Un equipo de investigadores de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de León (ULe) ha concluido que «el consumo de insectos también tiene riesgos para la salud» y que «hace falta más investigación» antes de normalizar su incorporación a la cadena alimenticia.
El estudio, que ha salido a la luz después de que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lo haya señalado como una estrategia de lucha contra el hambre, está firmado por Carlos Alonso Calleja, Camino González Machado, David Jiménez De Juan y Rosa Capita González.
«Estos animales son una fuente alternativa y sostenible de proteínas de alta calidad, ácidos grasos esenciales y micronutrientes. Además, son productos versátiles desde el punto de vista tecnológico y culinario, ya que pueden procesarse triturados, lo que reduce el rechazo que pueden provocar en el consumidor», señala el estudio, que subraya que «la producción de insectos es más favorable para el medioambiente que las producciones ganaderas tradicionales».
Y añade: «Su producción y consumo tienen, también, importantes connotaciones económicas. Así, en aquellos países que disponen de sistemas de producción y canales de comercialización bien establecidos, el precio de mercado de los insectos es muchas veces superior al de otros alimentos, tanto de origen animal como vegetal».
«Este dato, junto con el hecho de que la producción de insectos es más barata que la de los animales de abasto, apunta a una buena oportunidad de negocio. Sin embargo, no todo son ventajas cuando hablamos de comer insectos, ya que su consumo implica algunos peligros potenciales para la salud», advierte.
En este sentido, la investigación pone de manifiesto sustancias antinutritivas y tóxicas como la quitina, el material principal del que está formado el exoesqueleto de los artrópodos.
Otro ejemplo son los taninos, que forman complejos insolubles con las proteínas y reducen su biodisponibilidad.
También los fitatos y oxalatos, agentes quelantes que reducen la absorción de elementos minerales como calcio, zinc, manganeso, hierro y magnesio.
Además, precisa que las saponinas interfieren en la digestión de las proteínas, reducen la absorción de vitaminas y minerales y están asociadas con estados de hipoglucemia.
Por otra parte, el estudio indica que los alcaloides podrían, a partir de determinadas dosis, llegar a ser tóxicos para los consumidores, y que algunos insectos, como las pupas del gusano de seda africano (Anaphe venata), contienen tiaminasa y su ingesta puede causar deficiencia de tiamina (vitamina B1).
De igual modo, señala los riesgos de los insectos criptotóxicos, «cuyo consumo debe evitarse ya que contienen hormonas esteroideas, como la testosterona, lo que ocurre en algunos escarabajos».
«El consumo continuado de estos insectos puede provocar retraso del crecimiento, hipofertilidad, masculinización en mujeres, edema, ictericia y cáncer hepático», alerta.
Otras sustancias que pueden encontrarse en los insectos criptotóxicos son los glucósidos cianogénicos (presentes en algunas mariposas), que inhiben determinadas enzimas vitales, mientras que el tolueno, un agente tóxico que afecta al cerebro, hígado y riñón, puede encontrarse en cerambícidos del género Syllitus, y los alcaloides necrotóxicos, en algunos tipos de hormigas.
Además, otro peligro asociado al consumo de insectos de dimensiones desconocidas está en relación con las alergias ya que muchos artrópodos pueden inducir reacciones alérgicas en individuos susceptibles, principalmente causadas por la presencia de tropomiosina, arginina quinasa, gliceraldehído 3-fosfato eshidrogenasa o hemocianina.
Agrodiario