Existen ámbitos distintos de la experiencia social que no deben mezclarse ni invadirse mutuamente, so pena de que uno destruya al otro por vía de la fuerza. Al menos, así lo entendió el liberalismo clásico que, acorde con la tradición modernista, instó a separar los ámbitos de la acción pública y privada. Este reclamo surgió como consecuencia de que la religión cristiana había degenerado en mundana política al ordenar los asuntos comunes de la vida social, lo cual ocasionó violencia, malestar, inquisiciones y guerras ¿Cómo un ámbito de la religión, específicamente la cristiana, que pregonaba el amor al prójimo, el perdón y la redención universal pudo convertirse en un brazo armado del Estado? Sucedió porque la acción gubernamental invadió los ámbitos de la libertad de conciencia y de religión, inundándolo todo con su propia lógica: la coacción. Si, la coacción, porque deberemos reconocer_ al menos si anhelamos abandonar la infancia política_ que “el estado o gobierno es el aparato social de la compulsión y la coerción”, como afirmó Von Mises en “La acción humana”.
Es así que, por la vía dolorosa de las tristes experiencias, se elaboró una noción de libertad política la cual no era incompatible con la noción de libre albedrío cristiano y al mismo tiempo facilitaba el establecimiento de instituciones sociales y políticas, que disponían incentivos virtuosos facilitando la convivencia pacífica. La libertad, políticamente hablando, se entendió desde entonces, como el derecho negativo a no ser coaccionado por terceros de forma caprichosa, o como la ausencia de coacción arbitraria por parte de terceros.
Para muchos quizás esta forma de entender la libertad sea insuficiente, debido a que deben renunciar a sus anhelos de una civilización virtuosa, pero ordenar la sociedad sobre una serie de derechos negativos nos lleva sencillamente a reconocerle límites a la acción humana en convivencia y a comprender una idea fuerza fundamental: a menos que abandonemos la fatua pretensión de imponerle nuestras creencias personales a los demás no habrá paz posible. No existe paz social en una sociedad donde todas las facciones y grupos pugnan deseosos por obtener, a cualquier costo, el monopolio de la violencia física (Max Weber, El político y el científico), o Estado, para obligar a su prójimo, no solamente ya a abrazar, sino a financiar, las preferencias ideológicas de la gavilla de turno.
Es así que la misma noción de tiranía que desarrolla el liberalismo clásico se entiende solamente dentro de este contexto de separación de los ámbitos públicos y privados que se realiza en la modernidad. Su axioma político fundamental es:
Es así que el Estado no puede invadir los ámbitos de la conciencia sin ejercer tiranía política y uno de esos espacios de libertad de conciencia es la crianza y educación de nuestros hijos.
Alguna vez fue necesaria una revolución ideológica en las mentes de las personas que conformaron la sociedad civil para separar religión y estado. Hoy, la superstición de turno de una sociedad que se deleita en el lodo del hedonismo son los mal llamados “derechos sexuales”, promocionados ad nausean por periodistas, activistas de ONGs y políticos como si fuera la panacea curativa a todos los males sociales. La urgente separación que se precisa contra esta tiranía política que implica el atropello de los ámbitos privados de la crianza y la educación, es la separación urgente de la instrucción infantojuvenil y del estado, y esto no sucederá a menos que, nosotros, los patriotas, liberales y conservadores entendamos que la educación estatal es la herramienta de dirigismo cultural más formidable que se haya desarrollado en la historia.
Lo que debe saber parte de la derecha que abraza en su propuesta política, la nostalgia de impartir cierta educación desde un centro de poder estatal, es que, de manera no deliberada, pavimenta el camino para el ascenso de la izquierda más autoritaria. El único camino, para salvar a la instrucción pública, es desarticular todo ente estatal de adoctrinamiento masivo llevando adelante el mismísimo programa secesionista que rescató a la santa religión cristiana de las garras de la política: la separación de los ámbitos.
Esto último no sucederá a menos que cada padre y madre reconozca como fundamental su derecho inalienable de educar a sus hijos como prerrogativa irrenunciable, exigiendo a los políticos que quiten sus sucias manos de las mentes de nuestros pequeños. Todo lo demás es tiranía, y donde hay tiranía, hay derecho a la rebelión.