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El camino del realismo político: libertad y responsabilidad personal

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Comprender que la política se trata de acceder al poder, de mantenerlo y de aumentarlo, es superar la adolescencia política. A menudo, la mayoría de las personas, refieren que la política es “la búsqueda del bien común”, “el servicio público” o “establecer consensos”. Nada más alejado de la realidad y del realismo político que caracterizó a los autores de la modernidad como Maquiavelo, Hobbes o Locke, quienes son los filósofos del “poder político”.

La mayoría de las personas están tan embriagadas de idealismo político que deciden ignorar que el Estado es “el aparato de la coerción y la compulsión”, según Ludwig Von Mises, y que la política es “la dominación del hombre por el hombre”, según Max Weber. Esta mezcla de ignorancia e idealismo político es un favorable escenario para que se atropellen nuestros derechos individuales en virtud a no sé qué banderas y además se nos venda la idea de que es por nuestro bien.

En la concepción idílica de la política “el legislador es una especie de Dios”, que a decir de Jean Jacques Rousseau puede, mediante la acción positiva de dictar leyes, “cambiar la naturaleza humana”. Es así que el verdadero sujeto político en nuestros regímenes modernos es quien detenta el poder, es decir, el político. Los demás, sencillamente, somos los idiotas útiles de un sistema que se ha promocionado como democrático y donde se nos dice que ejercer el poder es insertar una papeleta electoral cada 5 años, mientras no cesa la fiesta del dinero público.

Abandonar la infancia política hoy significa reconocer que vivimos bajo la suave dictadura de la casta política, que hemos abandonado el deber moral de regirnos a nosotros mismos, que hemos desertado de la responsabilidad por nuestras propias vidas. Pretender que se organice la sociedad desde un poder político central es una expresión de idiotismo político pues presupone que el legislador conoce de antemano nuestras propias vidas y necesidades mejor que nosotros mismos. Por eso, si aceptamos la naturaleza humana tal y como es, la política bien entendida reconoce que no necesitamos mejores políticos, sino menos políticos. No precisamos más Estado, sino menos Estado. Debemos trascender el camino de la sujeción política: dejar de estar “sujetos a…” y empezar a “ser agentes de…”: agentes de nuestras propias vidas.

No existe otro camino para una política que se precie de no esclavizar a los hombres sino el de la libertad fortalecida bajo el signo viril y poderoso de la responsabilidad personal. Al margen de ella, todo es sujeción, esclavitud, servidumbre y vergüenza.

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