Con la anticipada indulgencia de los lectores, y dado que recibí la venia de Nicolás D’Ursi de poder escribir en InformatePY (Gracias “Nico”), iniciamos aquí una serie de exposiciones destinadas a esclarecer conceptos cristianos tal vez no muy populares, no por ser “impopulares”, sino más bien por no habérselos expuestos en su real dimensión judeocristiana. Aclaramos que no se pretende aquí exponer doctrinas que simpaticen con algunas de las diferentes vertientes cristianas existentes, sino presentar los hechos tal cual se encuentran en las Santas Escrituras.
No se busca entrar en polémicas, aunque inexorablemente estas vendrán, sea de buena o mala fuente, pero vendrán.
Somos una nación cristiana por herencia, porque nuestros descubridores/conquistadores -por así decirlo- eran españoles y vinieron bajo la tutela de los denominados Reyes Católicos, a la sazón Isabel I de Castilla, y Fernando II de Aragón, y desde entonces, el Paraguay es un país predominantemente cristiano católico.
Pero ¿Fue expuesto el pueblo a las Santas Escrituras, es decir, a la Biblia? No directamente, sino que la misma fue expuesta por los sacerdotes quienes enseñaban “religión”, la cual era una composición fruto tanto de las Escrituras, como de la tradición y el Catecismo de la Iglesia.
De ahí que, si bien nos denominamos cristianos por causa de haber sido bautizados en dicha religión, nuestro conocimiento de las Escrituras es bastante superficial, pues se nos inculcó que el conocimiento y estudio de la Biblia estaba -digamos- restringido a los curas.
Nuestra intención es dar un repaso a esas enseñanzas y para ello haremos un resumen del origen cosmogónico del judeocristianismo para así poder llegar a comprender el hecho fundamental sobre el cual reposa en toda plenitud la fe cristiana, y es el Mensaje de la Cruz y la Resurrección.
Para ellos debemos partir del origen mismo; del Génesis, pues debemos saber cómo se fue gestando la necesidad de la muerte expiatoria del llamado Jesús de Nazareth, y el porqué de esa muerte, y mayormente para qué.
Los cristianos aceptamos y reconocemos por fe que la creación, tal cual se registra en el primer capítulo del libro de Génesis, es literal y así sucedió. Mucha controversia ha generado esto, pero no es nuestro tema dirimir esos aspectos pues apuntamos a circunscribirnos a lo expuesto “dentro de La Palabra”, y no fuera de ella, pues al decir del Señor Jesucristo: “… la Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10.35b). De nuevo, si alguno no está de acuerdo con la veracidad de dicho relato, no pretendemos entrar en estériles controversias, pues la misma Biblia testifica en Hebreos 11.1-3, que el creer tal cosa, es en sí, un acto de fe. Vano sería entonces tratar de desmeritar esto por medio de acudir a subterfugios de los “evolucionistas”, cuando que más de 70.000 documentos presentados por los mismos han sido invalidados científicamente -inextenso- por los “creacionistas”.
Pero la apologética no es ni será nuestro tema, por tanto, no entraremos en esos laberintos. Aclaro, laberinto para ellos, no para nosotros. Nosotros, los cristianos, sabemos con certeza absoluta de dónde venimos y a dónde vamos. Esa parte del “motor” de la infructuosa búsqueda de la filosofía griega no es asunto nuestro el conjeturar. Esa ecuación ya la tenemos resuelta.
Hago este introito aclaratorio porque a partir de la siguiente entrega entraremos de lleno en el tema que nos ocupa, y para ello es preciso y fundamental que sepamos de entrada no quien es Dios, sino qué es el hombre y cuáles son sus capacidades conforme fue creado, y cuál es el orden determinado divinamente de las diferentes naturalezas que posee a partir del FIAT (sea, hágase) divino, y qué hace o cómo actúa conforme a ellas y sobre todo, cómo se relaciona esto con la Cruz de Cristo.
Estaré usando versículos mayormente tomados de la Biblia de Jerusalém BJ3, Nácar-Colunga, Torres Amat, Casiodoro de Reina 1569, Reina-Valera 1960 y Biblia Textual 3. Pasadla bien y que Dios nos bendiga a todos.