Tal si fuera una película de Hollywood (véase «Tenet» de Christopher Nolan, año 2020), el 22 de marzo de 2024, unos terroristas se metieron en un anfiteatro de Moscú, y se pusieron a acribillar a los asistentes a un concierto de rocanrol; al momento de escribirse este artículo, por causa de este ataque, se confirmaron 139 muertos y similar número de heridos.
Jornada tétrica que, de suceder en otra capital del mundo, habría despertado todo tipo de gestos de solidaridad, los edificios y monumentos encenderían luces con los colores de Rusia, y la prensa internacional estaría muchísimo más involucrada con sus gestos, fingidos o no, de conmiseración con el cruel e injustificado padecimiento que sufrieron los jóvenes moscovitas ante el miserable y cobarde acto de esos asesinos terroristas.
Pero pasó en la Federación de Rusia, gobernada por Vladimir Putin, jefe de Estado que fue reelecto por abrumadora mayoría hace días atrás. Entonces, la inocultable noticia se presentó con lejanía y frialdad; se habló del tema, pero a la vez, no se cargó con lacrimógenas secuencias periodísticas para despertar reacciones emocionales en la masa. Es que los muertos, según la narrativa predominante del mundo occidental, eran del país del «malvado dictador» Putin, y los «putinguayos» no tienen la misma entidad que franceses, ingleses, estadounidenses, etcétera. Solamente el Vaticano, en un mensaje del papa Francisco, emitió un claro y contundente mensaje de repudio contra la masacre que ocurrió en Moscú, de solidaridad con el pueblo ruso, y al mismo tiempo aprovechó la ocasión para volver a hacer un llamamiento a la paz mundial.
Más allá de la hipocresía de occidente, hay cosas que llaman la atención en todo el contexto en que sucedió este ataque terrorista.
En primer lugar, como dato de color para los que gustan de unir los puntos, ya mencionamos a la película «Tenet», en la que se filmó un ataque terrorista en un anfiteatro de Tallín, capital de Estonia (no como se afirmó en las redes sociales, que se hizo en el teatro Crocus de Moscú, donde sucedió la horrible masacre del 22 de marzo de 2024). El dato no es menor, porque independientemente de la verdadera ubicación de la filmación hollywoodense, la película de Christopher Nolan trata sobre espías de la CIA estadounidense que montan un evento terrorista en un teatro de Kiev. Recordemos que Hollywood, agencia de propaganda del Imperio Yanqui, en no pocas ocasiones fue «adelantando» potenciales eventos que están planeando las agencias militares o de inteligencia anglosajonas. De hecho que, en no pocas ocasiones, actores, productores y especialistas del mundo cinematográfico también trabajaron como espías angloamericanos (véase la película «Argo» del 2012, para más información).
Súmese a todo ello que el MI6 británico y la misma CIA estuvieron advirtiendo, en sus páginas de internet, que un evento terrorista en Moscú era «inminente». Pues allí, ante nuestras narices, a la «línea de puntos» que debemos seguir para comprender cómo pudo orquestarse el ataque terrorista que enlutó a la capital de la Federación de Rusia.
Pero el dato principal de toda la cuestión es que el presidente de Francia, Emmanuel Macrón, anunció hace varias semanas que aumentaría su ayuda militar a Ucrania, y de hecho que el 20 de marzo de 2024, la «Legión Extranjera» de la República Francesa llegó, con algunos batallones, a la región de Odessa, ciudad históricamente rusa pero que actualmente está bajo dominio ucraniano. Se habla de aproximadamente 2.000 soldados franceses que patrullan la zona y que, según informaciones provenientes de la misma París, tienen el rol de apoyar el esfuerzo bélico de Ucrania y de servir como disuasión a los intentos rusos de lanzar una operación de reconquista en Odessa.
No es una sorpresa que los países occidentales, específicamente EEUU y sus adláteres Inglaterra y Francia, se encuentren interviniendo sin camuflaje alguno en el conflicto ruso-ucraniano, pues desde el 24 de febrero de 2022, cuando se inició la «Operación Militar Especial» del Kremlin contra el Gobierno de Kiev, los países miembros de la taimada OTAN enviaron innumerables cantidades de armamento, provisiones, financiación e incluso tropas para apoyar la valerosa pero nimia resistencia ucraniana. Es decir que la «alianza atlantista» hace tiempo que está participando del conflicto y no precisamente con disimulos ni triquiñuelas.
Todos estos factores indican que, probablemente, la guerra está pronta a escalar a proporciones mayores de las que hemos visto hasta el momento. De hecho que el Secretario de Prensa del Gobierno de Rusia, Dimitri Peskov, hace unos pocos días afirmó en una entrevista, dentro de un ámbito informal pero que no deja de tener su peso, que «de iure, era una operación militar especial pero que de facto, se transformó en una guerra» contra Ucrania y sus aliados.
Recordemos que la «Operación Militar Especial» del Ejército Rojo sobre Ucrania inició el 24 de febrero del 2022; la misma podría considerarse como una nueva y superior fase del conflicto que el Gobierno de Moscú mantiene con sus pares de Kiev desde el año 2014, que se desató con la serie de acontecimientos que se conocen como «Euromaidan» (noviembre de 2013), que a su vez, motivaron la anexión de Crimea por parte de la Federación de Rusia (marzo de 2014) y los subsiguientes enfrentamientos fronterizos de ambos países que duraron varios años y desembocaron en la actual «guerra no declarada».
Es también importante rememorar que en los años 1853 – 1856, el Imperio Ruso, en un teatro de operaciones muy similar, desencadenó una cruzada con la intención de dominar el Bósforo y conquistar Constantinopla, entonces bajo control del Imperio Otomano; todo esto originó la famosa «Guerra de Crimea» y en ella, sin recibir invitación alguna, se entrometió el Emperador Napoleón III de Francia, alegando que lo hacía «en defensa de los intereses europeos y de la libertad de comercio en la región». Para «no ser menos», Inglaterra se unió a las bravatas francesas (y realizando, en el plano militar, un papel muy cuestionado por el mal rendimiento de sus soldados) y el Reino de Cerdeña, que entonces estaba luchando por la unificación de Italia en contra de los Estados Papales, aprovechó la situación para ganarse poderosos aliados (Francia, Inglaterra y Turquía) y también envió enormes cantidades de tropas y material contra los avances rusos.
Sin embargo, fueron Francia y Turquía las que cargaron con el gran peso de esta guerra. Rusia fue derrotada a la postre, aunque propinó varias palizas a los ingleses; se recuerda en especial a la «Batalla de Balaclava», en donde la «Caballería Ligera» británica fue diezmada por los rusos en una escabechina que quedó inmortalizada por épicos poemas.
La prensa internacional, volviendo al atentado que ocurrió en el teatro Crocus de Moscú, prontamente afirmó que los causantes de dicha masacre pertenecían al grupo denominado ISIS (Estado Islámico, Daesh). Lo que se sabe a ciencia cierta, hoy, es que varios de los terroristas fueron capturados, supuestamente provenían de Tayikistán y poseían pasaportes ucranianos.
Es curioso, sin embargo, que los medios periodísticos afines a la OTAN rápidamente hayan «rescatado del olvido» a los muchachos de ISIS, que hacía tiempo no cometían actos de esta naturaleza. Todavía más peculiar es el hecho de que supuestamente, estas células de ISIS habrían llegado desde Tayikistán. ¿Es esto un relato creíble?
No nos sentimos en condiciones de afirmar ni de negar esas versiones. Lo que sí parece claro, es que la «alianza atlantista» está enviando señales de que desean reactivar sus frentes de conflicto, y no debe extrañarnos que más pronto que tarde, el «Medio Oriente» vuelva a convertirse en una excusa para que los occidentales emprendan sus escaladas bélicas. De hecho, que, en la Tierra Santa, Israel continúa sus ataques sobre Palestina y hace semanas se habla de que es inminente el ingreso de Líbano y Jordania a los enfrentamientos (aunque ya están dando velado apoyo a los palestinos).
¿Buscará Emmanuel Macrón replicar al rol de Napoleón III ante Rusia? ¿Se convertirá Francia en el mascarón de proa de la «alianza atlantista» y sus agencias de espionaje, prensa y propaganda dirigidas desde Washington D.C.? ¿Están vinculados los centros de inteligencia anglosajones con el ataque terrorista acaecido en Moscú? ¿Está Vladimir Putin dispuesto a jugarse «el todo por el todo» ante estas clarísimas señales que sus enemigos le están enviando? ¿Cuál será el rol de China en estas ecuaciones geopolíticas?
El tiempo nos responderá esas preguntas, pero podemos adelantar que el mundo, lejos de ser un «oasis de paz», está cada vez más acicateado por los enfrentamientos bélicos, los ataques terroristas con oscuros orígenes, las guerras declaradas y las no declaradas. Sin lugar a dudas, lo que podemos esperar es que los conflictos irán recrudeciendo, que potenciales frentes de tensión se reabrirán, y que los países hispanoamericanos deberán jugar con mucha inteligencia sus cartas diplomáticas y políticas. Finalmente, recordemos que «ningún imperio es tan poderoso como aparenta, ni tan débil como se cree», parafraseando al famoso estadista alemán Otto von Bismarck. Esto se aplica hoy, más que nunca, pues nos encontramos en una época en la que los países que parecían «invencibles» hace unas décadas atrás, están siendo desplazados por otras naciones, más silenciosas y lejanas a nosotros, a las que se creía derrotadas y humilladas, pero que reaparecieron y están pisando más fuerte que nunca.