viernes, 22 noviembre, 2024

¿Qué es el progresismo?

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Héctor Acuña
Héctor Acuña
Director Editorial de InformatePy

En la actividad política la polisemia es una estrategia para expandir el centro político y lograr mayor caudal de votos, estrategia entendible dentro del contexto de una puja por el poder en órdenes democráticos. Pero en filosofía política la polisemia es un pecado capital. El académico no puede permitirse la discrecionalidad irresponsable al blandir términos de carácter filosófico, político o económico y nada me disgusta más que la tendencia posmoderna en ámbitos académicos a “vender gato por liebre”. En la universidad no ser restringidos en el uso de las palabras es incapacitarlas permanentemente como herramientas para “asir” la realidad. Tal conducta distingue a un académico de un lego: el respeto por las palabras.

Hoy pretendo escribir sobre el progresismo, buscando compartir parte de lo que he estudiado al respecto. Mucho de lo que sé sobre “progresismo” se lo debo a la mirada crítica y original del profesor Miklos Lukacs, el pensador conservador de habla hispana más importante del mundo, y a otros extraordinarios teóricos como Friedrich Hayek, Ludwig Von Mises, Giovanni Sartori, Karl Popper o Joseph A. Schumpeter. Lastimosamente no soy un pensador original, solo un eterno estudiante, sin embargo, nada me causa más alegría que compartir lo que he estudiado.

Básicamente, de manera amplia, el progresismo es una teoría de progreso, muchas veces una metafísica y otras una teoría política de la evolución social; en ocasiones una teoría de la historia. En suma, es una tesis sobre la evolución social que la mayoría de las veces se enmarca en un historicismo o teoría de la historia ¿Cómo progresan las sociedades? ¿Hacia dónde apunta su evolución social? ¿Hacia dónde se dirige la raza paraguaya? ¿Qué ideales pretendemos alcanzar a medida que avanzamos como familia humana? Estas son preguntas de carácter progresista. Miklos Lukacs en su libro “NeoEntes: cambio antropológico en el siglo XXI” explica:

A pesar de sus diferentes definiciones, direcciones y naturaleza de los cambios que genera, el filósofo francés Alain de Benoist sostiene que existen dos elementos que son constitutivos de la idea de progreso. El primero es de carácter descriptivo en la medida en que el progreso siempre toma una dirección determinada cuya trayectoria podemos describir. El segundo es de carácter axiológico, es decir, hay un elemento de valoración, y en este sentido, el progreso siempre será considerado algo bueno o deseable.

PERIODO ANTIGUO

Platón fue uno de los primeros progresistas. Para él la sociedad ateniense estaba en constante proceso de descomposición social en una espiral viciosa y descendente: decaía del gobierno del Rey Filósofo a la sofocracia, y de esta a la aristocracia y la democracia, para finalmente caer en lo más profundo de la oclocracia, o caos social. Platón reparaba que dado este contexto de “corrupción” social la única forma de progreso consistía en volver atrás y cualquier programa político progresista en ese sentido comenzaba por “detener la corrupción”. Platón fue el primero en usar la palabra “corrupción” para referirse a formas políticas degeneradas en sus principios, y aún hoy usamos el vocablo en esos términos. Todos seguimos siendo platónicos en ese sentido.

EDAD MEDIA

Posteriormente, la escatología cristiana, especialmente con San Agustín, le imprimiría a la teoría del progreso una visión hacia adelante, no hacia atrás, como Platón. Desde entonces, gran parte del progresismo miraría hacia adelante, hacia el futuro, bajo el influjo de la teología cristiana. “Gracias a teólogos como Agustín de Hipona la idea de progreso adquiere cuatro características”, dice el profesor Miklos Lukacs:

  1. “Una concepción lineal del tiempo y la creencia de que la historia tiene un significado orientada hacia el futuro”.
  2. “La idea de una sola humanidad y, por lo tanto, el carácter universal del progreso”.
  3. “La idea de que el mundo puede y debe ser transformado”.
  4. “Un final inevitable, en términos seculares, una utopía”.

En este caso, progreso era necesariamente ir hacia el fin de la historia, hacia el encuentro con el Juez universal de todos los hombres, hacia el milenio y luego la eterna recompensa o el eterno castigo. La teoría de la historia y del progreso del cristianismo mira fatalmente hacia adelante, hacia el final de los tiempos y nadie puede escapar de su concurso. En términos generales, solo restaba esperar, quizás con esperanza, quizás con temor, quizás con el consuelo de que el final nos trasladaría de este “valle de lágrimas” a una condición mejor. Todo el andamiaje teórico de los progresistas modernos y posmodernos se establece sobre la teoría cristiana de progreso. Lukacs enfatiza esto:

Es importante aclarar que los fundamentos de la idea de progreso no fueron elaborados por los racionalistas ilustrados del siglo XVIII ni mucho menos por los progresistas contemporáneos, sino por pensadores cristianos

MODERNIDAD

La modernidad mercantil y política (1492-1789) toma elementos de la teoría de San Agustín del progreso, pero subordina su carácter sobrenatural a un enfoque terrenal, concordante con el humanismo vigente en el clima de las ideas. El contacto europeo con otras civilizaciones, las cuales ordenan sus asuntos individuales y colectivos de formas tan dispares y excéntricas, ocasiona una ebullición mental en los intelectuales de Inglaterra, Francia y España, especialmente debido a los distintos niveles de civilización y progreso material que devienen de aquella ordenación. Sobre la matriz de la teoría del progreso de San Agustín, los modernos deben mirar mil años hacia atrás para elaborar sus teorías del progreso, especialmente a la luz del legado griego y romano. A ese proceso se le llama “Renacimiento”, y el progresismo modernista tiene los ojos en la nuca debido a que ven que progresar es fundamentalmente volver a los clásicos y desempolvar sus conocimientos basados en un naturalismo que fuera dejado de lado por el sobrenaturalismo de la teoría del progreso cristiana. Hobbes, Locke, Rousseau, todos ellos, fijan el ancla de la historia en algún momento de un pasado ficticio, el “contrato social”, y desde entonces la historia progresa, siendo este “contrato”, el adhesivo social de aquel progreso. Este progresismo miraba atrás buscando herramientas conceptuales, técnicas y saberes que les ayuden a develar (retirar el velo) las leyes del universo, del mundo y de la sociedad. El objetivo era saber, conocer la verdad ¿Para qué? Para actuar conforme a las leyes de la naturaleza, dispuestas por un sabio creador para nuestro bienestar moral y material. Pero este enfoque cambiaría radicalmente en la posmodernidad.

POSMODERNIDAD

Con los avances y progresos de la modernidad, el establecimiento de la sociedad comercial implosionando la sociedad de castas, el Estado moderno, desplazando la autoridad de la Iglesia y el método científico generando una explosión de conocimientos y técnicas nunca antes vistos, los filósofos posmodernos (1789- ) se embriagaron con las mieles de su propia soberbia y las teorías del progreso exponen niveles escatológicos nunca vistos, ni siquiera en la edad media. El progresismo se vuelve ideología política prescriptiva: en adelante no sería solamente un anteojo para observar los acontecimientos humanos, sino una regla para intentar ordenarlos según un plan predeterminado. El objetivo ya no es saber para poder, sino saber para transformar, transformar deliberadamente el orden político, económico y social, inclusive la naturaleza humana. Edmund Burke reprocha a los pensadores posmodernos:

Estimamos que una causa principal del progreso fue el hecho de que no despreciamos el patrimonio de conocimiento que recibimos de nuestros antepasados

Alexis de Tocqueville no se queda atrás y en “El antiguo régimen y la revolución” declara que los revolucionarios franceses eran inspirados “por la tendencia de regenerar al género humano, más aún que la de reformar Francia”. Karl Marx diría otra tanto en su famosa undécima tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos solo han hecho interpretar el mundo de diferentes maneras, pero lo que importa es transformarlo». Los jacobinos franceses, hijos de Rousseau, y Marx eran progresistas en aquel sentido de transformar la realidad, incluso de manera violenta si fuere el caso; pero ¿qué decir de los liberales? ¿Acaso los liberales podían ser progresistas? A continuación, la virulencia progresista en las palabras de John Stuart Mill:

No nos oponemos al progreso; al contrario, nos vanagloriamos de ser los hombres más progresistas que existieron jamás

La única fuente verdadera y permanente del progreso es la libertad, pues gracias a ella, puede contar el progreso con tantos centros independientes como personas existan

Stuart Mill era un historicista optimista, con una fe irracional en el progreso derivado de la libertad, el capitalismo y el comercio, pero ¿siempre que las personas son libres hay progreso? No necesariamente. Es importante matizar las expresiones de Stuart Mill y definir la libertad de un modo menos ambicioso. Sin embargo, todo lo dicho anteriormente en este capítulo son las raíces del progresismo que conocemos en la actualidad y no deja de ser relevante mencionar que, en el sentido mencionado, John Stuart Mill era tan progresista como Marx.

Pasarían casi 100 años para que otros liberales desmientan a Stuart Mill y, sin embargo, el daño estaba ya hecho: la vertiente ideológica liberal progresista estaba sembrada. De ella bebería todo el liberalismo global los siguientes 150 años, dejando olvidadas las lecciones del escepticismo liberalismo clásico o el conservadurismo político. Ambas filosofías políticas serían reivindicadas en el siglo XX por Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek, principales exponentes de la Escuela Austriaca de Economía y Sir Roger Scruton, respectivamente.

Los filósofos, por tanto, confiaban en que la democracia, el gobierno por el pueblo, traería consigo la perfección social. Este prejuicio era un error fatal de los humanitarios, los filósofos y liberales. Los hombres no son infalibles, sino que con frecuencia se equivocan (…) No tienen lugar en un sistema de praxeología el “progresismo” y el fatalismo optimista

Ludwig Von Mises

Estas demandas de ‘liberación’ surgen sobre todo de la tradición del liberalismo racionalista (tan radicalmente distinto del liberalismo político derivado de los viejos whigs ingleses), que sostiene que la libertad es incompatible con cualquier tipo de restricción general a las acciones individuales. Esta idea está presente en las páginas de Voltaire, Bentham y Russell e impregna también, por desgracia, el pensamiento del ‘santo del racionalismo inglés’, John Stuart Mill (…) Los que defienden esta ‘liberación’ podrían destruir las bases de la libertad y romperían los diques que impiden a que los hombres dañen irreparablemente las condiciones que hacen posible la civilización

Friedrich Hayek

PROGRESISTAS EN TODO EL ESPECTRO POLÍTICO

En consonancia con los hechos y fragmentos mencionados, un importante elemento que clarifica el análisis es la elaboración de progresismo que realiza el profesor Miklos Lukacs y las consecuencias lógicas de la misma. Lukacs define progresismo en los siguientes términos:

Es posible definir al progresismo contemporáneo como un movimiento reformista, globalista, tecnocrático y de ‘centro radical’ – compuesto por representantes de la izquierda y derecha tradicionales. Su propósito es reformar la sociedad y mejorar la condición del ser humano mediante políticas de reingeniería social y cultural y la aplicación de tecnologías.

El profesor Lukacs escapa a la tendencia omnipresente en el análisis político de tertulianos de denominar progresismo solamente a los herederos de la tradición socialista o comunista, señalando criteriosamente que también existen liberales progresistas:

Reducir al progresista a la categoría de marxista, neo marxista, socialista o izquierdista constituye un gravísimo error de interpretación política. El progresismo también se nutre de una falsa derecha liberal y libertaria.

De todo lo anterior se desprende: el progresismo es un marco de referencia donde se insertan teorías políticas y económicas diversas de casi todo el espectro político. Ese marco de referencia es de carácter metafísico e historicista, es decir, tiene una teoría de la realidad y una teoría de la historia. Lo relevante a la hora de analizar el progresismo no es sucumbir ante la palabra _ como pez ante un anzuelo_ sino considerarlo a la luz de tres preguntas:

  1. ¿Cuál es la dirección del progreso que propone la teoría?
  2. ¿Cuáles son los valores del progreso promocionados por la teoría en cuestión?
  3. ¿Cuáles son los medios para llegar a ese progreso?

Esta última cuestión es de lo más importante.

PARAGUAY

José Segundo Decoud fue un gran lector de John Stuart Mill. No es extraño por lo tanto que encontremos su progresismo en ambos partidos tradicionales en Paraguay. Ambos partidos _ la ANR y el PLRA _ se autodenominan “progresistas”, y es entendible: ambos tienen una fe política en el progreso. Con matices, ambas nucleaciones, creen en el Estado como herramienta del progreso y en la política como una forma de construirlo. Fíjense en el preámbulo del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) del año 1965:

El Partido Liberal Radical Auténtico es una asociación cívica democrática y progresista cuyos ideales fundamentales son la libertad y la dignidad humana

La Asociación Nacional Republicana (ANR), o Partido Colorado tampoco se queda atrás. En 1959 el intelectual colorado Bacon Duarte Prado, en su “Fundamentos doctrinarios del coloradismo”, dice claramente:

El coloradismo, como concepción del hombre y de la sociedad, como filosofía política, es eminentemente progresista; afirma el progreso sin que ello suponga desentenderse de los valores de la tradición.

Incluso el gobierno pretoriano de Alfredo Stroessner fue progresista en sus propios términos y basta nada más recordar el lema que el mismo usaba para definirse: “Orden y progreso”.

CONCLUSIÓN

Es fundamental para un análisis político, que se precie de trascender el caos de la Torre de Babel popular, entender de qué estamos hablando y ser rigurosos en el uso de las palabras. Muy a menudo las personas blanden conceptos que poseen una ancestral y enriquecida tradición sin siquiera plantearse qué al expresarlos convocan toda una genealogía de las ideas. Eso puede pasar en cualquier discusión coloquial, pero como mi objetivo era intentar sumar a su conocimientos y experiencias desde lo académico, espero que esta lectura no haya sido “coloquial” y lo haya desafiado a ser restrictivo en el uso de sus términos.

Para concluir, es importante no caer en el vacuo nominalismo sin examinar los principios que las prácticas políticas y económicas esconden, detrás de palabras “engañosas” usadas por políticos para ganar votos. Siendo así, el progreso será una consecuencia de principios políticos y económicos puestos en práctica y su piedra de toque serán la prosperidad material y una sociedad de personas paulatinamente más responsables por sus propias vidas. Quizás a eso podríamos denominar “progresista”.

En ese sentido, es tan válida para las personas como para las naciones la severa admonición del apologista cristiano C. S. Lewis, respecto de la reserva respecto a lo que se dice progresismo, en su obra “Mero cristianismo”:

“Progreso significa no solamente cambio, sino cambio para mejor […] A todos nos gusta el progreso. Pero el progreso significa acercarse más al lugar donde se quiere estar. Y si os habéis desviado del camino, avanzar hacia adelante no os acercará más a él. Si estáis en el camino equivocado, el progreso significa dar un giro de ciento ochenta grados y volver al camino correcto, y en este caso, el hombre que se vuelve antes es el hombre más progresista”

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