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El odio al rico, amor al hampón

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El odio a los ricos es el más reciente libro del pensador libertario, Axel Kaiser. El trabajo, escrito con una aguda pluma, describe el comportamiento de la economía chilena después de las medidas impositivas que aplicó Michel Bachelet en sus dos gobiernos. 

El año 2014, Bachelet regresa al poder bajo el discurso de barrer por completo con lo que quedaba en pie del modelo neoliberal. Obviamente, ese plan se sostenía en un pilar muy maligno: Impuestos progresivos a los altos patrimonios.

La maquinaria publicitaria de Bachelet se encargó de implantar una narrativa contra los ricos, a quienes acusaba de ser egoístas y antipatriotas; de exaltar los ánimos y las animadversiones contra aquellos que se oponían a la reforma tributaria; de promesas huecas sobre la mejora de vida de las clases populares, y de mentir sobre los efectos que tendría su política sobre la economía. Obviamente, no podían faltar las ofertas de salud y educación «gratuitas».

Sin embargo, como siempre sucede en cada experimento de redistribución de la riqueza, Chile ingresó a una década con bajo crecimiento económico y, paradójicamente, mayor incremento de la pobreza. Al respecto, los economistas, Gonzalo Sanhueza y Arturo Claro, citados en el trabajo de Kaiser, afirman lo siguiente:

Entre 2004 y 2013, el crecimiento promedio del PIB real fue de 4,8% y el PIB per cápita se incrementó en 3,7%. De 2014 a 2023, en cambio, el crecimiento de la economía ha sido de un magro 1,9% en promedio anual y si se ajusta por el crecimiento de la población, este cae a un 0,6% per cápita por año. Si entre 2004 y 2013 se creaban en promedio 206 mil empleos por año, entre 2014 y 2023 tan solo se crearon 93 mil empleos anualmente. La inversión, que creció en alrededor de un 10% por año entre 2003 y 2014, lo hizo apenas a un 0,8% real anual en la década posterior a las alzas de impuestos. Al mismo tiempo, los salarios reales, que crecieron un 2,45% promedio anual en el primer período, lo hicieron un escuálido 1,2% en la última década.

No obstante, odiar al rico no se reduce, exclusivamente, a la realidad chilena, sino que es una patología de la totalidad de América Latina. Por ejemplo, Victoria Eugenia Henao, la viuda de Pablo Escobar, al momento de narrar el camino que siguió su marido para ingresar a la política, relata que fue muy fácil convencer a los antioqueños de votar por el patrón. Todo se redujo a: «Ustedes me dan su voto, pero yo les daré plata» y «Los ricos son malos, son oligarcas, yo soy del pueblo como ustedes».

¿Por qué razón el rico es el blanco de ataque de todos los populistas?

Kaiser identifica una causa vital: el modelo educativo.

Las Ciencias Sociales, entre ellas, la Economía, se enseñan desde una premisa errada: La desigualdad como problema a solucionar. Por lógica, arreglar las desigualdades se traduce en usar la política tributaria para quitarles a unos y darles a otros, en distribuir los excedentes en partes equitativas para toda la sociedad.

Empero, como dice mi maestro Alberto Benegas Lynch, todos aquellos que proponen redistribuir la riqueza siempre hablan del patrimonio de otros, jamás del suyo. De igual manera, olvidan un gran detalle, la riqueza no es una cantidad fija, sino que se crea de manera constante en el mercado. Finalmente, todo acto redistributivo desde el Estado solamente se puede hacer por la fuerza, violando un principio básico de la sana convivencia: la igualdad ante la ley.

Con razón, Jesús Huerta de Soto define al socialismo como un sistema de agresión institucional contra el libre ejercicio de la actividad empresarial, como un virus letal capaz de destruir la civilización. O como advirtió Friedrich August von Hayek a principios de los años 40, las medidas socialistas solamente se pueden implantar con ayuda del hampa y la delincuencia.

A manera de cierre, una pequeña reflexión.

Mucha gente hastiada del Socialismo del Siglo XXI busca un salvador al estilo de Javier Milei. Pero la ruta de salida no pasa por ahí, sino por una revolución en la mente, una metanoia. Hay que empezar comprendiendo que ni la salud ni la educación son derechos, sino servicios que tienen costos de operación y que deben ser pagados por aquel que los use. No se trata de pedir que los ricos paguen más impuestos, sino de luchar por menos impuestos para todos, ese es el único camino para construir economías más competitivas. Se trata de comprender plenamente el mandamiento cristiano de no codiciar bienes ajenos.  

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