sábado, 23 noviembre, 2024

El dogma de la democracia liberal

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Un filósofo de la India, mientras enseñaba a sus discípulos, dijo alguna vez:

“La democracia básicamente significa el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo… Pero el pueblo es retrasado mental. Entonces deberíamos decir: gobierno de los retrasados mentales, por los retrasados mentales, para los retrasados mentales”.

Dicho silogismo pertenece a Osho, el gurú y maestro Zen Hindú. Quise agregar una descripción algo más romántica y exótica para darle un toque de profundidad y magia, lo habitual cuando a los occidentales desprevenidos se les quiere enseñar algo que proviene de oriente para engañarlos y hacerles decir “guau, qué profundo”. Pero no lo logré, me cuesta disimular que no soy admirador de orientalismos y gnosticismos presentados con el ropaje de lo estrafalario. A decir verdad, entre Osho y yo hay enormes diferencias de pensamiento. Estamos casi totalmente en las antípodas, pero coincidimos en algo: la democracia es un absurdo.

Allí tenemos como ejemplo contundente lo que ocurrió en la hermana República de Chile. El candidato Gabriel Boric (de “izquierda radical” como ideología política), acaba de convertirse en Presidente Electo de dicho país tras los comicios que sostuvo contra su adversario José Antonio Kast (de la llamada “derecha conservadora”).

Si hacemos una comparación entre las vidas personales de ambos contendientes, el vencedor Boric es un abogado no-matriculado y que nunca ejerció su oficio, que se ha dedicado a la política de la “izquierda radical” hace muchos años militando como líder estudiantil y posteriormente, su primer “trabajo honesto”, si se me permite el oxímoron, fue ser electo Diputado Nacional; no se sabe a ciencia cierta si el Presidente Electo de Chile tiene una pareja estable, sus propagandistas dicen que su “novia” desde el 2019 es una politóloga pero yo sospecho (tómese solo como una intuición, puedo estar equivocado) que eso parece ser más “pantalla” antes que “realidad”. Por supuesto que no se le conocen hijos, vivos o muertos, al agnóstico Gabriel Boric. Es un “joven” de 35 años perfectamente estéril hasta el momento.

En contrapartida, el derrotado Kast es un caballero de 55 años, católico devoto, casado desde 1991 y con nueve hijos con su única esposa. Nueve, se dice pronto. Es también abogado, pero ejerció la profesión desde los tribunales y también en la docencia universitaria, así como participó de los negocios inmobiliarios de su familia. Prolífico desde donde se lo mire, este “pater familiae” tiene un “pequeño templo” y una “pequeña patria” que defender y amar en su propia casa. Lo demás le viene por añadidura.

 Si fuera por estos sencillos datos personales, para cualquier persona con dos dedos de frente, el mejor candidato era el representante de la “derecha conservadora”, hombre con suficientes “cicatrices de guerra” como para cargar con la inmensa responsabilidad de ser Presidente de la República de Chile. No obstante, recordemos las palabras del “Maestro Zen” Osho sobre la democracia… Ganó Gabriel Boric, infértil, inexperto, ingenuo e imberbe (a pesar de que tiene mucha barba). ¿Qué nos quedaría decir después de esta descripción?

Pues acotar que no es simplemente el “sistema democrático” el que permite que ocurran estas cosas. En realidad, el secreto gnóstico más profundo que se oculta bajo el “dogma” de la democracia es que esta se sostiene por una ideología corrosiva, nefasta y por naturaleza destructiva para todas las naciones. Es la ideología de los tecnócratas globalistas, también de los revolucionarios libertario-jacobino-trotskistas y la que tienen en común, con ciertos matices de discrepancia, Gabriel Boric y José Antonio Kast a pesar de las profundas diferencias personales que existen entre ellos dos.

El lector que me sigue ya sabe a qué “ideología” me refiero. Le doy una pista confirmatoria: es pecado.

Me dirá alguien que una persona tan noble y caballeresca como José Antonio Kast, católico devoto, jamás seguiría a un pensamiento político que “es pecado”. Le respondo que lastimosamente, hasta los mejores son engañados por espejismos. Cuando uno se auto-define como de “derecha conservadora”, lo que está diciendo es que tiene pretensiones de “conservar” algo. ¿Pero qué?

¿Acaso en Chile, país donde el aborto se ha legalizado (en las famosas “tres causales” que son la puerta de entrada para todo lo demás), hay algo que “conservar”? ¿Acaso en Chile, país donde el llamado “matrimonio igualitario” y la mutilación de genitales conocida como “cambio de sexo” están aprobados, hay algo que “conservar”? Podría seguir con esto.

Quizás opondrán a esos cuestionamientos que lo que se debería “conservar” es el “sistema” que se estableció durante el gobierno del General Augusto Pinochet y que generó tantos éxitos en materia económica. Pero amigos, si dicho “sistema” permitió el crecimiento material de Chile en detrimento de su vida social y del tejido moral que conformó a esa nación, volvemos a preguntarnos aquí: ¿acaso hay algo que “conservar”? ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si ha perdido su alma?

Por eso decimos que el liberalismo es pecado y que en el fondo, en términos ideológicos, no existe una diferencia sustancial entre la propuesta de José Antonio Kast y el vencedor Gabriel Boric. Es más, el primero, con su hermosa vida privada (según lo que se dice, no tengo el gusto) de noble caballero católico y pater familiae con extensa prole, está defendiendo algo que ya no existe más que en la imaginación, en el idealismo mágico de cuño germánico, romanticismo e irrealidad creados en base a plena subjetividad. ¿Qué es lo que desea “conservar” Kast? ¿Las ruinas que el liberalismo aún no ha destruido cuando levantó sobre ellas su fantasmagórico edificio amorfo y horrible? ¡No, gracias, noble caballero! ¡Yo le voy al Necaxa!

Gabriel Boric es absolutamente coherente y consecuente en ese sentido. Es trotskista de revolución permanente. Es libertario de corazón. Su agnosticismo en realidad refleja a su verdadera religión, que es, el relativismo moral más absoluto con el disfraz y el buen maquillaje de cierto bienestar económico heredado de sus ancestros trasandinos. Y cuando hay reclamos sociales, pues adelante con la dicha “revolución permanente”, que siempre hay un nuevo día para un nuevo levantamiento y dale gas con el protestantismo en función posmoderna. Desde luego que la juventud imbuida en las máximas del mundo decadente y liberal en que vivimos, no piensan en nada más que en sus placeres y caprichos, lo último que les interesa es el bien común y la Patria. ¡Y hay gente que quiere bajar la edad del voto a los 15 años! ¿Qué diría Osho, el Maestro Zen, si le preguntáramos su opinión sobre eso? Estoy seguro que algo muy similar a su frase al inicio de este artículo. ¡Ah, no hables mal de la “juventú”, que ellos son nuestro futuro! ¡Sí, voy a hablar mal de la “juventú” porque la mayoría, salvo honrosas excepciones, son como Gabriel Boric: infértiles, inexpertos, ingenuos e imberbes (y ni siquiera ostentan una barba como la del Presidente Electo de Chile o la de Osho)!

Entonces, los tecno-progresistas como Boric en realidad son solo una consecuencia natural del problema cuyo nombre es claro y visible como el día, aunque a muchos no les guste admitirlo: se llama liberalismo.

Más debemos enfrentar a la otra cara del asunto y que se presenta con otros motes: “Conservadurismo”, “Derecha Liberal”, “Liberalismo Clásico”. O sea, lo mismo que lo anterior pero igual.

Lo que pasa es lo siguiente: los “conservadores”, “derecha liberal” o “liberales clásicos” que actualmente reconocen que el sistema democrático les ha fallado y que nos encontramos en una situación de decadencia profunda, en realidad son como “homeópatas ideológicos”, pues a pesar de que han diagnosticado acertadamente las dolencias del descontrolado declive que se padece en el mundo posmoderno, sin embargo, insisten contra toda lógica con el principio de que “lo similar cura a lo similar” y siguen sosteniendo que los errores gravísimos de la democracia liberal solo se solucionan con “más democracia y más liberalismo”. No se atreven (nunca se atreven) a ver, tal vez por sesgos personales o por mera estulticia, que seguir introduciendo veneno en el propio cuerpo, independientemente del nivel de dilución, en el mejor de los casos no es sino una engañifa cuyo momentáneo efecto placebo genera una severa distorsión en la comprensión de la realidad, y en el peor de los casos, la ponzoña tarde o temprano aniquila al que la consume. Aunque, a decir verdad, ambos efectos ocurren durante el proceso de “homeopatía ideológica” que mata lentamente a los “liberales clásicos” o “conservadores”.

Todo eso nos sirve más o menos para decir que en este sistema, en un momento se puede remar más con la mano derecha y en el siguiente período, con la izquierda. Pero la canoa siempre será la “democracia liberal”, lo que significa que nunca se servirá a los objetivos de la Verdad, el Bien y la Belleza (los únicos que pueden conducirnos a la restauración de nuestra Patria Terrena). Pero si no queda suficientemente claro lo que se está tratando de decir en este artículo, apelamos a una frase de J.R.R. Tolkien, uno de los pocos anglosajones que se salva (por el momento) de mis invectivas y mi proverbial mala uva. Decía el famoso escritor del “Señor de los Anillos” en una carta a su hijo Christopher algo que es tan conciso como categórico:

“No se puede combatir al enemigo con su propio anillo, sin convertirse uno mismo en el enemigo”.

La democracia liberal “es” el enemigo y su “anillo de poder” siempre ha sido el liberalismo, en cualquiera de sus formas. Ergo, siguiendo al archi-católico Tolkien, se debe rechazar completamente a ese “anillo de poder” para poder derrotar a los que quieren destruir nuestra civilización. ¿De qué “civilización” hablo? La cristiana, que solamente puede ser Católica y Romana. ¡No existe otra!

José Antonio Kast merecía ganar por sus espléndidos valores como persona. Pero a la vez merecía perder porque busca “conservar” algo que ya no existe. Gabriel Boric por su parte, no tiene casi méritos personales para ejercer el puesto de Presidente de Chile de manera satisfactoria (quizás el tiempo demuestre lo contrario, uno nunca sabe, prima facie todo indicaría que no) pero es absolutamente consecuente y coherente con el sistema que le permite llegar a dicho puesto y por ende, merecía ganar. ¡Recordemos lo que nos dijo Osho sobre la democracia! Además, la sinceridad de propósitos, incluso si estos son oscuros y macabros, vende mucho más que la moderación y tibieza a la hora de defender ideales que nacieron muertos porque ya no existen sino en el mundo mágico de algunos que insisten con la “homeopatía ideológica”.

Como remate a este artículo, utilizaré una palabra de nuestro aguerrido idioma guaraní que describe en su denotación a una “suciedad molesta” y en su connotación a una cosa “que es tan blandengue e insignificante” que no vale la pena despreciarla siquiera. “Jare” (se pronuncia “yaré”). Y esta es la expresión en la que emplearé dicho vocablo:

“Qué jare es ser conservador. Añarakópeguare”.

Por lo demás, para luchar contra este mundo globalista y posmoderno se requiere abandonar el dogma de la democracia liberal e iniciar lo opuesto a la revolución, es decir, la contra-revolución. Y la segunda palabra en guaraní que aparece en la frase entrecomillada anterior es intraducible, no me pidan que lo haga. Paraguayans only.

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