Considero que la mayéutica socrática es el mejor método para arrancar una clase. No importa que sea al inicio del ciclo o en un tema en específico, preguntar a los alumnos te da la posibilidad de conocer con quienes estás lidiando. En ese sentido, unas semanas atrás, en un curso de posgrado, lancé tres preguntas:
1.- ¿Quiénes de ustedes se consideran progresistas? Todos levantaron la mano
2.- ¿Quiénes se identifican como feministas? Todos, varones y mujeres, afirmaron su simpatía por el feminismo.
3.- ¿Quiénes están de acuerdo con la distribución de la riqueza y la reducción de las brechas entre ricos y pobres? De nuevo, todos afirmaron positivamente.
Que ese grupo en particular, pero las personas, en general, respondan, casi al unísono, de manera afirmativa esas tres interrogantes es producto de algo que en comunicación se llama framing.
El framing es la capacidad que tienen los medios de comunicación y ahora las redes sociales de poner un tema en la discusión pública. Sin embargo, no se limita a marcar la pauta temática, sino a posicionar la idea del «bueno» y el «malo».
Por ejemplo, durante la locura de la pandemia, quienes cuestionamos los encierros, los barbijos y las vacunas éramos los malvados seguidores de una teoría de la conspiración. Empero, aquellos que obedecían ciegamente a su influencer favorito eran, eureka, los ciudadanos ejemplares, esos que todos debían imitar.
En el caso específico del feminismo funciona de la misma manera, pues se instauró la idea que el pañuelo verde y las camisetas con leyendas a favor del aborto son símbolos de empoderamiento femenino. Claro que la más fiel militante feminista desconoce por completo que los trabajadores de la empresa Inditex, que es la dueña de las marcas Zara, Pull&Bear, Bershka, Stradivarius y otras, y que, durante años fue la fabricante de las prendas que lucían las revoltosas en las marchas del 8 de marzo, eran obligados a dormir en los talleres de confección. Hombres y, por su puesto, mujeres eran esclavizados en nombre de la revolución feminista.
La misma firma también tuvo graves problemas en Buenos Aires, donde, según se publicó, se cerraron talleres clandestinos que, de acuerdo con lo que se denunció, trabajaban para ella inmigrantes ilegales, muchos bolivianos y peruanos.
Note lo paradójico, hombres, mujeres y niños son explotados para que nenas de las clases altas puedan cumplir sus fetiches revolucionarios a, solamente, 15 dólares por camiseta.
En su libro, Generación idiota, Agustín Laje afirma que la sociedad moderna está conformada, básicamente, por adolescentes, que, sin importar la edad, algunos ya superaron los cuarenta, carecen de formación y, especialmente, de identidad. Los adultos no quieren envejecer y los jóvenes quieren permanecer en ese estado para siempre.
¿Cómo se estructura la política en una sociedad que sufre de adolescentrismo?
Un mundo donde el padre y la madre no quieren educar a sus hijos, sino parecerse a ellos, el totalitarismo va a entrar por la puerta grande, además sin ninguna resistencia. De ahí que adultos cursando un posgrado adhieran a las mismas ideologías que las muchachitas que incendian catedrales en las concentraciones del Día de la mujer. Pro lo peor no es eso, sino que el voto, ese instrumento tan poderoso que tiene la ciudadanía, queda en manos de personas que no piensan, tan sólo, sienten. Algo que el marketing político ha usado para su provecho. De ahí, que en las campañas electorales las celebridades y personajes de la farándula han reemplazado a los políticos con formación. No se habla de los costos, medios, fines y viabilidad de las políticas públicas, sino de su capacidad de ser empáticas con alguna «minoría» real o imaginaria. La gente no demanda un Estado eficiente y eficaz, sino un Estado niñera.