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Neo legionarios: La maldición eterna

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La Senadora Nacional Celeste Amarilla (PLRA) protagonizó un nuevo incidente con sus discursos, de mucho impacto mediático pero poco sustento histórico, pues afirmó que Paraguay «le debe mucho» a Juan Manuel de Rosas y Bartolomé Mitre, ambos antiguos líderes de la actual República Argentina.

No entraremos a detallar el contenido preciso de las palabras de la siempre desatinada legisladora, que nos tiene acostumbrados a su desinhibida locuacidad. En cambio, queremos puntualizar algunas cuestiones que se suscitaron respecto al tema de «los legionarios» y que vale la pena profundizar siempre en el asunto.

Traidores han existido siempre. Nos cuentan los cronistas de épocas ancestrales que Efialtes de Tesalia, un desertor griego, fue quien reveló al Emperador de los Persas, Jerjes I, el camino secreto por medio del cual se podía «circunvalar» a la impresionante resistencia del pequeño grupo de soldados espartanos dirigidos por el Rey Leónidas, durante la Batalla de las Termópilas, en el año 480 antes del Divino Redentor; esta acción fue decisiva pues los espartanos, muy inferiores en número a los persas (la hagiografía nos dice que eran poco más de 300 griegos contra 150.000 levantinos) sólo podían resistir por su superioridad de entrenamiento militar y la ayuda de un terreno estrecho, impasable, en donde los números inmensos de sus enemigos no podían echarse sobre la mesa. Pero Efialtes, con la promesa de oro y riquezas por parte de los persas, hizo lo que hizo; los soldados de Jerjes I rodearon la posición y el Rey Leónidas sucumbió con sus hombres en un combate épico que hasta hoy recuerda la historia.

Por supuesto que podemos hablar también de Judas Iscariote, el traidor por antonomasia; fue uno de los Doce Apóstoles del «Hijo del Hombre» y, como estaba profetizado, lo entregó por 30 monedas de plata (el precio de un esclavo de esa época) al Sanedrín para que se cumpla todo lo que estaba escrito:

Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas; soportó los castigos que traen la paz, por sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre ÉL la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y ÉL se humilló, no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja ante los que la trasquilan, está muda, tampoco ÉL abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos, por la rebeldía de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz y se saciará.

[Isaías 53].

Ninguna historia grandiosa está completa sin sus traidores porque ellos siempre abundan, para desgracia del género humano, en todos los lugares del mundo.

En la República del Paraguay, desde su nacimiento con la expedición española del Adelantado Don Pedro de Mendoza, que llegó a orillas del actual Río de la Plata en 1536, siempre hubo deslealtades, nunca faltaron los Judas Iscariote. Los mismos Capitanes del Gobernador Mendoza se las pasaban haciéndose travesuras entre ellos, poniéndose zancadillas, apuñalándose por las espaldas. Es la debilidad del ser humano; todo sea por el poder y la gloria terrenales, efímeros como la vida de una mariposa.

Pero nadie podrá jamás quitar de su sitial de «privilegio», en lo referente a la cualidad del traicionero imperdonable, a los que hoy conocemos como «Los Legionarios». Estos hombres formaron en Buenos Aires la llamada «Asociación Paraguaya» con la única intención de derrocar a los legítimos gobiernos de la República del Paraguay. Algunos, hoy en día, pretenden hacerlos pasar por «guerreros de la democracia y el liberalismo» y ciertamente que lo fueron; trajeron todas esas desgracias inenarrables a nuestro país.

Un millón de muertos nos costó el «chistecito» de los «Legionarios», esa «Revolución Liberal» que deseaban imponer a sangre y fuego a nuestra tierra. El Dr. Francia y los López los conocían, como conocían a los sanguinarios tiranos Oliver Cromwell en Inglaterra, Maximiliano Robespierre en Francia, y otros tantos que «en nombre de la libertad, el parlamentarismo, la constitución, la democracia» masacraron y continuarían exterminando naciones enteras en siglos venideros. Los «Supremos» de nuestro país, preservando todo lo que era digno de conservar y que provenía del glorioso Imperio Español, hicieron un sobrehumano esfuerzo para inmunizar a nuestra Patria del contagio de esta pérfida y alevosa revolución sanguinaria, este tributo al Demiurgo Saturno que «vive comiéndose a sus propios hijos» mientras grita, con lágrimas de cocodrilo en los ojos, sus eslóganes y apotegmas falaces, sus falsarios discursos de «libertad, igualdad y fraternidad», engañabobos que funciona hasta hoy porque el hombre siempre será el hombre.

Y sufrimos por culpa de los «Legionarios» desde entonces hasta hoy. Un millón de muertos nos costó su chascarrillo, como ya dijimos. Nuestros ancestros pelearon como leones contra ellos y su «Triple Alianza» que era cuádruple, como los «Tres Mosqueteros» son Athos, Pothos, Aramis y D’Artagnan. En esa guerra y cataclismo, como suele pasar en la historia, prevalecieron los malos y fueron derrotados los buenos; algo que el Gran Filósofo ya sabía que podía ocurrir hace 2.500 años:

El error de varias maneras puede acaecer, pues el mal es infinito como significaron los pitagóricos; pero el bien es limitado y para acertar no hay más que una manera… Porque para la virtud hay un solo camino pero para el vicio los hay sin tino.

Aristóteles: Ética, Libro II, Capítulo II

Claro que Aristóteles, aunque lo intuía, no conoció al Supremo Bien que se Encarnó para cargar todos los males y todas las derrotas que la injusticia del hombre causa, para redimirnos con su Cruz, al fin y al cabo.

Lo cierto es que los hombres de la «Asociación Paraguaya» lograron su objetivo. Destruyeron al Paraguay, sólo quedó el llanto del Urutaú, como decía el argentino Carlos Guido y Spano. Lo aniquilaron, no meramente en términos materiales, sino también en el ideal de civilización que representaba, pues los Gobiernos del Dr. Francia y los López eran la «dialéctica de la continuidad» de las herencias recibidas de los hispano-guaraníes que forjaron al Río de la Plata; el cristianismo auténtico y feliz jesuítico-franciscano, el heroísmo noble y señorial de los españoles, la tenacidad y sencillez de corazón de las tribus guaraníes…

Sí algo nos enseña la Historia, entre varias lecciones, es que la grandeza y la gloria son profundamente antidemocráticas. Pero «Los Legionarios» llegaron con su «liberalismo y democracia» y así estamos hoy los paraguayos: penando sin rumbo, como exiliados en nuestra propia tierra, atrapados en un viejo sueño, añorando ruinas carcomidas que ya nadie jamás ha pensado en reconstruir. Pequeños y empequeñecidos como pigmeos del olvido, sin ser nada más que una sombra y un mito trágico.

¡Este y no otro es el «gran» legado de «Los Legionarios»!

Obvio que Celeste Amarilla no tiene por qué saberlo, quizás escapa a sus entendederas pensarlo tan profundamente. No voy a juzgar sus fueros internos, no me corresponde. Lo cierto es que los hombres de la «Asociación Paraguaya» dejaron escuela, quizás la única actualmente existente en nuestra República.

Es una discusión bizantina determinar cuál de los dos «Partidos Políticos Históricos» (ANR – PLRA) tenía más o menos «legionarios» en sus filas cuando surgieron en nuestro país. En el Paraguay, la pertenencia a tal o cuál color no lo inmuniza a uno del «síndrome del legionarismo». Ambos partidos políticos reivindicaron a los Héroes Nacionales cuando convino a sus intereses, y también los despreciaron sí eso les era válido para sus fines y objetivos sectarios.

No olvidemos, dicho sea de paso, que nuestro país sufrió una «Ocupación Aliada» que duró diez años, desde 1869 cuando los brasileños entraron en Asunción, hasta 1879 cuando los argentinos abandonaron Villa Hayes. Los dos «Partidos Políticos Históricos» surgen en el período inmediatamente posterior, durante la «Reconstrucción», y sus características generales irían configurándose con el paso del tiempo. Quiero decir con esto que el «legionarismo» como idea antecede a dichas nucleaciones políticas, no es algo exclusivo de una o de la otra; ser «Legionario» es un estilo de vida y de pensamiento, es estar siempre al servicio de las fuerzas foráneas y de las nefastas ideologías impostadas, es hallarse al asecho para traicionar a la Patria ante la primera oportunidad si esto sirve a intereses sectarios, es buscar el perjuicio del Paraguay beneficiando a sus potenciales enemigos, sean estos públicos o privados.

Ambos partidos políticos históricos (y otros que les siguieron) «se embanderaron» en rimbombantes discursos con el Mariscal López y su causa patriótica, que era la causa de la Verdad y la Justicia. Pero ninguno sólo ha sido coherente con lo que enseña Nuestro Señor Jesucristo a través de su Apóstol Santiago:

La fe, sí no tiene obras, está realmente muerta. ¿Tú tienes fe? ¡Yo tengo obras! Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. ¿Crees que hay un solo Dios? Haces bien, pues hasta los demonios creen y tiemblan. ¿Sabes tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? (…) Porque el cuerpo sin espíritu está muerto, y así también la fe sin obras está muerta.

Es decir, mucho parloteo pero poco trabajo real y tangible para demostrar lo que uno dice ser.

Entramos en el clímax de este artículo para señalar lo que es obvio y evidente, aunque no lo parezca. El patriotismo, como todos aquellos valores superiores a la mera mundanidad, se demuestra con los actos. Aunque los discursos electrizantes y fervorosos son siempre una digna representación de la fineza intelectual y una declaración de principios valiosa y útil en todo momento, se quedan en letra muerta sí no son puestos verdaderamente en práctica.

Nadie discute que «Los Legionarios» representan lo peor y lo más nefasto de la historia paraguaya, porque son el sumidero de todos los vicios que se enquistaron en nuestro quehacer político desde 1870 y que persisten hasta hoy.

Sin embargo, considero que son mucho más peligrosos los que están vivitos y coleando ahora y a los que llamo «Neo Legionarios». Estos son un grupo de personas que dicen ser una cosa pero que actúan de manera completamente opuesta a lo que afirman y que por sus actos, no por sus discursos, son herederos de la funesta cofradía, antigua y aceptada, que iniciaron en nuestro país los miembros de la nefasta «Asociación Paraguaya».

Mucho más acertado y correcto sería hablar de los «Neo Legionarios» en nuestro Congreso Nacional. Esto es, señalar con el dedo a aquellos que afirman ser «herederos de la causa del Mariscal López» pero que les tiembla el pulso para defender con patriotismo los intereses nacionales; cuestionar a los que dicen pregonar la Ley de Dios, pero no dudan en aceptar las dádivas de potencias foráneas que buscan socavar nuestras tradiciones cristianas; criticar a aquellos que se declaran «admiradores del Doctor Francia y a los López» pero que toleran alegremente que nuestro país entre en una espiral interminable de endeudamiento financiero con la banca usurera internacional; arrojar dardos, no a los que «saben muy poco de Historia» como la Senadora Celeste Amarilla, sino a aquellos que sabiendo y conociendo mucho de ella, insisten en pactar con los que desprecian aquello que Paraguay representa históricamente, o hacen la vista gorda ante las amenazas inminentes que se ciernen sobre nuestro país, buscando en todo momento justificaciones falaces para sus embustes. 

Es momento de que en nuestro parlamento, liberal y democrático para la desgracia de esta nación, se hable más e insistentemente de los «Neo Legionarios» y se deje en paz a los hombres de la «Asociación Paraguaya», que Satanás ya se los llevó a todos ellos, en el noveno círculo del infierno, tragándoselos como Saturno se devora a sus propios hijos, junto a Efialtes y Judas Iscariote.

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