Año pesado e inolvidable será el 2022, bisagra dirían algunos por la cantidad de acontecimientos de gran impacto que ocurrieron. Y todavía tenía preparado para todos, en su último día, la muerte de Joseph Aloisius Ratzinger, el 265° Sumo Pontífice de la Santa Iglesia Católica Romana, quien adoptó el nombre eclesiástico de Papa Benedicto XVI.
Bávaro de nacimiento, el 16 de abril de 1927 llegó al mundo en medio de una familia tradicionalmente católica. El sur de Alemania, más vinculado con Austria y con los Habsburgo, la zona más rica de la región, fue también una de las que más resistencia ejerció en contra de la dominación nacional-socialista en la década de los 1930s. Esto no impidió, sin embargo, que el austríaco Adolfo Hitler alcance el poder y se convierta en fundador del Tercer Imperio, de vida breve.
El régimen nazi consideraba que los conventos y seminarios católicos eran una amenaza, especialmente desde que se lanzó la histórica encíclica “Mit Brennender Sorge” de 1937, en la que el Papa Pío XI denunciaba el absurdo de las doctrinas y mitos raciales del nacional-socialismo. De esta manera, las familias de tradición católica en Alemania, aunque no se rehusaron a servir a su Patria en tiempos de guerra y necesidad, crecientemente mostraron su descontento con la política internacional y racista del nazismo. Viene a la mente la historia del Coronel Claus von Stauffenberg, aristócrata católico que también era de Baviera y que sirvió dignamente a su país por medio de las armas luchando contra los bolcheviques, aunque se sentía profundamente asqueado por las persecuciones contra judíos y cristianos disidentes al Tercer Imperio. La llamada “Operación Valkiria”, que fracasó por muy poco, fue su máxima obra.
Joseph Ratzinger probablemente habría tenido la misma actitud que su compueblano y correligionario Claus von Stauffenberg, pero estuvo lejos de los altos mandos alemanes, a diferencia del aristocrático conde. Fue un simple soldado de las Juventudes Hitlerianas (por conscripción obligatoria, que era la ley de la época) y su rol se limitó a servir en los puestos de defensa antiaérea de Alemania y por breve tiempo en la infantería. El descontento de Ratzinger contra los nazis se incrementó cuando uno de sus primos cercanos, que nació con Síndrome de Down, fue exterminado por una unidad de “pureza racial” del programa de eugenesia del Tercer Imperio Alemán.
En 1945 ocurrieron dos cosas que marcarían su vida. La primera, desertó de su puesto en la “Wehrmacht”, en la fase más crítica de la Segunda Guerra Mundial. La segunda, se unió al Seminario de San Miguel de Traunstein, donde se inicia su carrera eclesial y en 1951 fue ordenado como sacerdote de la Santa Iglesia.
La infancia y juventud de Joseph Ratzinger debe ser un parámetro para comprender su vida y obra como alto prelado. La Baviera, enclave católico y cuasi-austríaco dentro de la protestante Alemania, con tradiciones y costumbrismos que se remontan al medioevo mezclados con la pujanza de los emporios industriales de la ciudad de Múnich y sus alrededores, son prácticamente un reflejo geográfico de lo que fue el papado de Benedicto XVI.
Su actividad intelectual lo elevó al Profesorado de Teología en 1959 y sirvió como “perito”, es decir, asesor cardenalicio durante el famoso Concilio Vaticano II. En ese tiempo, el joven Ratzinger estaba influido por la llamada “Nouvelle Theologie” de autores compatriotas suyos como Hans Küng y especialmente Karl Rahner. De esa época es su primer libro famoso, “Introducción al Cristianismo”, de relativo éxito editorial, quizás alentado por el ambiente rebelde de finales de la década de 1960. En dicha obra, se puede percibir en la pluma de Ratzinger los efectos de la “Nouvelle Theologie”, al punto tal que muchos lo consideraban como uno más de los “reformistas progresistas” del mencionado movimiento.
No obstante, el futuro Papa pronto se distanciaría de ellos, especialmente al darse el exponencial crecimiento de una corriente que dejó fuerte impronta en la Iglesia posconciliar. La llamada “Teología de la Liberación”, uno de los frutos amargos del Concilio Vaticano II, se nutrió a su vez de las enseñanzas de los señores de la “Nouvelle Theologie” y otros cuántos que tomaron dicha posta. Aunque Ratzinger siempre reivindicó su obra temprana, señalándola como parte de su formación y su proceso personal teológico, es evidente que a partir de la década de 1970 dio un giro copernicano a varias de sus posturas.
En el año 1977 fue consagrado como Arzobispo de Múnich. Su prestigio como teólogo aumentaba y se podía prever que seguiría escalando en los estrados eclesiales por su intelecto preclaro. Lo que fue increíble, fue la muerte intempestiva del Papa Juan Pablo I a los 33 días de su pontificado. Asumió el cargo una verdadera “fuerza de la naturaleza” como lo fue Karol Wojtyla, polaco que fue un santo “Atleta de Dios”.
Llamaría profundamente la atención el hecho de que un sincero patriota polaco como el Papa San Juan Pablo II, quien se resistió a la ocupación nazi de su país siendo joven seminarista, haya nombrado como su Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (nada menos que el Tribunal del Santo Oficio) a un antiguo miembro de las Juventudes Hitlerianas, como lo fue el Arzobispo de Múnich Don Joseph Ratzinger. ¡Pero esa es la irónica magia que solamente existe en la Divina Madre Iglesia, lugar de la reconciliación y del amor!
Desde 1981 hasta el 2005, el Arzobispo Ratzinger, que fue elevado al rango de Cardenal en 1977 por el Papa Pablo VI, ejerció con diligencia su función de Gran Inquisidor (sin ese título, obviamente). Es especialmente recordado por su oposición a los errores de la Teología de la Liberación, excomulgando o suspendiendo a varios de sus referentes como el brasileño Leonardo Boff. Por estas acciones, se lo empezó a apodar “Panzer Kardinal”, jugueteando un poco con su pasado en la “Wehrmacht” alemana.
También fue bastante permisivo con los grupos autodenominados “tradicionalistas” que mostraron rechazo, total o parcial, a los mandatos del Concilio Vaticano II. Estas organizaciones, vinculadas al cismático francés Arzobispo Marcel Lefebvre, recibieron varios indultos y concesiones por parte del Papa Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger. Sin embargo, el tiempo demostraría que dicha permisividad fue un error.
Los “teólogos de la liberación” fueron perdiendo gradualmente importancia y poderío, acomodándose más o menos a la línea de la “hermenéutica de la continuidad” establecida por el Gran Inquisidor Ratzinger. En cambio, los falsamente llamados “tradicionalistas”, a pesar de todas las concesiones, continuaban difundiendo doctrinas cismáticas, sedevacantistas o sedeprivacionistas contra el Concilio Vaticano II, es decir, contra la misma Iglesia Católica.
Tras el fallecimiento del Santo Papa Juan Pablo II, en el año 2005, sin sorpresas, el Cardenal Ratzinger fue convertido en Sumo Pontífice. Pero a diferencia del “Atleta de Dios”, Benedicto XVI prefería ser “Bibliotecario de Dios”. Lo suyo no era viajar alrededor del mundo para evangelizar, ni mucho menos administrar los temas candentes que azotaban a la Iglesia Católica. De allí que en sus manos haya explotado el escándalo de muchos abusos sexuales, que en su condición de Prefecto del Santo Oficio, de ninguna manera podía alegar desconocimiento de causa. De hecho que recientemente, él mismo reconoció haber sido débil a la hora de sancionar al sacerdote mexicano Marcial Maciel así como al estadounidense Cardenal Theodore McCarrick, ambos acusados de cometer y/o encubrir numerosos casos de abuso sexual.
El asunto con los “tradicionalistas” empezó a salirse de control. Estos grupos cuasi-cismáticos proliferaron por la acción insidiosa de algunos Obispos, suspendidos o excomulgados, que utilizaron su poder de manera ilícita para ordenar sacerdotes rebeldes y crear congregaciones clandestinas bajo su protección. La influencia del mundo anglosajón, de una especie de “anglicanismo sensualista” mezclado con el “galicanismo reaccionario” de origen francés, contamina intensamente a los grupos autodenominados tradicionalistas. El Papa Benedicto XVI intentó contentarlos con el motu proprio “Summorum Pontificum”, pero el remedio resultó peor que la enfermedad. Los autoproclamados “tradicionalistas” no cejaron en sus ataques al Concilio Vaticano II y a la autoridad papal, es más, empezaron a tener poderosos espacios de difusión en la prensa internacional que se dice “católica”. Con el apoyo de grupos enemigos de la Iglesia de Roma, fueron expandiéndose más alrededor del mundo. El Papa Francisco debió subsanar las fallas, anulando todas las concesiones hechas a los “tradicionalistas”, incluso las del Papa San Juan Pablo II y Pablo VI.
Probablemente, Joseph Ratzinger nunca haya querido ser Sumo Pontífice. De allí que en el año 2013 haya anunciado, para el pasmo de feligreses y no feligreses, su renuncia al Trono de San Pedro. En más de 600 años, nada similar había ocurrido, pues el último en tomar semejante medida fue el Papa Celestino V (1215 – 1296). Dígase en favor del Pontífice Celestino V, que fue un hombre verdaderamente santo. Quizás Benedicto XVI haya querido imitarlo en todo… Pero su renuncia también nos recuerda a la deserción de su puesto en el campo de batalla, en 1945… ¡La mano de la Providencia obra de maneras misteriosas!
En su rol de Papa Emérito, Ratzinger apoyó en todo a su sucesor, Don Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco. Es falsa y de total falsedad la pretendida versión de que había una “guerra subrepticia” entre ambos. Todo lo contrario, hasta autorizaron que se haga la película “Los Dos Papas” de Netflix para resaltar aún más la unión entre ambos.
Sin embargo, permanecen como enigma los verdaderos motivos de la renuncia del Papa Benedicto XVI. ¿Fue por debilidad ante los casos de abuso sexual en la Iglesia? ¿Fue simple y llanamente por hartazgo? ¿Quizás le forzaron a renunciar por inopinadas razones? El tiempo quizás vaya revelando al asunto.
Lo cierto es que Joseph Ratzinger se destacó, más que nada, por su obra intelectual. Muy inspirado por la Santa Doctora Hildegarda de Bingen, legó al mundo magníficos trabajos. De sus 66 obras literarias, destacan sus encíclicas “Deus Caritas Est”, “Spe Salvi” y especialmente “Caritas in Veritate”. También son dignos de señalar sus grandiosos libros de la saga “Jesús de Nazaret”, una biografía teológica en tres volúmenes sobre el glorioso Hombre-Dios de la Historia, entre otras tantas creaciones de su intelecto inspirado por el Espíritu Santo.
Falleció el 31 de diciembre de 2022, soportando la ancianidad con digna paciencia, aunque se evitó el martirio público de persistir hasta la muerte calafateando la barca de San Pedro, tal y cómo lo hiciera su antecesor San Juan Pablo II. Probablemente, este sea el legado más memorable de su pontificado. Esperamos, sin embargo, que el Papa Benedicto XVI no haya introducido una perniciosa innovación con esa decisión que tomó en el año 2013.
Por cierto, Benedicto XVI también compuso música sacra. Hoy es un buen día para escucharla, en memoria suya, recitando un Te Deum y que el “Panzer Kardinal” descanse en la Paz de N.S.J.C.