del partido de gobierno, y del gobierno en sí. Antes que echar de ver lo bueno en la gestión del gobierno colorado, son capaces de quitarse un ojo; antes que señalar las virtudes del partido de gobierno son capaces de cortarse una mano.
Es así que la oposición anda tuerta y mutilada en su quehacer político, incapaz de ver su entorno, e incluso, incapaz de verse a sí misma, con sus defectos y virtudes; incapaz de actuar porque deliberadamente han amputado sus manos para nunca consumar un apretón con los otros. La oposición paraguaya es incapaz de hacer meaculpa de su mezquindad porque se ha asegurado de sujetar la buena opinión que tiene de sí misma a una actitud farisea, mojigata y puritana.
La oposición política paraguaya está ciega y está manca, y usted recordará que dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Sin embargo, sí, hay un ciego peor que el ciego que no quiere ver: el que además tampoco quiere escuchar.