lunes, 23 diciembre, 2024

La palabra de la cruz (11): La crucifixión

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Todos los que nacimos en el seno de familias cristianas y que hemos asistido a misas, cultos, o servicios, sabemos las palabras dichas por Jesucristo en la cruz, que mayormente se citan en Semana Santa. Pero pocos se preguntan: ¿y por qué era necesario que Él muera en la cruz? Dicen: murió por nuestros pecados. Pero la mayoría solo repite eso sin saber haberse cuestionado: ¿Qué realmente es eso de “morir por nuestros pecados”? ¿Cómo es eso… por qué, y, sobre todo, para qué?

Empecemos recordando que Adán, al ser creado directamente por Dios, fue creado sin pecado. El apóstol San Pablo lo llama “el primer Adán”.  Y sabemos que Adán, debido a su desobediencia, cayó en pecado, y se cumplió lo dicho por Dios que “el comiere del árbol del conocimiento del bien del mal”, moriría. Adán pecó, y la Escritura dice que “la paga del pecado, es la muerte”. Adán, pues, habiendo sido creado inmortal, y a causa de que pecó, gustó la muerte física, almática, y espiritual. Dios -como habíamos visto- le dio al hombre dos oportunidades para que pueda salvarse de esta muerte, pero el hombre falló en ambos casos.

Entonces Dios mismo se propuso salvar al hombre “por el buen querer de su voluntad” (Ef. 1.5 CR1569), pero esta vez a través de Su Hijo Jesús, el cual nace de mujer, pero sin pecado. Es por esa razón que San Pablo lo llama “el segundo Adán”, pues nació sin lo que la Iglesia llama ‘el pecado original’. Pero, a diferencia del primero, Jesús no cometió ningún pecado en toda su vida, pese a haber sido “tentado en todo según nuestra semejanza” (Heb. 4.14b)

Pero, leemos en los Evangelios que Jesús de Nazareth murió en la cruz. ¿Es que acaso Dios miente? Si está escrito que la paga del pecado es la muerte, y Jesús no pecó, ¿cómo es que murió?

Son muchos los acontecimientos que ocurrieron durante la crucifixión de nuestro amado Señor, pero en esta oportunidad analizaremos solo -y posiblemente- el más trascendental de todos, y es lo que Él exclama ya en estado sumamente agonizante.

Y digo “sumamente” pues ya había pasado por la agonía espiritual de Getsemaní, la terrible humillación y burla a su alma durante el juicio en el Sanedrín cuando lo escupían, y cuando los romanos le humillaron en el pretorio, y finalmente el atroz sufrimiento físico de su cuerpo, que empezó con los golpes propiciados por los judíos mientras le arrancaban la barba, los latigazos infligidos por los romanos, la puesta de la corona de espinas en su cabeza, para luego, completamente lacerado, cargar la cruz en sus espaldas por un espacio aproximado de 600 metros, y una vez allí, ser crucificado.

Un estudio detallado de los sufrimientos que todo ese proceso conllevó, llega a la conclusión de que era prácticamente imposible que ese hombre pudiera llegar vivo al Gólgota para ser crucificado. Alude que la sangre derramada para ese entonces lo tuvo que haber debilitado en extremo al punto que haría imposible que pueda siquiera caminar más de 50 metros, además del increíble dolor que sería el cargar algo sobre esa espalda destrozada, y más aún una pesada cruz de unos 75 kilos mínimo. Ese dolor era suficiente para sufrir un desmayo, sin descartar la alta probabilidad de sufrir un paro cardiaco. El látigo romano usado en estos casos tenía en sus extremos bolas de metal para producir contusiones, y pedazos de huesos afilados para cortar la carne cuya combinación literalmente trituraba la misma produciendo profundas heridas sangrantes en la espalda, nalga, y piernas, además de la sangre que perdía debido a las espinas incrustadas en su cabeza, lugar donde el sangrado es abundante. (Esto terminaba produciendo deshidratación, tetanización, hipovolemia, acidosis respiratoria, etc. pero no entraremos en esos detalles). Entonces, ahí en la cruz, en esa terrible situación como estaba, ¿por qué no moría?

Durante su ministerio en Israel, Jesús había proclamado en varias ocasiones que Él y su Padre eran uno, y que Él era, el Hijo de Dios. (Mt. 24.63b). Este fue el principal motivo por el que los líderes de Israel buscaban matarlo, “porque tú, siendo hombre, te haces Dios”. (Jn. 10.33b)

Volvamos a la expresión que deseamos examinar, y es la siguiente que dijo Cristo en la cruz: Eli, Eli ¿lema sabajtani? (Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?). (Mt. 27.46). Dijo esto en medio de esa gran agonía. Pero, ¿por qué en medio de tal sufrimiento su Padre lo abandona? Los padres sabemos que cuando nuestros hijos sufren, nosotros tal vez sufrimos más y haríamos cualquier cosa por mitigar el dolor de ellos; pero nunca abandonarlos. Dios, el Dios de amor, ¡¿Estaba abandonando a su único Hijo en el momento en que éste más le necesitaba?!

La respuesta de si por qué Jesús no moría, es porque no había pecado, por tanto, la divina sentencia espiritual universal de que “la paga del pecado es la muerte” no se podía ejecutar en este caso… salvo que peque.

Pero como no lo hizo, entonces asume todos los pecados de la humanidad, y Dios no puede tener contacto con el pecado, y Jesús, como hombre -nacido de carne y sangre- decide cargar con todos los pecados del mundo (sí, del tuyo y del mío, DE TODOS), y debido a eso, ahora sí puede, y debe morir; y muere.

Y como el pecado ha entrado en el Hijo de Dios (nuestros pecados), no le queda otra opción a su Padre que abandonarlo para no tener contacto con el pecado. E hizo eso porque en la cruz se estaba gestando la salvación del hombre. Dios estaba abandonando a Su Hijo por amor a nosotros.

Es por eso que Juan el Bautista dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29). Otras traducciones dicen: “Que carga sobre sí los pecados del mundo”.

Y así, Jesús de Nazareth, el Cordero de Dios, en ese sublime acto de entrega y sacrificio, estaba abriendo el camino a la salvación. Dios estaba realizando SU Yom Kippur al sacrificar SU CORDERO, para dejar en libertad al otro cordero, en este caso, al hombre, a nosotros, entendiendo que este acto debe ser creído por cada persona en particular para que reciba la salvación. A este precioso acto de amor se refiere Juan el Evangelista cuando escribe:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

(Jn. 3.16-17)

Y Jesús, el Cordero de Dios, habiendo terminado la obra que el Padre le encargó, dijo:

Consumado es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.

(Jn. 19.30b; Lc. 23.46)

Tres días después, resucitó; la muerte no lo pudo retener.

Luego explicaremos sí qué es lo que sucedió en esos tres días que él estuvo muerto, pues ahí es donde se gesta nuestra salvación, que se concreta y confirma con SU resurrección.

Que Dios nos guarde y bendiga a todos.

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