Para los que no vienen prestando atención, en mis escritos estoy creando una saga en la que menciono a algunos de mis amigos, oriundos de un “mundo mágico y ficticio” (ma non tanto) en el que mi imaginación enriquece (o quizás empobrece) algunos elementos que ellos, como materia prima, proveen.
Todos y cada uno de los amigos de ese “mundo mágico y ficticio” a quiénes mencioné o menciono, son personas sumamente talentosas, en general buenos ciudadanos que aman a la Patria y a sus respectivas familias. Solamente están un poco “loquitos” (en el buen sentido de esa expresión), pero eso es nutriente para la tragicomedia literaria que algunas veces pretendo hacer en estos artículos.
Uno de ellos nació en Patton, Iowa, EEUU. La misma localidad en la que habría venido al mundo James Francis Ryan de la famosa película de Steven Spielberg. Pero vivió casi toda su vida en el Paraguay y podría decirse hoy, que es más paraguayo que muchos. Excepto, excepto, en esto que pasaré a relatar a continuación, en lo que es bien yanqui.
Su nombre es Rommel Alf, quien entre tantas actividades de pasatiempo, se dedica a las artes marciales. Esto sin duda es algo bastante noble y honorable. De entre todos los amigos del “mundo mágico y ficticio”, es el que posee mejores condiciones físicas. Pero la cuestión es que en una ocasión, mientras estaba practicando una “fórmula” karateca (esos movimientos sincronizados en los que el arte-marcialista da golpes más o menos artísticos en el aire), cuando llegó a la última figura, hizo un grito, de esos que marcan que la “fórmula” ha concluido y que se supone, deben ser exclamaciones bien varoniles, como de guerra. Un “¡ah!” con muchísima hombría y con un golpazo final de cierre para romperlo todo. Sin embargo, Rommel Alf hizo ese grito, pero fue más un “¡ah!” de aputarrado que un “¡ah!” de macho indomable, según las malas lenguas que se hallaban atestiguando la escena.
“Los perros” nunca perdonaron ese desliz que se sumaba su pasado de libertario y algunas fotografías comprometedoras en las que Rommel Alf, con su uniforme de karateca, se hallaba en el suelo mientras un adversario le ponía una llave en el cuello. Cierto, las artes marciales son un deporte de contacto pero acá ya había demasiada suspicacia. En medio de unas graciosas disquisiciones, el sabiondo amigo ruso Vadim Garcipovitch, habiéndose recuperado de su resaca vespertina, remató a Rommel Alf diciéndole: “Ud. se ha vuelto un vulgar Robocop Gay, como la canción de Mamonas Assassinas”. De más está decir que el amigo yanqui jamás se ha recuperado de semejante sobriquete (tampoco se esforzó mucho por hacerlo, cabe acotar).
Todo este relato nos trae a colación la llegada de un nuevo Embajador de los Estados Unidos de Norteamérica al Paraguay. Su nombre es Marc Ostfield, es experto en lucha contra el terrorismo y que tiene por pareja a otro hombre, quien vendría con él a instalarse en “La Embajada”. Algunas fotografías de ambos “tor-trolitos” han corrido por las redes y en verdad parecen tener algo de los protagonistas de “Robocop”, esa película hollywoodense de 1987 que tanto impacto causó en su momento.
En dicha obra cinematográfica, se vive en un mundo distópico en el que el Gobierno de los EEUU ha sucumbido ante el crimen organizado y demás problemas sociales, a punto tal que son las mega corporaciones las que llevan adelante las tareas más importantes, como por ejemplo, la seguridad. Allí es donde aparece “Robocop”, un invento de la gigantesca empresa Omnicorp Inc., que se encarga de llevar la Ley y el Orden hasta donde la Policía de Detroit no puede llegar.
Por supuesto que la realidad vino a superar a la ficción en ese caso. Los Estados Unidos de Norteamérica, otrora un país respetable por sus principios republicanos (uno puede estar a favor o en contra, pero nobleza obliga reconocer que hasta hace algunas décadas atrás, los yanquis todavía creían en sus instituciones y principios constitucionales), hoy en día está completamente manejado por oligarquías y corporaciones que han cooptado en muchísimos sentidos a los gobiernos de dicho país, convirtiéndose en el “deep state” (estado profundo) que en realidad maneja los hilos de la nación, independientemente de quién esté sentado en el Salón Oval de la Casa Blanca. El ejemplo más contundente de todo ello lo vimos hace poco tiempo atrás, cuando la corporatocracia de Silicon Valley (representada en Facebook y Twitter) se encargó de borrar de sus redes sociales al mismísimo Presidente de EEUU, entonces Donald J. Trump. Pero no fue el primer caso. El General Dwight Eisenhower también combatió durante su mandato, a su manera, contra el creciente poderío del “complejo industrial-militar” y su influyente lobby en Washington D.C., al igual que John F. Kennedy en su breve y trágica presidencia.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos exportaba al mundo su “democracia liberal” con bombas y golpes de estado. Sus soldados, marinos, aviadores (al menos según el cine de Hollywood, porque la realidad era otra) luchaban y vencían contra sus enemigos. El mundo respetaba a la Casa Blanca porque, a pesar de sus errores, graves errores, se podía decir que tenían, más o menos, algunos principios razonables como la defensa de la familia natural. Claro que todo esto fue cambiando gradualmente y para 1991, cuando cayó la Unión Soviética, era bastante difícil decir qué diferencia había entre yanquis y bolcheviques más allá de las doctrinas económicas. Ambos países tenían aborto libre, en ambos países la sodomía quedó normalizada (incluso peor en EEUU), en ambos países la sociedad estaba atomizada, disgregada, absolutamente servil a las grandes oligarquías y cárteles mafiosos, etcétera.
Bueno, nos quedaba el cine estadounidense, para comer pororó y tomar Pepsi Cola. Podíamos ver a “Robocop” combatir a los bandidos en nombre de Omnicorp Inc., salvando a la ciudad de Detroit de las hampas organizadas (siendo él mismo parte de una mafia, pero legal, en esa corporación a la que servía). Quizás ese era el mejor producto de exportación que salía de los Estados Unidos.
Hasta que el chistecito de “Robocop” se convirtió en una realidad, pero con un “plot twist”. El oficial Murphy de la película era un hombre de familia (la única que existe es la natural: hombre y mujer) con hijos convertido en ciborg. En el mundo real, EEUU empezó a exportar otra clase de “Robocop”, no precisamente artefactos de ingeniería trans-humanista sino hombres reales, de carne y hueso.
Y esos hombres reales, de carne y hueso, todos gay o muy favorables a los sodomitas. Véase lo que ha pasado con los más recientes que anduvieron por Asunción del Paraguay. Lee McClenny supuestamente está casado, pero su pasatiempo favorito era ondear banderas del orgullo homosexual en su Embajada mientras salía de paseo al interior de nuestro país con su amiguito Matthew Hedges, el Plenipotenciario de Inglaterra, otro al que le gustaba la galletita con leche, con devoción (como digno súbdito de Su Majestad Británica). Hasta se los veía juntitos, de la mano prácticamente, marchando en los desfiles de los 108 exhibicionistas de Paraguay. Hoy podríamos decir, apelando a comparaciones bíblicas y sin temor a equivocarnos, que las Embajadas de Inglaterra y Estados Unidos son equivalentes a las de Sodoma y Gomorra, respectivamente. Y según las malas lenguas, de las mujeres que ocuparon el cargo de Embajadoras de EEUU en Paraguay, al menos dos de ellas (de las más recientes) eran amantes de la tortilla. ¡Así avergüenzan el puesto que alguna vez fue ocupado por un héroe condecorado como el General Martin T. MacMahon!
Pero el caso de Marc Ostfield supera todo lo anterior. Nos viene un “Robocop Gay”, experto en seguridad y terrorismo, con todo y chongo para seguir presionando con la nueva agenda del decadente Imperio Estadounidense. ¿Y cuál es esa agenda, preguntarán? Pues la de los trans-humanistas de “Omnicorp Inc. Gay” del mundo real, desde luego. No se trata ahora de exportar la democracia liberal estadounidense con bombas, sino de exportar la sodomía liberal estadounidense con embajadores amantes de la galletita con leche. “¡O tempora, o mores!”, diría Cicerón. “¡Cómo han caído los poderosos!”, exclamaría por su parte el Rey David.
¡Y después se preguntan cómo es posible que unos agricultores montañeses con costumbres del medioevo, como los Talibanes, les hayan dado una paliza militar! No sabría decir cómo combatían los soldados estadounidenses en Afganistán, pero estoy seguro de que les gustaba “pelear con la cola”, si consideramos a los “Robocop Gay” que andan enviándonos por acá. De hecho que los yanquis se adaptaron muy bien a la costumbre del “Bacha Bazi” y no diré mucho más sobre ese tema.
¿Desde cuándo tienen esta horrible costumbre diplomática los yanquis (y no me refiero a la sodomía, que se explicaría por sus ancestros ingleses) de “presionar” a otros países con sus “Robocop Gay”? Yo pensaba que desde la caída del Muro de Berlín, más o menos, pero sí nos basamos en la historia de mi amigo Rommel Alf, pareciera ser que viene de mucho antes este veneno encubierto. Aunque debo defender a mi socio: estoy seguro de que, a pesar de sus grititos de karateca excitado y de su pasado de libertario, él no es del equipo de Marc Ostfield y su “tor-trolito”. Medio siglo de vida en el Paraguay te curan de todo.
¿Y qué alternativa tenemos, se preguntarán? Es difícil responder, porque Estados Unidos ha sido un amigo histórico del Paraguay, un país al que a pesar de sus graves errores geopolíticos (especialmente desde 1945 en adelante, cuando los ingleses les tiraron el fardo de ser la “policía del mundo”), los paraguayos les tenemos cierto aprecio por personajes como el General MacMahon, a quién ya mencioné, o la intervención del Presidente Rutherford Hayes (pero también tuvieron otros individuos nefandos como Charles Washburn o Spruille Braden…). En fin. A pesar de esto, es importante decir lo siguiente. La diplomacia no puede guiarse por sentimentalismos. Lo único que debe importarnos en ella, es hacer respetar los intereses nacionales de la mejor manera posible. Ya sabemos que a la mayoría de nuestros politiqueros, la “Patria” es lo último en sus mentes, solo quieren recibir la dulce viruta y las dádivas que llegan de las organizaciones extranjeras. Tengo la fe, empero, de que existirán todavía algunos que son patriotas y se percatarán de que los Estados Unidos (y su maestra Inglaterra) se encuentran, hace varios años, presionando a nuestro país para que la agenda de “Omnicorp Inc. Gay” y de sus “Robocop Gay” nos sea impuesta. Y estos patriotas sabrán “soltar la mano” del Imperio Estadounidense, decadente y agusanado, para buscar nuevas alianzas diplomáticas. Nuestra mediterraneidad es la mejor defensa que tenemos.
Miremos, por ejemplo, hacia Rusia. País que ha sido (quizás más que muchos) benévolo y hasta defensor del Paraguay en temas históricos como en la Guerra de la Triple Alianza. Que hasta nos ofrendó grandes militares durante la Guerra del Chaco, que dieron su vida por nuestra nación. País que tiene valores muchísimo más similares a los nuestros (protección de la familia natural, lucha contra la ideología de género y el aborto, fomento de valores tradicionales, etcétera) a diferencia de lo que promueve la “Alianza Atlanticista” de EEUU e Inglaterra (sodomía, transhumanismo, destrucción de la familia natural, posmodernismo, etcétera).
Es más, hasta me atrevo a decir que deberíamos acercarnos más (pero con mucha cautela) a la República Popular de China. Quizás los chinos no estarán tirando dádivas y sobornos como los taiwaneses, pero al menos todavía tienen la decencia de estar completamente en contra de la ideología de género y la sodomía, a diferencia de Taiwán, el país más “Robocop Gay Friendly” de toda Asia. ¿Acaso Taiwán nos compra productos, nos provee de grandes inversiones tecnológicas, más allá de algunos “mocos de pavo” que arrojan al aire y que no llegan a tocar el piso por los angurrientos politiqueros rateros que tenemos? Es más, por el horripilante edificio del actual Congreso Nacional, que se construyó por asesoría y financiación de los taiwaneses, ya deberíamos ponerles una demanda.
¡Es que alguna señal de “soberanía” tenemos que mandar al mundo! ¡No podemos ser tan vasallos! Compatriotas, ¡deberíamos dejar de ser tan pepenadores, dejar de vivir de tanta limosna! Hay que mostrar los dientes de vez en cuando. ¿Tal vez Marito sea patriota una vez en su vida y no le otorgue el “exequatur” a “Robocop Gay”? Qué iluso soy… Qué iluso soy…
En fin, los “tor-trolitos” de la Embajada Yanqui vienen pronto. Se merecen respeto, a pesar de su condición, pues son seres humanos. Lastimosamente, el Gobierno de EEUU no parece ser recíproco con nosotros, no quiere respetar a nuestras tradiciones y cultura. ¿Deberíamos devolverles con la otra mejilla? Eh, yo soy católico pero no santo (quisiera serlo, obviamente).
Ya sé, ya sé que todos quieren que ponga la letra en español de la canción “Robocop Gay” de los extintos roqueros brasileños Mamonas Assassinas. Pero no lo voy a hacer, mejor suerte para la próxima. Esa canción solo puede ser usada con mi amigo karateca nacido en EEUU, Míster Rommel Alf (quién no es sodomita, aclaro, pero lo de libertario no se le quita del todo).
Aunque, pensándolo bien, creo que podríamos dedicar esa canción a su compatriota Marc Ostfield. Le describe perfectamente.