En las últimas semanas se instaló, vía proyecto de ley, un debate exprés sobre la necesidad de contar con un Ministerio de Economía y Finanzas (MEF). Esta entidad surgiría de las anexiones que realizaría el Ministerio de Hacienda de otras dos: la Secretaría Técnica de Planificación (STP) y la Secretaría de la Función Pública (SFP). El proyecto de ley argumenta de forma sintética y optimista la necesidad de contar con un superministerio de economía debido a la “fragmentación en el tratamiento de temas, tales como la inversión pública, la gestión del capital humano, la coordinación territorial y la planificación del desarrollo nacional, situación que ralentiza la articulación y la capacidad de dar respuesta inmediata a las necesidades de desarrollo de las políticas públicas”, según expone en el párrafo 6.
En la exposición de motivos de este proyecto de ley resalta un error grave y fundamental, sobre el cual quiero detenerme hoy. Es el gran error de los ingenieros sociales que pretenden organizar la sociedad de arriba hacia abajo: la planificación del desarrollo. Esta rimbombante expresión es tan optimista y llena de fuerza que a menudo las personas la pasan por alto y siempre es políticamente rentable.
¿Puede un individuo planificar su desarrollo personal?
Hemos visto que muchas veces, quizás sí (con matices), la mayor parte de las veces no. La cantidad infinita de variables que hacen al desarrollo personal, profesional, moral y material de una persona son tales que la mayoría de los que llegamos a los 40 años nos damos cuenta que nuestros planes no resultaron como previmos a los 20 años ¿Estoy en contra de la planificación individual de los proyectos de vida de las personas? No. En general cuando uno planifica para su vida internaliza los costes, es decir, no le pasa la factura a la sociedad. La responsabilidad personal por malas decisiones estructura los incentivos para que la planificación individual sea, generalmente, eficiente y, relativamente exitosa. Sin embargo, en el caso de “la planificación del desarrollo nacional” se cumple lo que decía el economista Thomas Sowell:
¿Estoy en contra de la planificación central de la economía? Si.
Planificar el desarrollo de todo un país necesariamente generará, externalidades negativas, costos no pactados que terceros irremediablemente habrán de pagar: es decir, se socializan las pérdidas. En este sentido, no existen programas efectivos de contención de daños porque nos encontramos ante el extendido fenómeno de la arrogancia del planificador, que intenta “alinear los planes de desarrollo de largo plazo”, de toda una economía nacional, con más de 7 millones de personas que realizan a su vez planes individuales. Si el planificador se equivoca, ajusta; pero ajusta contra el bolsillo del contribuyente. No es innecesario recordar que Friedrich A. Hayek, premio Nobel de Economía 1974, declaró:
El proyecto de ley borra con el codo lo que escribe con la mano, pues a pesar de que usa frases terminantes y positivas como “creación de más empleo y mayores ingresos que puedan mejorar la calidad de vida de todos los paraguayos” (párrafo 9, Exposición de motivos) reconoce en el artículo 10, inc. 4, que habrá un régimen de “reglas excepcionales” de “desvinculación laboral anticipada” para funcionarios públicos en el proceso de transición que excederá los recursos del Presupuesto General de la Nación (PGN). Aquí se verá que, hecha la ley, hecha la trampa. Es fácil suponer que jugosas liquidaciones finales se recibirán para luego volver a ingresar al nuevo superministerio, y naturalmente estas serán la regla, no la excepción.
Este superministerio que “unifica, sustituye y AMPLIA las funciones (de los tres entes involucrados, art.1, párrafo 2)… tiene la finalidad de no limitar el rol de la institución al aspecto financiero y presupuestario, sino de AMPLIARLO para poner mayor énfasis como organismo rector de políticas públicas” (párrafo 10, exposición de motivos). Es axioma del liberalismo clásico “dividir el poder” y la creación de un superministerio de economía, bajo la mascarada pragmática de disminuir entes públicos, centraliza y concentra poder político para la arbitraria toma de decisiones estatales; esto conducirá a una más eficiente extracción de recursos del bolsillo de los ciudadanos, súbditos que ya se encuentran exprimidos bajo el apriete característico de devotos burócratas. Tenía razón Adam Smith cuando dijo:
¿Es posible planificar el desarrollo nacional?
Si entendemos, como Karl Popper, el gran epistemólogo de la ciencia del siglo XX, que el desarrollo material “está fuertemente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos”; y si reconocemos que “no podemos predecir por métodos racionales o científicos el crecimiento futuro de nuestros conocimientos”, entonces, por la fuerza de la lógica debemos concluir que no es posible planificar ni predecir el desarrollo material. Insisto que esto no es una diatriba contra toda forma de planificación personal o empresarial, sino el reconocimiento humilde de que, siendo la realidad compleja y el descubrimiento de conocimientos futuros, el fundamento del progreso, la planificación central de la economía tiene necesariamente que fracasar, al igual que otras medidas similares a ella.
El problema es que si fracasa lo hace con nuestro dinero.