sábado, 23 noviembre, 2024

Histeria pestífera

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En la novela “La Peste” del franco-argelino Albert Camus, como su título sugiere, se desata en una ciudad de su país natal, en pleno siglo XX, nada más y nada menos que un brote de la “muerte negra”. Estamos hablando de la enfermedad causada por el tristemente célebre microbio “Yersinia Pestis”, que causó estragos en Europa a mediados del siglo XIV y sus efectos se dejaron sentir incluso hasta principios del XV. Curiosamente, según una de las teorías más aceptadas, la dolencia habría llegado hasta el Viejo Mundo desde China gracias al intercambio entre unos comerciantes venecianos (o genoveses) con los habitantes del Extremo Oriente y también por las ratas infectadas con el microorganismo que subían a las embarcaciones. Los cálculos más moderados hablan de 50.000.000 de muertos solamente en Europa, en los años pico de la enfermedad en 1347 – 1351, aproximadamente el 25% de la población del continente. A nivel mundial, se habla de 150 a 200 millones de fallecidos en el mencionado período de tiempo.

Camus tiene un par de frases para el recuerdo en esa novela, quizás la única buena que ha escrito. Además, presenta a unos cuántos personajes de la Ciudad de Orán que hacen una pintura muy vívida de las experiencias humanas durante estas grandes tragedias. Así, de las páginas finales, extraemos para el análisis la primera de ellas:

“El Dr. Rieux decidió redactar la narración que aquí termina por no ser de los que se callan, para testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la violencia que les ha sido hecha, y para decir simplemente algo que se aprende en las grandes plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

El protagonista del relato habla y deja ver el pensamiento del autor, que con Premio Nobel de Literatura y todo, se muestra como un perfecto bobalicón e idealista empedernido, de esos que avergonzarían al suicida Werther. Es que ciertamente, los hombres somos capaces de hacer grandes cosas pero en la mayoría de las ocasiones, a lo sumo y aunque no guste admitirlo, estamos en asuntos perfectamente anodinos por no decir despreciables. Y somos chacales porque “pecador nací desde el vientre de mi madre” como dice correctamente el Salmista Profeta.

Yo soy hispano de sangre y tradición, por esa razón, el desengaño es lo que filosóficamente hablando me representa. Consiguientemente, decir que “en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio” solo refleja un desconocimiento de la naturaleza humana en general, sin hablar de particularismos. Porque los hechos históricos de la misma actualidad en que vivimos nos lo demuestran claramente.

Tenemos el caso del COVID-19. El mundo entero, desde diciembre de 2019, se encuentra preso de un pánico inexplicable. La histeria se ha apoderado de las mentes de muchos quienes creen que el SARS-Cov-2 es un bichito tan mortífero como la Yersinia Pestis y que en pleno siglo XXI, estamos en las mismas condiciones sanitarias que en el siglo XIV. ¡Ah, pero a renglón seguido de difundir terror a diestra y siniestra, celebran que “ya no somos medievales” sino “avanzados”! Es la contradicción como nunca se ha visto en la historia.

En la novela “La Peste”, el tontaina pero buen escritor Camus nos presenta a un excelente personaje. Cottard, el suicida que cuando declaró la pandemia de “muerte negra” en Argelia, vivió más feliz que una lombriz intestinal mientras el resto de su comunidad caía víctima de la enfermedad. No solo eso, sino que se puso a negociante con muchos traficantes y aprovechadores que en esos momentos encontraron la fresca viruta de la cuál enriquecerse y sacar pingues ganancias.

Me ubico en nuestro tiempo. Hace unas semanas, los directivos de la empresa MERCK habían dicho que la Ivermectina que ellos producen es supuestamente “inefectiva” para controlar al COVID (a pesar de que en Japón, esta se utiliza ampliamente junto a otras drogas, con resultados positivos). Desde luego que la prensa internacional repitió hasta el hartazgo lo que afirmaron los directivos de MERCK. Pero en el siguiente párrafo, la misma gente de la mencionada compañía anunciaba que acababan de fabricar una “nueva droga” que “sería capaz de erradicar definitivamente al SARS-Cov-2”. Los aplausos de los que supuestamente “siguen a la ciencia” no se hicieron esperar y es allí donde yo me quedé más sorprendido que nunca ante tamaño cinismo de mercachifle, queriendo insultar a Camus por haber dicho que “en los seres humanos hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. ¡Solo un iluso puede pensar eso!

Ahora mismo tenemos un caso similar. La supuesta “variante OMICRÓN” del COVID-19, para utilizarse todas las letras del alfabeto griego.

Nos dicen los fabricantes de las “vacunas” (yo me puse dos dosis de PFIZER) que será necesario crear “nuevas vacunas” porque las anteriores “ya no servirían” contra las mutaciones del Coronavirus. Incluso el Presidente de la Compañía MODERNA dijo que debería desarrollarse nuevas inoculaciones, obviamente con el precioso dinero que los contribuyentes de cada país, administrado por los Gobiernos de idiotas útiles y tontos de capirote que tenemos, quienes como Albert Camus, piensan estúpidamente que “en los seres humanos hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Este pensamiento mágico hace que la industria médico-farmacéutica internacional, una de las más corruptas del planeta, ahora mismo esté bailando en una pata con la lluvia de plata fácil que les viene de arriba. ¿Será que los que “siguen a la ciencia” son incapaces de hacer una sencilla asociación de lógica y determinar un simple patrón de enriquecimiento absolutamente inmoral a costa del terror inoculado a la población?

Pero bueno, llegó OMICRÓN. ¡Que siga la histeria pestífera, el enriquecimiento inmoral de unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría! ¡Dale nomás, dale que va!

Las similitudes con una “pandemia” reciente son sorprendentes. En la década de los 1980’s, entre los homosexuales de EEUU y Europa se había difundido un nuevo virus, conocido como el VIH. También heterosexuales que mantenían una vida disoluta, con drogadicción y sexo anal, lo contraían y difundían la infección a demás personas. Se hablaba de “portadores asintomáticos” al igual que con el COVID y demás paralelismos. En fin, que la histeria pestífera se apoderó del mundo anglosajón, especialmente (las comunicaciones no eran todavía tan “masivas” y “globales” como hoy).

Antes de que se tuviera claramente definido en qué consistía el llamado Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), las compañías de la industria médico-farmacéutica se hallaban fabricando los test de detección y drogas para curarla. Al igual que con el SARS-Cov-2, los primeras pruebas de diagnóstico para el VIH eran sumamente inespecíficas y generaban muchos falsos negativos (todo el mundo ya se olvidó de los “falsos positivos” del PCR, pero yo no). Pero incluso a sabiendas de todo esto, EEUU y Francia se disputaban “el descubrimiento” del VIH y también las “regalías” por la implementación de las pruebas de ELISA y Western Blot, llegando a darse incidentes diplomáticos por el tema.

De la misma manera, como habíamos señalado, la industria médico-farmacéutica lanzó al mercado un montón de drogas experimentales, la más famosa de ellas fue el AZT, que era prescripto en dosis descontroladas como la supuesta “forma de tratar el SIDA”. La FDA y la NIH de Estados Unidos bajo la dirección del Dr. Anthony Fauci (el mismísimo de hoy día, desde 1984, ¡hábleme de “crápula” del gobierno!) aprobaron la utilización del AZT como “tratamiento experimental” contra la infección por VIH.

Hasta hoy no se sabe exactamente cuántos han muerto durante la primera fase de la utilización de AZT como “tratamiento experimental” contra el SIDA, pero está ampliamente reconocido que hubo una grave mala praxis médica y probablemente cientos de miles hayan sido víctimas de la “intoxicación a causa de AZT” en el desesperado intento de “contener al VIH”. Ciertamente, la droga funciona y se sigue utilizando, pero no en las dosis y no de la forma que en los primeros años se usó. Todo esto es tan sabido y aceptado que hasta Hollywood, la máquina de propaganda del sistema tecnócrata globalista, hizo una película multi-galardonada que habla sobre ello, “Dallas Buyers Club” con Matthew McConaughey. Por supuesto que las compañías que fabricaron el AZT, así como sus distribuidores, hicieron enormes ganancias gracias a la histeria pestífera y la constante inoculación de terror en el populacho.

He allí a los “Cottard” del mundo posmoderno. Los que viven felices en medio de la propaganda terrorista, la cultura de la muerte y el lucro inmoral en base al miedo de la población. ¡Ah, pero el iluso bobalicón de Albert Camus y sus seguidores siguen creyendo que en los seres humanos hay más cosas dignas de admiración que de desprecio!

No obstante, tiene cosas rescatables el autor de “La Peste”. Escribe bonito y también dejó otra frase, la segunda que deseo mencionar para dar cierre a este artículo:

“Sabía sin embargo que esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser sino el testimonio de lo que fue necesario hacerse contra el terror y su arma infatigable, que sin duda deberán seguir haciendo, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos”.

En este mundo posmoderno, más que nunca en la historia, son muy pocos los que creen en que exista un “bien absoluto”. Es el cinismo más atroz de aquellos quienes hablan del “interés general”, negando el hecho más claro y evidente de toda la condición humana: todos vamos a morir. Absolutamente todos. Ninguno se salvará de ese destino, no importa cuánto se busque evadir dicha realidad, no importa cuánta histeria pestífera se genere en torno a “COVID” o su variante “OMICRÓN” y demás, no importan las ganancias inmorales ni cuánto culto se ejerza en torno al terror inoculado de los Cottard de la vida real.

La plaga estará allí, por siempre y para siempre. Los humanos solo tenemos una alternativa: aprender a lidiar y vivir con ella hasta que algún día nos toque morir, sea por la mortífera Yersinia Pestis, sea por SARS-Cov-2 que tiene una letalidad más o menos similar a la “desaparecida” influenza, sea por cualquier otra causa imaginable. Cuando reconozcamos esto, nos daremos cuenta de que la histeria y el pánico no han salvado a nadie, todo lo contrario, tal vez se hayan tomado medidas absurdas que solo han hecho más daño que beneficios. Y quizás solo entonces podremos volver a nuestras vidas normales, más allá de toda la existencia inauténtica que se impuso por medio de la histeria pestífera de los que creen en mitos como la “bondad de la humanidad”.

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