lunes, 23 diciembre, 2024

Argentina en una encrucijada histórica

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El candidato libertario Javier Milei, según los últimos sufragios preliminares, lidera las intenciones de voto para acceder a la Presidencia de la República Argentina. Supera a sus principales seguidores, la liberal Patricia Bullrich y el socialdemócrata Sergio Massa. En efecto, todos los postulantes a la Jefatura del Estado en nuestro vecino más próximo pertenecen, de una u otra forma, al progresismo histórico; esto es, al liberalismo.

¿Qué ha ocurrido en la República Argentina, cuyas ciudades más representativas fueron fundadas por mestizos salidos de Asunción del Paraguay, que tuvo a personajes que fueron férreos enemigos del liberalismo como el General Juan Manuel de Rosas, que supo crear caudillos nacionalistas que eran «ni yanquis ni marxistas» como el General Juan Domingo Perón?

Ese gran país fue usurpado por unas élites socioculturales que están identificadas plenamente con los apotegmas propagandísticos del mundo anglosajón y no con las bases sólidas y tradicionales de la hispanidad, que se sustentan en los valores eternos e infalibles de la Iglesia Católica.

Casi 60 años de lucha desde el año 1810 tuvieron como resultado final la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, evento central y cataclismo incubado por cuatro siglos de malquerencias y enemistades entre los fundadores del Río de la Plata (aristócratas criollos y mestizos asunceños), los usurpadores oligárquicos de la mafia portuaria bonaerense (advenedizos burgueses y cipayos del mundo anglosajón) y por supuesto, la dinastía impostora de los Braganza en el Brasil, servidora y eterna deudora de la Corona Británica desde 1640.

El resultado del conflicto bélico internacional más sangriento en la historia del continente americano es harto conocido. Pero la cosa tiene más complejidad de la que parece. Es que la República Argentina, unida y remachada a sangre y fuego bajo los preceptos de la revolución liberal, cuyos principales representantes, entonces, fueron el General Bartolomé Mitre y el Coronel Domingo Faustino Sarmiento, entró en una era de desarrollo y avance, especialmente económico.

Bueno, más específicamente, fue Buenos Aires la que alcanzó un nivel de expansión sin precedentes desde 1870 hasta 1920. Cinco décadas de dividendos netos para la Ciudad Portuaria que finalmente conseguía su viejo sueño de imponer sus aduanas y su posición geográfica sobre las provincias del interior del antiguo Virreinato del Plata.

La bonanza monetaria tenía como base a tres elementos fundamentales. En primer lugar, como ya se ha dicho, Buenos Aires impuso su «talasocracia» (ser una ciudad eminentemente marítima y abanderada del libre comercio) sobre las demás provincias que estaban representadas en la «telurocracia» del Paraguay (más vinculada con la tierra y las tradiciones del trabajo tesonero). Esta supremacía aduanera y mercantil, conseguida gracias a la Guerra de la Triple Alianza, fue el primer pilar en el que se construyó la prosperidad porteña en 1870 – 1920.

En segundo lugar tenemos a los enormes flujos de la migración europea que llegó a las costas rioplatenses y que adoptaron a Buenos Aires como su segundo hogar, al menos mayormente. Millones de italianos, franceses, españoles, alemanes y otras nacionalidades se asentaron en los alrededores de la capital argentina (aunque los más atrevidos y temerarios iban al interior profundo; no pocos entraron en el Paraguay arrasado por la «Guerra Guazú»). Todos ellos llegaban con su inventiva, su espíritu innovador y con las pocas riquezas que les quedaban al abandonar sus países para establecerse en nuevas tierras. Desde luego, también había otro grupo nacional que se encontraba en la cima de la pirámide: los ingleses, que ejercían el rol de usureros y de prestamistas; manejaban prácticamente todos los nexos y pulsiones de la vida económica bonaerense desde la famosa «Cámara de Comercio Argentino – Británica».

Finalmente, el tercer pilar que mencionamos es el «modelo agro-exportador» que nada tenía que envidiar al más descarnado mercantilismo fisiócrata. El país se concentró en exportar productos no-terminados, en hacerse «granero del mundo» y por un breve tiempo, como explica el historiador argentino Marcelo Gullo, esto funcionó. ¿Por qué? Pues todo modelo tiene sus ventajas hasta que alcanza su límite de posible expansión y entonces ocurre la implosión. Al principio, la «patria agro-exportadora» forjada desde Buenos Aires logró un crecimiento económico, pero tarde o temprano, especialmente ante la expansión poblacional y las necesidades socioculturales en aumento, este sistema alcanza sus máximas cotas y luego se convierte en un lastre. Es lo que ocurrió en la República Argentina entrada la década de 1920.

Las «bonanzas económicas» que lograron extenderse algo más gracias al estallido de la Primera Guerra Mundial, terminaron por desaparecer. La República Argentina, que llegó a estar entre las principales potencias mundiales en términos de PIB per cápita, necesariamente debía entrar en estancamiento y posteriormente, recesión. ¡Ya no era suficiente con ser el «granero del mundo»; era imperativo pasar a un estadio de desarrollo industrial! Para colmo, las incipientes manufacturas y grandes emprendimientos en el país se encontraban con obreros pauperizados y en pésimas condiciones laborales. Como guinda del pastel, el «crack» de la bolsa de Nueva York en 1929 también afectó a los especuladores bonaerenses y se entró en la llamada «década infame» de los 1930 en el vecino país. Más de diez años de inestabilidad y crisis económica serían el terreno fértil para que se produzca la «Revolución Nacionalista» de 1943, encabezada por el General Edelmiro Farrell pero que tendría al entonces Coronel Juan Domingo Perón como mente maestra.

El llamado «primer peronismo» (1943 – 1955) fue el último período de «esplendor» de la República Argentina. El General Perón entró en escena dispuesto a cantar un aria majestuosa y viril, con todos los deseos de encausar a una nación que se hallaba sin rumbo, sacudida por los terremotos de sus propias implosiones. Pero ya en ese entonces había una «grieta» insalvable entre los «nacionales y populares» que militaban en el Partido Justicialista contra los «cipayos» liberales y radicales, siempre a rastras del mundo anglosajón. Esta lucha continuó intensa. Perón fue derrocado salvajemente en 1955; fueron los marinos de la República del Paraguay quienes le salvaron la vida arriesgando sus pellejos y el General Alfredo Stroessner otorgó un salvoconducto milagroso al «Caudillo Argentino».

Las matanzas internas continuaron en nuestro vecino país incluso con Perón en el exilio. Ni siquiera con su regreso en 1973, electo Presidente de la República en comicios bastante peculiares, la tormenta amenguó. Al contrario, cuando el General bajó de su avión en Ezeiza, los «peronistas nacionalistas ortodoxos» descargaron sus ametralladoras contra los «peronistas zurdos montoneros» que estaban esperándole. Con el corazón compungido por los dolores que le causaba su Argentina, Perón murió en el cargo de Jefe de Estado en 1974.

Y con él murió eso que se llamó «peronismo», movimiento político que había pasado por todo tipo de metamorfosis y transformaciones tras su exilio en 1955. Lo cierto es que el General Perón quiso «barrer con los zurditos» que «infestaban» al Partido Justicialista en 1973, pero parece ser que ocurrió todo lo contrario; los «montoneros» se apropiaron de su movimiento y lo terminaron por convertir en una mueca y un remedo irreconocible.

Todos los sucesos políticos posteriores en la República Argentina pueden resumirse en una lucha dialéctica entre los que se autodenominan «herederos del movimiento» del General Perón contra los viejos adversarios del «peronismo auténtico», esto es, los antiguos y aceptados cipayos del mundo anglosajón, representados en el liberalismo de toda la vida en tierras rioplatenses.

Solamente de esta manera, con toda esa narrativa, podemos comprender correctamente el contexto histórico en el que se encuentra inmersa actualmente la República Argentina. Nuestro vecino país, como muchas veces en su existencia, se encuentra en una encrucijada histórica.

Pero la gran diferencia está en que en esta ocasión, las fuerzas «nacionales y populares» de las antiguas tradiciones confederadas están absolutamente desorganizadas, desaparecidas, atomizadas e inexistentes para enfrentar al viejo enemigo de toda la vida.

¿Y por qué digo eso? Porque los principales competidores para los próximos sufragios presidenciales en la Argentina, todos ellos, representan al mismísimo sistema de siempre, el que terminó por imponerse en el Río de la Plata a partir del año 1870. El socialdemócrata Sergio Massa, «súper ministro» del actual gobierno de Alberto Fernández, es simplemente la remanencia en el fracasado proyecto de los Kirchner, esa «disidencia controlada» que fueron desde hace más de 20 años, usurpadores del nombre «peronista», que terminaron por desprestigiar y dinamitar cualquier forma de oposición auténtica al sistema contra el que decían enfrentarse.

Luego tenemos a Patricia Bullrich, que no es sino la versión descafeinada de Javier Milei. Montonera confesa, estuvo medrando en todos los gobiernos, de todos los colores, desde tiempos de Carlos Menem. Una verdadera «convidada de piedra» en la política argentina, a la que no puede uno quitársela de encima.

Por último, el «libertario saltimbanqui» Javier Milei, manufactura posmoderna con peinado de los Beatles, histrionismo de Monty Python, discursos reciclados de Winston Churchill, admirador de Ayn Rand y de Murray Rothbard, más utilitarista que John Stuart Mill… Habría que ver sí no tiene un tatuaje de la bandera de Inglaterra en alguno de sus glúteos, porque sólo mirarlo es saber que es un producto cosido por dentro y por fuera según la aguja de la City de Londres. De hecho que afirmó (como todos los candidatos anteriormente citados) que su alineamiento geopolítico sería, por completo, en torno a EEUU e Israel; esto es, continuaría con la misma de siempre en la República Argentina, sin más.

Es decir que todos ellos son agua del mismo pozo. El mismo modelo fracasado que ha hundido a la tierra albiceleste. Y no hay más, señores.

¿Cómo es posible que la República Argentina, que ahora mismo tiene a un Sumo Pontífice nacido en Buenos Aires y es Campeona del Mundo en Fútbol, sea incapaz de sacudirse de semejante yugo que la oprime?

Porque muchas veces, las personas prefieren morir creyendo una dulce mentira antes que vivir combatiendo ante las amargas verdades que uno busca, desesperadamente, negar. Los pueblos del antiguo Virreinato del Río de la Plata deben sacudirse de esa infecta cofradía que los oprime desde 1870. Para lograrlo, será necesario primeramente, derribar muchos mitos y destrozar muchas estatuas elevadas a cipayos y traidores que han buscado la aniquilación de nuestras naciones para beneficio del viejo enemigo anglosajón.

En Paraguay hay muchos «mitos y leyendas», la mayor parte de ellas manufacturadas en el siglo XX. La cuestión está en que la población de nuestro país, directa o indirectamente, sabe que lo falso será falso siempre y en todo lugar mientras que lo auténtico y verdadero «brilla con luz propia» aunque por aquí no guste mucho lo sobresaliente. ¡Hay gente que odia a José Luís Chilavert, un ganador absoluto en el balompié! ¡Agustín Pío Barrios, el más eximio compositor de guitarra clásica, murió despreciado por su Patria (y continúa en ese status)! ¡Desde que falleció en el 2005, ya nadie se acuerda por acá de Augusto Roa Bastos (incluso antes de muerto le tenían olvidado)! Ya ni hablemos de personajes políticos… En fin, eso nos mantiene inmunizados de muchas artimañas del mundo moderno, pero también hace que la gran masa del pueblo se mantenga obtusa y embotada; es que nada es perfecto en el mundo de la sociología y la política humanas.

Pero con Argentina pasa exactamente lo contrario. Se sueña en demasía, se devanea en exceso, se construyen castillos invisibles en el aire. Esto funciona por momentos, como una droga estupefaciente que acelera y enciende los sentidos durante un instante pero luego, patea duramente con el síndrome de abstinencia y la adicción termina siendo explosiva, a la larga fatal. Tienen campeones del mundo, en todos los ámbitos, pero también «vendieron mucho pescado podrido». No se desgarren las vestiduras, pero para mí, Jorge Luís Borges está demasiado sobrevalorado… Aunque me fascina el porteño nacionalizado paraguayo Astor Piazzolla…

Los argentinos supieron conquistar tantos laureles en el deporte, las artes, inclusive en las ciencias naturales… Pero mucho de ese «orgullo» en realidad pareciera ser simple sucedáneo ante una profunda realidad subyacente en su psiquis. «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo pero perder su alma?», diría el Divino Redentor Jesucristo. En términos más políticos, esto sería algo así como «¿de qué nos sirve tener un Papa y ser Campeones de Fútbol, si estamos gobernados por los peores cipayos del universo?».

Esa es la disyuntiva que les tiene a maltraer desde 1810 inclusive. Es el «seamos libres que lo demás no importa nada» del General San Martín, que viene a ser retrucado por el General Rosas que le contesta «¿cómo es que lo demás no importa nada, ¿vamos a ser libres para que nos gobiernen los ingleses?». La libertad, en sí misma, sólo sirve cuando está orientada hacia el Bien, la Verdad y la Justicia. «Ser libres y que lo demás no importe nada» conduce al cipayismo. Lastimosamente, aunque muchos hermanos argentinos no quieran aceptarlo, ese fue el resultado de semejantes aforismos… De tanta palabrería vacua y banal…

Lastimosamente, la República Argentina está en peligro de muerte y no hay verdaderos líderes patriotas para rescatarla. Massa, Bullrich, Milei, son todos lo mismo de siempre, sólo se diferencian en el empaquetado. Pero digamos como «consuelo de tontos» a nuestros queridos hermanos del vecino país que, aunque estemos inmunizados por nuestros históricos atavismos de ciertas plagas que hoy afectan al resto de los Estados de la cuenca del Río de la Plata, por acá la cosa no está muy diferente en términos geopolíticos; y la realidad paraguaya no va a cambiar ni con setecientas «publinotas» hechas para «La Nación Argentina» de la Familia Mitre…

Pero nunca debe perderse la esperanza de que, algún día, vamos a estar mejor…

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