¿Pudo alguna persona cumplir al obedecer perfectamente la Ley dada por Dios a Moisés para alcanzar la salvación y así ser justificada -por haberla cumplido- para no ser condenada a la perdición eterna?
Las Escrituras dan cuenta del carácter de la Ley: “La Ley de Yahvé es perfecta, convierte el alma…” (Sal. 19.7a). Israel, desde que fue dada la Ley con sus mandamientos, preceptos, y rituales, constantemente falló en cumplirla fielmente, tanto como nación como a nivel individual. Y Dios dio mucho tiempo para que la cumplan. En este caso, la salvación vendría por obras, por cumplir y hacer lo demandado en la Ley conforme está escrito:
Esta Ley también estaba condicionada por Dios a que el cumplimiento de la misma daría prosperidad terrenal y poder a Israel, y que su observancia sí o sí haría que Dios cumpla dichas promesas, pues Él mismo se había obligado a ello. La obediencia a la Ley tenía recompensas en preciosas bendiciones terrenales, pero, su desobediencia, tendría repercusiones negativas. Tanto los frutos de la obediencia como de la desobediencia, se encuentran detalladamente listadas en el capítulo 28 del Libro de Deuteronomio.
Israel pudo experimentar en su historia como nación tanto las bendiciones de la obediencia, como las consecuencias de la desobediencia. Ninguna de las cosas listadas en ese capítulo ha quedado sin cumplimiento. Habían llegado a ser una potencia mundial y el reino más rico de la tierra durante el reinado del rey Salomón, pero luego se dividieron en dos reinos, cayendo el reino del Norte -llamado Israel- en gran apostasía. También ocurre lo mismo más adelante con el reino del Sur, Judá. Cuando esto ocurría -que dejaban al Dios Yahvé de lado y se volvían a otros dioses- caían en manos de sus enemigos, y en esa situación Dios enviaba a sus profetas a exhortar al pueblo a que se vuelva a Él, y así serían restaurados. Pero la misma Escritura reza:
El reino del Norte termina siendo arrasado por los Asirios y dominado por ellos. El reino del Sur -Judá- por un tiempo se mantuvo fiel a Dios, pero luego cae también en terrible apostasía, siendo invadido y llevado 70 años cautivo a Babilonia por el rey Nabucodonosor, no sin antes arrasar a Jerusalém, saquear, y destruir el Templo. Ya luego, a su regreso, nunca más recuperó su independencia, pues siempre estaba sometido a otras naciones. Aún los reyes que tuvieron eran elegidos o quitados por sus conquistadores y no por el pueblo. Tanto la dinastía sacerdotal como la real, fueron suplantadas por otras personas, rompiéndose así lo ordenado por Moisés y los Profetas de parte de Dios. Los Sumos Sacerdotes debían ser descendientes de Aaron, más fueron suplantados por otros, asimismo el rey de Israel, que debía ser descendiente de David, fue suplantado por otro puesto por los romanos. Pero todo esto sucedió en siglos, habiendo Dios exhortado al pueblo vez tras vez por medio de los profetas.
Para definir este “carácter” de los hebreos, citemos las palabras de Dios dadas al profeta Ezequiel:
Nadie pudo cumplir la Ley, y el tiempo otorgado para ello a todo Israel se agotó. Dios termina este periodo con Israel enviando un último profeta: Malaquías; luego guarda silencio por espacio de 430 años. Ningún profeta ni mensajero es enviado a los hebreos de parte de Dios en ese tiempo. El fracaso de cumplir con la Ley fue total -la segunda oportunidad dada por Dios a los hombres por medio de una nación santa (separada)- cumpliéndose así lo escrito por el David:
Pero, notablemente, Malaquías menciona un hecho curioso al profetizar lo siguiente:
Este “mensajero”, ya fue anunciado por Isaías 350 años antes que Malaquías en una esperanzadora profecía:
Exactamente 430 años después de que Dios haya enviado al profeta Malaquías, y haya guardado silencio desde ese entonces, aparece en el desierto de Judea un hombre enviado por Dios: Juan ben Zacarías, también conocido como JUAN EL BAUTISTA, la VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO.
Y de él hablaremos en nuestra próxima entrega, si Dios lo permite.
Que Dios nos guarde y bendiga a todos.