El Día de la Expiación: Yom Kippur
Habíamos expuesto anteriormente que Dios había dado al hombre, luego de haber pecado y ser expulsado del Edén y ahora ya teniendo -Adán y Eva- conocimiento del bien y del mal, la libertad de elegir su propio destino sin intervención divina y sin ningún plan a ser llevado a cabo. Pero el hombre fracasó pues solo una cosa había en su corazón, y esto era el hacer continuamente el mal. De ahí que vino el diluvio universal y Dios erradicó al hombre de sobre la faz de la tierra, con excepción de Noé y su familia, a cuya descendencia Dios daría una segunda oportunidad la cual se inicia primeramente con la elección de Abraham como originario y padre de toda una nueva nación -Israel-, y de quien descendería Moisés, el cual recibiría instrucciones directas de Dios de cómo se llevaría a cabo esta segunda oportunidad para que el hombre pueda redimirse y salvarse a sí mismo.
Retomando el final de nuestra entrega anterior -la N° 7-, después de haberse realizado La Pascua, Faraón deja libre a los israelitas, los cuales, conducidos por Moisés, se dirigen hacia Canaán yendo por la Península del Sinaí, hoy parte de Egipto. Y así llegan hasta el Monte Sinaí, en donde Dios da a Moisés lo que se conoce como “La Ley”, empezando con los Diez Mandamientos, piedra fundamental para la convivencia del hombre, tanto en su relación con Dios, como con sus semejantes. Esa Ley es tan perfecta y abarcante, que fue y sigue siendo la base de las constituciones democráticas, mayormente la originadas en Occidente.
Luego Yahvé da a Moisés las demás leyes, entre las que se encuentran leyes religiosas, ritualistas, de sacrificios, sanitarias, judiciales, impositivas, de propiedad privada, de relaciones familiares y sociales, etc.
Ahora bien, la parte central y más importante, y digamos hasta esencial y vital de la “La Ley”, era la de las Festividades o Celebraciones, las cuales debían celebrarse en el tiempo señalado a cada una y una vez al año, todos los años. Entre estas fiestas tenían relevancia -por así decir- dos de ellas: La Pascua y la que se conocía como “El Día de la Expiación”, celebrada aún hoy en Israel y denominada Yom Kippur. En la primera se debía ofrecer un cordero, rememorando la Pascua de la salida de Egipto, pero en la segunda, el sacrificio tenía una variación extremadamente importante.
¿Cuál era el propósito de este sacrificio y por qué se realizaba este “Día de la Expiación”? La finalidad de dicho sacrificio era “expiar” los pecados de todo el pueblo de Israel. Si bien la palabra expiar en español tiene una connotación de borrar, este sacrificio tenía el propósito de “pasar por alto” los pecados, y no precisamente perdonarlos ni borrarlos. La culpa quedaba ahí, pero no se tomaba acción judicial penal contra el ofensor, en este caso, todo el pueblo. No obstante, el ritual tenía como propósito precisamente eso: Hacer justicia y ejecutar la condena de muerte sobre el culpable.
Aclaramos que existía también en La Ley el sacrificio del mismo tenor pero a nivel individual por varios casos, y aún el realizado todos los días denominado el “sacrificio del día contínuo”, y en el mismo se sacrificaba un cordero a la mañana y otro a la tarde. Pero en el “Día de la Expiación” era por toda la nación, de ahí su trascendental importancia y tenía como singularidad ya que en vez de usarse un solo cordero, se usaban dos machos cabríos.
El sacrificio consistía en lo siguiente: Los sacerdotes tomaban los dos machos cabríos, luego, en el ritual, sacrificaban a uno de ellos, y al otro dejaban libre. La sangre del cordero inmolado luego debería ser rociada sobre el propiciatorio, que era la tapa del Arca del Pacto que se encontraba dentro del Tabernáculo de Reunión, el lugar más sagrado del campamento pues simbolizaba la presencia de Dios en medio del pueblo, y más adelante, el más sagrado del Templo construido por el rey Salomón.
El segundo macho cabrío era conservado con vida y puesto en libertad en el desierto. Esto simbolizaba que uno de los machos cabríos pagó con su vida -con su sangre- la culpa del pecado de la nación, y eso permitía al otro macho cabrío ser mantenido con vida. La sangre derramada era el precio pagado por la culpa del pecado. Y entonces se hacía justicia, conforme reza en Romanos 6:23a: “Porque la paga del pecado es muerte…”.
¿Y por qué esta “Ley” sería la segunda oportunidad de Dios dada al hombre para que se pudiese salvar a así mismo? Pues la Escritura misma declara en Levítico 18.5: “Guardad mis preceptos y mis normas. El hombre que los cumpla, gracias a ellos vivirá. Yo, Yahvé.” Y esta premisa es confirmada por el Espíritu Santo por medio del apóstol Pablo en Gálatas 3.12.
El Día de la Expiación se hacía el ritual de los dos machos cabríos por toda la nación de Israel, pero la pregunta que nos corresponde hacernos es la siguiente: ¿Pudo alguno de los hebreos en forma individual cumplir con toda la Ley de Moisés y así obtener la salvación? Pues la Palabra no puede ser quebrantada, y si Dios dijo que la persona que cumpliere toda la Ley se salvaría, pues así sería.
Y así, dada la Ley y los rituales religiosos expiatorios, y proveído el sacerdocio y los líderes políticos a la nación hebrea, Dios daría tiempo a todo el pueblo y a cada ciudadano a que vivan de acuerdo a esto para dar al hombre suficiente tiempo, tanto en años, como en decenios y siglos, para que alcancen la salvación por medio del cumplimiento de la Ley Mosaica.
La cuestión es: ¿Alguno de ellos la alcanzó? Dios mediante, en la próxima entrega empezaremos a responder este interrogante.
Que Dios nos guarde y bendiga a todos.