No estoy en contra de hacer negocios con los bosques para ponerlos a salvo de la deforestación. Los créditos del carbono se hicieron para eso. Son una herramienta para volver rentable la conservación de bosques mediante la captación del dióxido de carbono (CO2) lo que reditúa ingresos en dinero para los que así lo hagan.
Pero si nos detenemos ahí, nuestra mirada será simplista y carecerá de sustento. El negocio del crédito del carbono ciertamente se vuelve lucrativo y hasta con poco riesgo, pero al mismo afecta a la producción de más y mejores alimentos en especial en los países emergentes, donde sus economías en gran parte dependen del campo, como en efecto ocurre aquí en Paraguay.
Es muy diferente lo que ocurre en los países donde sus economías de escala industrial incentivan los créditos de carbono. Dada esta situación, los créditos de carbono aquí en nuestro país estimularán a los propietarios de fundos agropecuarios con bosques a recibir el dinero correspondiente. Se preferirá recibir dinero antes que elevar la producción de alimentos que requiere de inversión y riesgo.
Más importante aún, no puede entenderse el crédito del carbono sin la descarbonización y la economía verde.
Los términos verde, limpia y renovable van imperando y se exige como fuente de energía (como la solar, eólica, geotérmica e hidráulica); mientras que el carbón, el gas y el petróleo deben hacerse a un lado. La pregunta es ¿a qué costo lo hacemos aquí en países como Paraguay? Al costo de impedir el crecimiento de la producción nacional, perjudicando las inversiones, la creación de empleos y las mejoras salariales.
La economía verde y los créditos del carbono van de la mano. El objetivo hacer disminuir la producción agropecuaria pero pagando con dinero a los productores, un engaño que acarreará más problemas que soluciones.