Es preocupante el nivel de ingenuidad política que poseen los jóvenes. Recientemente un político y su esposa se presentaron en la marcha de la comunidad LGTB y con carteles multicolores se pusieron a ofrecer y a repartir «abrazos de mamá y papá para todxs». Entonces, en los jóvenes de aquella marcha (y en otros en redes sociales), se manifestó un fenómeno psíquico denominado «razonamiento emocional», el cual funciona así:
- Quien apoya mis preferencias o deseos es bueno.
- Quien no apoya mis preferencias y deseos es malo.
Desde Maquiavelo, el padre de la política moderna, pasando por Hobbes, Locke, Karl Marx, Max Weber, hasta Mises, Hayek o Eligio Ayala se sabe a ciencia cierta que los únicos objetivos del político son:
- Adquirir el poder.
- Retener el poder.
- Aumentar el poder.
Pero el joven socialdemócrata, ese unicornio de escasas luces, cree que si un político le da abrazos y besos y, como si fuera poco, se deja grabar en el proceso, ese político «es bueno y da amor» ¿Y por qué? Porque «apoya mi marcha», dirá este romántico empedernido.
No joven, el político no te apoya, el político te usa y además usa tu marcha e instrumentaliza a tu comunidad mientras aplaudís como foca amaestrada. Los políticos tienen sus propios fines y operan bajo su propia dinámica de incentivos, pero como usted jovencito todo lo mira por el estrecho agujero de su ombligo, no se percata.
La idiotez política es la marca distintiva de esta generación, la cual pone sus deseos, preferencias o gustos en el altar de la política y le llama «mi derecho», generación que reclama que el poder político legisle lo que pasa en su cama y como usa sus orificios corporales.
El día que despierten quizás tengan un censor a lado de su cama y sea tarde.