En el CENSO de Bolivia del año 2001, había una pregunta que le pedía a los ciudadanos afirmar si éstos tenían algún origen indígena. El resultado censal indicó que el 62% de los bolivianos tenemos raíces étnicas indoamericanas. La maquinaria propagandística de la izquierda usó ese dato para dos cosas. Primero, construir el mito de la mayoría indígena de la población boliviana. Segundo, destrozar la naturaleza mestiza de nuestra patria.
Sin embargo, tener raíces indígenas no excluye ser mestizo, es perfectamente compatible. De hecho, según un estudio de la ONU del año 2004, el 70% de la población boliviana es mestiza, 10% blanca y 20% aborigen. Pero todos comparten marcos culturales comunes a la cultura occidental, por ejemplo, el castellano como lengua materna.
Todas estas maniobras semánticas y estadísticas eran parte de la estrategia marketera de Evo Morales y sus panegiristas. La idea era ―aparte de ocultar la naturaleza delincuencial del caudillo cocalero― mostrar a Evo como libertador de los indígenas bolivianos.
Era evidente que estábamos frente a una farsa. Pues Morales es un apellido originario de La Comarca de Trasmiera, España, prueba fehaciente del origen mestizo de Evo. Pero la prensa y muchos generadores de opinión tenían una obsesión casi masturbatoria con el primer «indígena» boliviano en llegar a la presidencia.
Si bien, es muy grave haber dejado que un bravucón sea elevado a calidad de político y hombre de Estado, no es lo peor que nos pasó en la primera década del Siglo XXI. La tragedia más grande fue dejar que, con ayuda de Carlos Mesa, Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina, el cocalero nos haya impuesto El Estado Plurinacional.
El Estado Plurinacional es una repetición de esa vieja costumbre que tienen los caudillos por reinventar la historia. Es parte de su narcisismo. Incluso, a efectos de inflarle más el ego a Morales, se crearon feriados a gusto de la dictadura, entre ellos, el 21 de junio y el 22 de enero.
Aunque sus promotores alaben unos supuestos grandes logros de la gestión de Morales, la realidad es muy triste.
En casi dos décadas de régimen masista, además con la ventaja de los precios elevados de las materias primas, Bolivia tiene el «mérito» de ser el tercer país más endeudado de la región, el 81% de su PIB según del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Un informe del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD) advierte que 54 países, en los que viven más de la mitad de las personas más pobres del mundo y que incluyen a diez naciones latinoamericanas, Bolivia entre ellas, necesitan un alivio urgente.
El pasado 24 de octubre, El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, al momento de participar en la apertura del 39 período de sesiones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), pidió mecanismos de alivio y reprogramaciones para los países de la región.
Pero no tenemos que buscar en otro lado las pruebas del desbarajuste. El 14 de septiembre de 2021 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) inició su 76ª Asamblea General. Cuando le tocó tomar la palabra a Bolivia, Luis Arce Catacora planteó un programa de alivio de la deuda externa al país.
Es decir, que mientras la dictadura fanfarroneaba sobre los grandes éxitos de su modelo económico, el presidente Arce Catacora viajó a Nueva York a pedir clemencia, e intentar arreglar los desastres que causó su ministro Arce Catacora. Por eso no debería extrañarnos que la mentira, la corrupción y la violencia sean los únicos programas de gobierno que tiene el régimen. Bolivia está sin rumbo.