El 27 de agosto de 2022, está previsto que el Arzobispo de Asunción, S.E. Monseñor Adalberto Martínez Flores sea elevado por el Papa Francisco al cargo de Cardenal de la Santa Iglesia Católica. Es una bendición absolutamente inmerecida para la República del Paraguay.
No se confunda el lector con lo que estamos diciendo. Todos los cristianos saben perfectamente que recibimos “inmerecidas gracias y bendiciones” por parte de Dios, empezando por la misma venida del Divino Redentor a este mundo, pero no es intención de este artículo versar sobre teología.
Aquí queremos hablar de cuestiones más realistas. Desde el rol de un humilde seglar que desea lo mejor para la Iglesia Católica y también para su Patria, haremos unas críticas desde el plano estrictamente mundano y terrenal a ciertas cuestiones de interés para muchos laicos, fieles al Sumo Pontífice y que sin embargo, encuentran que en el Paraguay existen muchos asuntos que generan crispación, controversia y división dentro de la feligresía.
Así como Santo Tomás Moro, siendo un laico, cuestionó con humildad pero firmeza muchas decisiones tomadas por el clero y el episcopado de su país llegando hasta el martirio. Así como Santa Catalina de Siena, siendo una humilde monja, debatió con enorme altura las cuestiones temporales y espirituales con las más altas autoridades eclesiales. Así como San Pablo, quien con espíritu de caridad en la verdad expuso sus propias correcciones al mismísimo San Pedro Apóstol, que siendo el Primer Papa, tuvo la grandeza de aceptarlas. Con ese mismo espíritu me dirijo a los líderes de la Iglesia Católica en el Paraguay, en la persona del futuro Cardenal Martínez Flores. Aclaro que estoy muy lejos de querer compararme con esos grandiosos santos que he citado, Dios me perdone, soy solo un humilde laico pecador pero que anhela a la santidad. También aclaro que este tipo de aclaraciones no serían necesarias de aclarar si no fuera porque nuestras autoridades eclesiales tienen la muy mala fama de recibir muy, pero muy mal, las críticas a su gestión. Vuelvo a aclarar, con toda la claridad posible y con la claridad de Santa Clara, que estas críticas son hechas con la mejor intención y espero que así sean tomadas por los líderes de la Iglesia Católica en el Paraguay (no hace falta aclarar que todas las redundancias del párrafo fueron adrede).
Primero, hay que reconocer las cosas buenas de la Iglesia Católica en el Paraguay, que son méritos exclusivos del Espíritu Santo.
En este país tenemos a muchos Obispos, Sacerdotes y Diáconos que son sinceramente comprometidos con el rol de pastorear y “tener olor a oveja” en famosa aunque desafortunada metáfora del Papa Francisco, porque a mí no me gustan mucho los hedores de los animales. Pueden venir de a uno todos los “animalistas”, pero prefiero siempre la compañía de un ser humano. Ya sé que San Francisco de Asís tenía el don de entenderse con los animalitos, pero existen distintos carismas, ¿verdad? En fin. La Iglesia Católica en Paraguay tiene eso. Es cercana a su pueblo, está siempre dispuesta a tender una mano caritativa y solidaria especialmente con los más desposeídos.
También es una Iglesia con firme presencia espiritual, incluso en el ámbito político. Hasta hoy, las homilías de Obispos y Sacerdotes tienen el poder de retumbar en las conciencias del pueblo, sea este gobernante o gobernado. En no pocas ocasiones, la postura señera y valiente de nuestros prelados ha marcado rumbos en los aspectos de la vida social y política del país. También tuvimos a Presbíteros e incluso Epíscopos descarriados y alocados que se divorciaron de Dios para meterse en los burdeles de la politiquería desalmada y de la lascivia irrefrenable, pero estas son excepciones a la regla, gracias a Dios.
La Iglesia en el Paraguay está signada por las gloriosas palmas del martirio. Desde Fray Juan Bernardo de Colman (al que el Papa Juan Pablo II llamó, quizás por un lapsus cálami, “Fray San Juan Bernardo” cuando estuvo en nuestro país) hasta San Roque González de Santa Cruz y sus compañeros, es una feligresía y una curia que sabe sufrir adversidades, que tiene fortaleza para sostenerse ante tempestades, que ha sufrido vendavales y se ha mantenido incólume en su roca de fe. Quizás sea la mayor gloria que se supo sembrar y cosechar, con la ayuda de Dios. Este espíritu de heroísmo y martirio se reprodujo, por supuesto, desde lo espiritual hasta lo temporal. Sólo así se explica tantas hazañas del pueblo paraguayo en la lucha por su Patria. ¡Fruto legítimo del que podemos sentirnos felices, sin caer en el orgullo, por supuesto, pues estas glorias deben ser reverdecidas algún día!
Es una iglesia que sabe misionar y evangelizar haciendo “de lo poco, mucho”. Solamente la curia católica de este país tiene alcance y llegada hasta lugares donde el mismo diablo habría perdido el poncho. Incluso hay monjitas paraguayas que enseñan a niños africanos a cantar villancicos en guaraní. Sí esto no es “alma misionera”, pues ya no sabemos qué podría serlo.
En la lucha por la vida y por la familia, contra el aborto y la ideología de género, los encomiables esfuerzos de la Iglesia del Paraguay tuvieron a un gran protagonista, un “capellán de facto” sí se quiere en este frente de batalla, que fue el Arzobispo Emérito Monseñor Edmundo Valenzuela. Detrás de él, muchos sacerdotes y obispos portaron la oriflama nacional para movilizar a una feligresía que estuvo al pie del cañón y que en muchas ocasiones, todo sea dicho, ha sido más radical y más firme de lo que muchos habrían esperado al respecto.
Pero también existen cosas negativas que deberán ser subsanadas por el futuro Cardenal Martínez Flores.
En primer lugar, nos viene a la mente la absoluta dejadez y calamitoso estado de muchos de los templos del país, incluso hablamos de Catedrales y Basílicas Menores. En el Gobierno de Mario Abdo Benítez, por citar un ejemplo, se dieron al menos dos incendios que, de nuevo, gracias a Dios no pasaron a mayores (no nos pondremos a explorar las causas, eso escapa al alcance de este artículo). Uno de ellos en la mismísima Catedral de Asunción, el otro en el Templo de la Santísima Trinidad, ambos íconos de nuestro país. ¿Qué hacen las autoridades eclesiales para preservar, cuidar, mantener e incluso mejorar las construcciones que heredaron de sus ancestros? Alguno pondrá como excusa que “al ser monumentos nacionales, deben recibir cuidado y atención del Gobierno” pero recordemos aquí que ya no estamos bajo el “Patronato Regio – Nacional” de otras épocas. Los párrocos y las respectivas Diócesis deberían agenciarse, de alguna u otra manera, para restaurar y llevar a plenitud muchos de esos edificios históricos, sin buscar más excusas ni volteretas gimnásticas para pretender justificar esa dejadez aberrante. Y sí, ya sabemos que nuestra feligresía se destaca por su pobreza franciscana, pero también dice el Señor que “con una fe del tamaño de un grano de mostaza, le dirías a la montaña que venga y ella vendría”.
Siguiendo en el ramo arquitectónico, viene a la mente el fastuoso e inconcluso Templo de la Encarnación, en nuestra Capital. Hace años que, supuestamente, se lo está refaccionando y remodelando pero hace años que uno lo mira y parece que se encuentra peor que antes. ¿Qué están haciendo para que esa obra, algún día, se concluya tal y cómo fuera proyectada por sus diseñadores originales? ¿Acaso hay algún respeto, el más mínimo siquiera, a la herencia que recibieron de sus predecesores? ¿Se tiene que caer “piko” a pedazos para que nos pongamos a llorar por bueyes perdidos y desgracias merecidas?
De la misma manera, hace unas semanas nos enterábamos que la mismísima Basílica Menor de Caacupé estaba sufriendo un atentado contra la estética y el buen gusto (uno más a su largo historial de desidia e incuria, ya en su tiempo Don Adriano Irala Burgos hacía una crítica similar a la que estoy planteando). Le están “ensoquetando” una torre como cabina de transmisión en la misma fachada y no les estoy jodiendo. Incluso el arquitecto Eduardo Alfaro, nieto del diseñador de la Basílica Menor Don Miguelangel Alfaro, aparte de las fundamentadas quejas que hizo respecto a que se ha ignorado absolutamente el diseño original del Templo, tuvo que manifestarse contra el atentado estético que cometen nuestros líderes eclesiales. La respuesta que recibió, como quién no quiere la cosa, fue: “nosotros no hacemos nada malo, los que nos critican son todos satánicos”, más o menos y quizás exagero. ¡Y sí en la Basílica Menor de Caacupé está así la cosa, cómo sería en otros lugares, Dios me libre!
El futuro Cardenal Martínez Flores deberá también luchar, esto ya en un plano más profundo, para que en el Paraguay las celebraciones litúrgicas sean realizadas con la debida reverencia y cumpliéndose todo lo que manda el rito y sus respectivas rúbricas. Son muy pocos los sacerdotes del país, y esto es fácilmente demostrable haciéndose un paseo por las “Misas online” que se transmitieron por Facebook, que se preocupan por realizar las Eucaristías con todo lo que Dios manda para ello, especialmente en los domingos y días de solemnidad, que es lo menos que se pide. Es verdaderamente “milagroso” ver a curas que realicen los actos de contrición de forma completa y correcta, sin recurrir a las “abreviaciones” y las “aceleraciones”. De igual manera, la gran mayoría de los altares en los templos hacen que la frase “pobreza franciscana” parezca un insulto, porque no cuesta nada conseguirse buenos candelabros para las velas encendidas, pero por lo visto que sí, es más fácil que un camello pase por el ojillo de una aguja antes que los templos paraguayos (salvo excepciones) cuenten con un altar debidamente decorado. ¡Ya ni hablemos del uso del incienso, que parece que en nuestro país está prohibido! ¡Los sacerdotes que lo usan, como Dios manda, son contados con los dedos y según las malas lenguas, perseguidos! ¡Demasiada delicadeza y cuidado con celebrar los Sagrados Misterios en un país donde lo “cachafaz” y la “mediocridad intelectual” es lo que prevalece, lastimosamente! “Pero, pero, es que tenemos pocas vocaciones sacerdotales y nos faltan monaguillos y a la gente le gusta que todo sea rápido y vulgar nomas”, bueno, así nos va, así nos va con esa mentalidad. ¡Dime cómo se celebra la Liturgia en tu país y te diré el nivel intelectual y cultural de tu país! Y la Iglesia, la Santa Iglesia Católica y Apostólica Romana, madre de las ciencias y la cultura, no puede ser “cómplice” en la vulgarización y estupidización del pueblo. ¡Qué se celebren, pues, las Santas Misas de Paraguay, siempre que se pueda, con toda la belleza y la plenitud que manda el Rito Romano vigente! ¡Qué no se escatime en incienso, velas, candelabros, manteles! ¡Que se sigan las rúbricas correctamente, que se deje de “mamotretear” a los Sagrados Misterios! ¡Sí no se cuenta con una “Schola Cantorum” en la parroquia del pueblo, al menos que se canten músicas adecuadas a una Santa Misa y no alaridos absurdos! Y no me vengan a acusar de ser un “lefebvrista cismático” cuando el mismo Papa Francisco en su exhortación apostólica “Desiderio Desideravi” de junio de este año ha dicho más o menos lo mismo que estoy expresando en el presente artículo.
Su Eminencia, el futuro Cardenal Martínez Flores, deberá apuntalar estos aspectos y otros más, como por ejemplo, las acusaciones de “persecución” que hay en algunas diócesis del país contra grupos y comunidades religiosas. Ya hemos visto que en el Paraguay, poco o nada de respeto hay a las “herencias” o “tradiciones” recibidas por parte de episcopados anteriores. El futuro Santo (Dios lo quiera) Arzobispo Juan Sinforiano Bogarín tuvo una “visión” sobre cómo debía ser la Basílica Menor de Caacupé. Renunciando a su propio origen y a su intenso amor hacia la Ciudad de Asunción, en los últimos años de su vida obró para que el sueño de la “Nueva Basílica” de la Virgen Serrana se haga realidad. Pero ya hemos visto lo mucho que ese “sueño” ha sido respetado, lo mucho que se ha obrado para que dicha inspiración alcance su plenitud.
Ni hablemos de trabajos realizados por Obispos de otras diócesis, intenciones buenas que son perseguidas de manera inmisericorde simple y llanamente por desacuerdos en líneas pastorales o intelectuales. Un caso notable es el del difunto Obispo de Ciudad del Este Rogelio Livieres Plano (qepd), hombre que tuvo aciertos y desaciertos como cualquiera, pues pecadores somos todos. El que fuera consagrado por San Juan Pablo II, hizo encomiables trabajos en su Diócesis, pero también tuvo terribles encontronazos con sus hermanos Obispos, por ejemplo, fue el único que denunció sin ambages ni tapujos a la candidatura presidencial del ex Obispo Fernando Lugo y también acusó a la Conferencia Episcopal Paraguaya de “complicidad” con este acto de abierta rebeldía contra la Iglesia, afirmando cosas tremendas como que existían entonces “Obispos que practicaban la sodomía y que flirteaban con la masonería” (uno más uno dos), lo que fue respondido por el entonces Arzobispo Pastor Cuquejo, quién ciertamente, tenía toda la razón al pedir al difunto Obispo Livieres Plano que fuera prudente y no hiciera acusaciones tan terribles y escandalosas que podían llevar a dividir a la grey. Pero el asunto no se zanjó, todo lo contrario, generó terribles heridas internas y el Papa Francisco, ante los pedidos de varios miembros de la Conferencia Episcopal Paraguaya, debió apartar de su cargo a Livieres Plano “para evitar una división en la Iglesia del Paraguay”.
Pues bien, aunque el lector no lo crea, al Obispo Livieres Plano, sus propios hermanos Epíscopos no le dejan descansar en paz. Lo han sometido a una terrible “damnatio memoriae”, atacando y persiguiendo a cualquiera que pueda haber tenido la más mínima vinculación con él. Cierto es que el fallecido prelado tenía fama de ser desbocado e imprudente (yo no lo conocí), lo que causó heridas internas muy dolorosas. Así también, se lo acusó de dar protección a sacerdotes extranjeros de dudosa reputación en la Diócesis de Ciudad del Este. ¿Pero acaso eso es justificación para que se persiga de manera inmisericorde y se busque “destruir” todo lo que se hizo bien, como por ejemplo, la creación de Seminarios y de varios grupos religiosos que guardan celosamente la fe católica? Quizás el caso más notable de esta “damniatio memoriae” que se ha impuesto sobre el difunto Obispo Livieres Plano, es la vengativa e iracunda persecución contra la actualmente suprimida “Comunidad Misionera de Jesús” (en la que militaban sacerdotes y religiosos que fueron formados por el mencionado Obispo) así como a sus fundaciones y asociaciones privadas vinculadas. Nunca se ha encontrado una sola razón justificada para que la mencionada “Comunidad Misionera de Jesús” sufra el destino que hemos señalado e incluso, según dicen los laicos que la frecuentaban, han tenido que “inventarse motivos” para llevarles a la supresión, pero para nadie es secreto que eso ocurrió, simple y llanamente, por haber sido “discípulos del Obispo Livieres Plano”. También muchas mujeres que decidieron “consagrarse” para la vida religiosa (es decir, “monjitas” con voto solemne) acusan persecución en la Diócesis de Ciudad del Este. ¡Monjitas, sí, monjas, cuya única “falta” es haber estado vinculadas directa o indirectamente con alguna obra del fallecido Obispo Livieres Plano!
Pero la cosa no está peliaguda solamente en Alto Paraná. También en la misma Asunción del Paraguay, muchos sacerdotes han sido removidos y apartados de sus cargos “sin razones aparentes”. No es cuestión de dar nombres, pero muchos feligreses de la capital saben perfectamente del tema. En la parroquia donde me he bautizado, por ejemplo (y no daré más pistas), ocurrió algo muy parecido a lo que está pasando en Ciudad del Este. ¡Sacerdotes perseguidos por celebrar los Sagrados Misterios con devoción y como Dios manda! En fin.
¡Estos son algunos temas que el futuro Cardenal Martínez Flores deberá solucionar, buscando establecer un espíritu de misericordia y de reconciliación, dejando que cicatricen las heridas del pasado y permitiendo que los muertos descansen en paz, que Dios juzgará a cada uno según sus actos!
Dicen que Monseñor Adalberto Martínez Flores es un hombre de gran cultura, trato afable y sumamente atento con las inquietudes de sus feligreses. Puedo dar fe que en la única ocasión que me crucé con él, al salir de la Catedral de Asunción, me saludó con una calidez y una amabilidad pocas veces vista. Aclaro que no nos conocemos en persona, pero así lo hizo. Los que sí conocen a Adalberto Martínez Flores, afirman que tiene carisma, que en su juventud ha viajado muchísimo y que se interiorizó con la situación social de muchos países de Hispanoamérica, estando siempre de lado de los más pobres y desposeídos, que es el deber de todo buen sacerdote. Todo indica que su Episcopado y futuro Cardenalato han sido decisiones acertadas del Papa Francisco. Cierto es que “él no va a poder solucionar, solo, todos los problemas” pero sin duda alguna, tiene que ser la “cabeza visible” y el “hilo conductor” de un proceso de renovación y reconciliación en la Iglesia Paraguaya. ¡Grande es el desafío!
Hemos recibido una bendición inmerecida por parte del Señor con un futuro Cardenal Paraguayo. Obremos todos para que esa gracia nos brinde muchos frutos y recemos por el Monseñor Adalberto Martínez Flores, a quién deseamos largos años en su próximo rol que tantas esperanzas de renovación nos trae. Que Nuestra Señora de la Asunción sea su Mariscala y que Ud., Su Eminencia, porte dignamente la oriflama nacional, tal y como lo supieron hacer sus antecesores.