2023, es un año electoral en gran parte de la región y eso convierte a los meses que vienen por delante, en un momento ideal para pensar acerca de lo que queremos, ya sea como individuos o como sociedad.
Hoy por hoy, sin importar donde viva uno, pensar la política nacional en términos “aislacionistas” es una utopía. No podemos pensar la política nacional ignorando la política internacional, porque la primera es vasalla de la otra a través de organismos e intereses supranacionales.
Los gobiernos del mundo, cumplen una agenda impuesta que es antinacional y, si lo pensamos apenas un minuto, contraria a los intereses de cualquier persona de bien. Hoy en la mayoría de los países la agenda de los gobiernos, no responde a las demandas o requerimientos de los propios habitantes del país, sino que es una agenda al servicio de la oligarquía mundial (BigTech, ONU, Foro de Davos, Partido Comunista Chino, Fundaciones, ONGs, etc., etc., etc.).
Nuestra casta política, que antiguamente usufructuaba nuestro trabajo y luego las dádivas de estos organismos internacionales, hoy ya ni siquiera saca rédito de su vinculación con los intereses internacionales, sino que está totalmente sometida material, mental y espiritualmente al globalismo. El modelo a donde vamos es el modelo totalitario chino, ergo, antilibertad.
Una de las pocas cosas que dejó en claro la “pandemia” del virus chino, es que los individuos, por nuestra pobreza material e intelectual, nos hemos convertido en personas cada vez más dependientes de un Estado que no nos reconoce como sus mandantes, sino remítase al caso de Canadá, cuyo gobierno «liberal» lejos de atender las demandas de la ciudadanía. Los gobiernos, obedecieron dogmáticamente una serie de políticas diagramadas por un grupo de personas que integran los organismos supranacionales que se iniciaron con un encierro injusto e innecesario y; con consecuencias que aún hoy desconocemos.
La población se empobreció, la burocracia se disciplinó, el Estado se agrandó y la oligarquía nacional y global se enriqueció, mientras gran parte de los medios de comunicación acompañaron la construcción del relato global.
Cuando todos corrían a ponerse alcohol en gel en las manos, en muchos países del mundo se instauró, directamente, una dictadura. En Canadá por ejemplo, Justin Trudeau al verse acorralado por sus mandantes del «Convoy por la Libertad», dictó ley marcial, congeló cuentas bancarias, arrestó masivamente a los que protestaban, disparó contra los medios de prensa que no se ajustaron a su relato y asesinó a una anciana discapacitada pisándola con los caballos de la Policía Montada, dejando en claro que no bromeaba con eso de darle un poder total al Estado sobre los individuos.
Lo mismo pasó en Australia, en Nueva Zelanda, en Italia, en Holanda, Francia, etc.
Los gobiernos han ido dejando de lado el estado de derecho para convertirse en dictaduras que desconocen las libertades individuales de sus ciudadanos. Incluso, “marcando” como ganado a sus mandantes y condenando al ostracismo a quienes no quisieran ser marcados.
Los Estados, dejaron de ser administradores de la cosa púbica para convertirse en garantes de las políticas globales a través de la sumisión, la pobreza, el incremento de la deuda y su imposibilidad de pago. En el futuro, si no despertamos a tiempo, viviremos sometidos a un proyecto de vida social del cual no somos arquitectos. Todas las medidas impuestas desde que nos cruzamos con la “sopa china”, no son más que control social, es el sueño húmedo de la izquierda más rancia: “Someter a las personas y obligarlas a abandonar su dignidad”.