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Los discursos y los hechos

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Las redes sociales permiten muchas cosas a los seres humanos. Entre ellas, la posibilidad de crear identidades alternativas a uno mismo; se potencia a través de ellas a los espejismos, lo aparente, lo que uno dice ser pero en realidad no es.

Hay una palpable disociación de la realidad. Por un lado está la «virtualidad», que quiere existir en sí misma, que gravita alrededor de sus propios códigos de artificios y cortinas de humo en medio de mil verbalizaciones y palabras. Por el otro, como podrá Ud. imaginar, aparece el mundo de carne y hueso. Actualmente, la disociación entre una y otra cosa es más intensa que nunca; y si dentro de la ecuación añadimos al pensamiento humano, que es inmaterial pero sabemos que existe, tenemos que hay tres manifestaciones de distintas «realidades» conviviendo entre ellas.

Pues volviendo a las redes sociales, estas no son sino un potente amplificador de apariencias. Tal vez nunca en la historia se creyó que el ser humano podría llegar a magnificarse a sí mismo con tanto desparpajo, esto es, poseer un micrófono abierto para desplegar abiertamente todo aquello que uno pretende mostrar al «otro», con la posibilidad de que nada en absoluto tenga la más pequeña verosimilitud siquiera. Antes se decía que «el papel todo lo aguanta» pero las redes sociales dejaron a esa frase como un juego de niños. Twitter/X, Twitch, YouTube, Instagram, Facebook, Tiktok, 4chan… ¡Estos sí que todo lo aguantan!

Las redes sociales se alimentan del morbo, del barullo, del escándalo. Ni siquiera la televisión vespertina con sus programas de cholulaje tiene tanto impacto. Cada quién se «infla a sí mismo» a través de sus respectivas cuentas de Internet, y no siempre pero por lo general, cuando un ser humano actúa de esta manera, en la inmensa mayoría de los casos simplemente está mintiendo, sea porque juega un papel teatral a través de sus redes sociales, sea porque está consumido por su «personaje virtual», sea porque saca rédito del mundanal ruido multiplicado logarítmicamente en la Internet.

Todo el mundo sabe que, con la excepción de un discurso que realiza un comandante de tropas antes de ir al combate (lugar en donde, teóricamente, se podría perder la vida, nada más real y más terrible que la muerte), toda alocución o prédica ante el público posee, en mayor o menor medida, intenciones de manipular o directamente de engañar al interlocutorio. Algunos tendrán buenas intenciones, como una persona que sermonea o un profesor que intenta enseñar a sus alumnos, pero en casi todos los casos, algún nivel de mentira (o medias verdades, que son también medias mentiras) subsiste siempre en la oratoria.

En el fondo, siempre «hay algo de propaganda en su discurso»; invirtiendo los roles, en el caso de una persona innoble, «hay algo de discurso en su propaganda». Pero la regla general se aplica y los vendedores de aceite de serpiente llaman a todo esto «programación neurolingüística».

El caso es que hoy en día, con un mundo inundado de discursos propagandísticos, el problema no es que la gente no sea consciente de esto sino que cada quien elige, a sabiendas, qué «programación neurolingüística» escuchar y consumir, sin cuestionarlo mucho. De esta manera, el verdadero desafío intelectual del discernimiento, de escrutar e inquirir puntillosamente las palabras y los hechos, queda anulado por los propios anhelos y caprichos.

Nada nuevo bajo el sol, sin duda alguna. El asunto, reitero, radica en que el público que utiliza las redes sociales cae en todos estos vicios desenfrenados. La «virtualidad» (forma amplificada del discurso público) amplifica en niveles exponenciales a la falsedad y a las argucias. Se construye una «realidad alternativa» a fuerza de narración y de relatos en donde cada quién tiene su grado de involucramiento y de complicidad.

Lo corpóreo y presencial se transforma en algo esporádico, en instantes de fugacidad. Las antiguas charlas de cafetín, que podían ser tan simpáticas como cansinas, se redujeron a convenciones sociales e interesados asuntos de supervivencia. Las caminatas en el parque también, con la excusa de la salud. Salir a jugar un partidito de fútbol o lo que sea con los amigos, está limitado siempre a la superficialidad del asunto: no hablar de política ni de religión porque enrarece al ambiente de esparcimiento. Es como que los asuntos de importancia trascendental quedan limitados a un círculo de confianza, ya nadie intercambia pareceres con gente extraña a la propia tribu. Desde luego que esto implica que el pensamiento humano queda reducido a la mínima expresión; desaparecen los planteamientos y las suspicacias hacia uno mismo, las cosas se aceptan o rechazan según la pertenencia a determinados grupos…

A riesgo de caer precisamente en lo que estoy denunciando, esto es, en un discurso de propaganda bonachona y conciliadora, en realidad debe quedar claro que mi objetivo no es otra cosa sino denunciar al funcionamiento del sistema para poder desafiar a las narrativas impuestas por las cámaras de resonancia de cada persona o colectivo. Porque una de las principales habilidades que emplean los plutócratas y oligarcas del turbocapitalismo atlantista está en la fragmentación de la sociedad, en la atomización de las comunidades organizadas, en la reducción del hombre a un mero dígito denominado «consumidor».

En cierto sentido, esta es una reivindicación de la necesidad política de una dialéctica, pero no por el mero hecho de poner dos tesis en oposición constante para que una prevalezca por la fuerza del mero relato o de la popularidad democrática, sino para que se realice el esfuerzo de encontrar la verdad en medio de las mentiras propagandísticas, para que el hombre pueda identificar las «programaciones neurolingüísticas» a las que está sometido.

De esta manera, creo humildemente, que las personas podrán ordenar y organizar mejor sus ideas sobre los acontecimientos del mundo. En resumen, deberíamos recordar que los discursos no son más que discursos. Que la «virtualidad» de las redes sociales y otros medios de propaganda no hacen sino magnificar la manipulación y la mentira detrás de las peroratas dicharacheras, pues se aprovechan de la mayor debilidad del ser humano: su vanidad, y la capacidad que la Internet ofrece de elevar la vanidad de los hombres y las mujeres a la máxima potencia, convierte a esta herramienta en una peligrosa arma para la difusión… ¿A ver sí lo adivina Ud.? Correcto: de la propaganda, o programación neurolingüística, como le dicen hoy en día los que venden la cura para la calvicie…

Solamente así podemos evitar caer en flagrantes contradicciones como, por ejemplo, que seis meses atrás el Foro de Davos era una de las manifestaciones más evidentes del mal, pero luego algún personaje de nuestra «tribu del momento» va a hacer allí un discursito para sus amigotes (con muchas palabras mágicas de la «programación neurolingüística»), y de repente el Foro de Davos no era tan malo «había sido» sino que ahora se trata de un lugar para decir lo que uno piensa y promocionar las «ideas de la libertad» y demás blablás.

¡No seas exagerado! ¡Al final, dar un saludito a Klaus Schwab y decir que los Bill y Melinda Gates, los George Soros, Goldman Sachs, Rockefeller y Rothschild del mundo son «benefactores sociales», no es para rasgarse las vestiduras! «Buuuuu (en tono de fantasma), el aborto y el socialismo son muy malos (ya lo sabemos), abracadabra patas de cabra». ¿Todos felices y contentos? ¿Escucharon lo que querían oír?

Desde luego que una persona que está más allá de la virtualidad y de las apariencias, se va a percatar de las contradicciones y de las manipulaciones. Pero lastimosamente, la inmensa mayoría de los seres que viven alimentándose de la tormenta pseudo-informativa de las redes sociales, solamente quiere su biberón de alakazanes y de abracadabras. El hecho corpóreo y tangible les es irrelevante. Pensar al respecto, les es innecesario. ¡Tenemos a la propaganda y nos basta!

¿En qué quedamos entonces? ¿El discurso vale más que el hecho concreto? «Miénteme, que me gusta» es la regla del mundo de la virtualidad en el que vivimos; así, gran parte de las personas quieren ser engañadas, conscientemente. ¡Y no hay nada más patético que un «cornudo consciente», porque uno nunca sabe sí debe ayudarlo o simplemente compadecerlo en silencio!

Recordemos que los hechos valen mucho más que las palabras y que ni siquiera un millón de discursos pueden sobreponerse al valor de una obra concreta. Al fin y al cabo, lo que vale es que el pensamiento, la acción y la palabra sean perfectamente coherentes entre sí mismas, que «sean una sola cosa». Esto, desde luego, es un atributo de Dios, no de los hombres: «el Divino Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros».

Pero como seres humanos, se nos pide que por lo menos no seamos tan tontos ni que caigamos tan fácilmente, manejados por palabras mágicas y por nuestra propia vanidad, en la prestidigitación y en la palabreja artera de la programación neurolingüística, de la propaganda y el engaño. En una charla de cafetín, de las antiguas, hay más sentido de la realidad que en mil publicaciones de las redes sociales. Tomar un cafecito, o una copa de vino, con unos amigos es algo concreto, corpóreo, tangible. Aunque se hable de nimiedades cotidianas, el pensamiento aquí reluce porque uno se concentra en cosas reales, no en los artificiosos y malsanos devaneos de la virtualidad.

Por último, la mayor prueba ácida de que hay manipulación, es cuando se utiliza un tema de importancia capital para la distracción. Por ejemplo, precisamente, el aborto. ¿A quién se le ocurre cuestionar la sacralidad de la vida desde la misma concepción? Sólo a una persona o grupo de personas perversas. Pero también aquellos que «mercantilizan» y que «politizan» esta causa noble de defender la vida de los nonatos son seres macabros. ¿Te presentaste al mundo como «provida» solamente para proponer las «ideas de la libertad» que fascinan a los Schwab, Soros, Gates, Sachs, Rockefeller y Rothschild del mundo? ¿Ganaste las elecciones y ahora te olvidaste de tus promesas al respecto? Es más, ¿estás guardando como conejo en tu chistera al tema del «aborto» para cuándo te estalle una crisis política, y lo piensas utilizar como «válvula de escape» para engatusar a los «provida» y que estos salgan en tu defensa, en el momento político adecuado? ¡Entonces, hombre, eres igual de maligno y siniestro que «los otros»!

Tal vez nos toca el siempre fastidioso rol de decir a los demás lo que no quieren escuchar. ¡Pero alguien tiene que hacer la «desprogramación neurolingüística», alguien debe enfrentar a la virtualidad y su propaganda desenfrenada, alguien debe proponer que regresemos a lo corpóreo y que pensemos sobre las cosas con mayor consistencia y solidez!

Por esta ocasión y para concluir, digamos una frase poderosísima que por sí sola es capaz de contrarrestar a muchos birlibirloques del ilusionismo: los hechos valen más que los discursos. «Tú puedes parlotear muchísimo de tus creencias, pero yo te hablaré siempre de las obras para demostrar las creencias».

¿Duele, verdad?

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