Por Gerardo Blanco Alvarenga
La agnotología es el estudio de la difusión deliberada de la ignorancia a través de información errónea o engañosa. Su significado etimológico proviene de la conjunción del término griego agnōsis, que significa «no conocimiento»; y ontología, que hace referencia a la rama de la metafísica que aborda la naturaleza del ser.
Su origen se le atribuye a Robert Proctor, profesor de historia de la ciencia y de la tecnología de la Universidad de Stanford, quien comenzó a indagar las tácticas empleadas por la industria tabacalera para generar confusión en torno a si fumar causa cáncer. También a Lain Boal, quien acuñó el término de «agnotología» en 1995.
Es decir que el objetivo principal de la agnotología es la difusión y/o propagación deliberada de ignorancia a través de una acumulación de información manipulada intencionalmente para ocultar otras intenciones al público que será destinatario de dicha mega ingeniería transformada en un relato o en una narrativa con intenciones de confundir a la masa receptora.
Recurro a este hecho histórico para entrelazarlo con nuestra realidad criolla educativa y abordarlo desde una perspectiva realista más que nada ya que ha sido nuevamente protagonista de los últimos sucesos políticos acaecidos a raíz de la destitución de la exsenadora opositora kattya González y ha tenido repercusión en el sector educativo-universitario principalmente.
Estudiantes de distintas facultades de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) han convocado por redes sociales y por los distintos medios tradicionales de comunicación a una «manifestación» en repudio a la destitución de la citada exparlamentaria. Generando un microclima de inestabilidad social, acicateando los ánimos ciudadanos y apelando a una ficticia indignación que cada vez es más selectiva e hipócrita.
Los mencionados estudiantes apelaban a consignas y a estribillos alborotadores con significantes vacíos como por ejemplo: «fulano, basura vos sos la dictadura» confundiendo a esta figura político-jurídica por excelencia del imperio romano, donde sobresale el respeto irrestricto hacia las leyes. Con un régimen autoritario fascista. Pero esto no termina ahí han convertido la falsa manifestación en un activismo partidario que responden a líneas político-ideológicas de diversa índole.
Estimulado desde sectores vinculados principalmente a la oposición, a estas alturas ya nadie puede creer en la autenticidad de las pomposas «manifestaciones ciudadanas». Han perdido toda clase de legitimidad ya que han sido guionadas e infiltradas por los diversos sectores interesados del poder afectado de turno.
Las universidades y los centros educativos (escuelas y colegios) dependen en gran medida del presupuesto público para su funcionamiento y manutención, es decir, dependen de la gran repartición de la torta estatal. He aquí la gran cuestión que nos atañe con respecto a la situación actual de la educación paraguaya en todos sus niveles; se han transformado en centros de adoctrinamiento masivos y en trincheras ideológicas donde no permea el más mínimo pensamiento crítico.
Son como borregos que van camino al matadero sistemáticamente a través de planes curriculares obsoletos e infestados de marxismo cultural. Inoculándoles la idea de que «La revolución» es el camino para combatir al statu quo dominante y gobernante. Personalmente he sido un testigo privilegiado de estos y más mecanismos de lavado de cerebro al que someten al estudiantado en general y universitario en particular.
La otrora misión principalmente de la universidad fue en un principio de estimular el conocimiento genuino a través de investigaciones arraigadas en las ciencias y en su posterior corroboración y verificación empíricas. Hoy esa máxima histórica se ha perdido por completo (salvo excepciones) ya que las invasiones masivas de corrientes ideológicas foráneas como el postmodernismo y el relativismo moral/cultural han campeado la mente de millones de estudiantes.
Estas mismas organizaciones estudiantiles son los que reclaman mayor presupuesto para las universidades estatales a iniciativas como el «arancel cero».
Una ingeniería impositiva intrínsecamente injusta porque la termina pagando el contribuyente menos pudiente que justamente no puede acceder a la educación universitaria. El parasitismo burocrático del financiamiento público ha convertido a las casas de estudio en bastiones inexpugnables para una generación de analfabetos funcionales que se convertirán en idiotas políticos que padecen el síndrome de Estocolmo. Proclamando al estado en este caso como su prominente y único salvador.