viernes, 22 noviembre, 2024

La búsqueda del conocimiento en un mundo caído: errores, erratas y errantes

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Héctor Acuña
Héctor Acuña
Director Editorial de InformatePy

Aprovecho este medio para responder brevemente a una alusión que realizó sobre mi artículo, el querido Emilio Urdapilleta, también columnista de InformatePy, activista “pro-vida y pro-familia” y un católico comprometido y activo con su fe. Realizo esta respuesta desde un afán de comprensión, pues no creo que sea favorable, políticamente hablando, que sectores liberales, patriotas, conservadores y tradicionalistas (Definida como “La nueva derecha” por el politólogo Agustín Laje) nos entreguemos a la práctica del diálogo y la disidencia si no es con el fin de comprendernos mutuamente. Creo que es menester reconocer que Emilio acertó en todo lo que dijo. Todo fue verdad si consideramos el margen de conocimiento que le permiten las herramientas de análisis que su fervor y su celo le brindan. Celo y fervor, por cierto, admirables, sin embargo, insuficientes para entender la compleja realidad social, política y económica.

Efectivamente, existe una tendencia en los seres humanos a analizar todo bajo la lente de nuestras ideas favoritas, y en ese sentido, el estimado Emilio intenta forzar un análisis de la realidad política, social y económica con herramientas epistémicas devenidas de la fe y el dogmatismo. La extemporánea discusión que Emilio y cierto catolicismo integrista reflota permanentemente, con la máxima “el liberalismo es pecado” es espuria debido a que es un absurdo epistemológico ¿Por qué es un absurdo epistémico? Porque siendo la epistemología la disciplina filosófica y metodológica que procura el conocimiento más sólido sobre el mundo que nos rodea (el mundo material), se encuentra ampliamente establecido que las herramientas de la fe y las de la ciencia empírica estudian diferentes ámbitos. Comprendo a Emilio, pues también soy una persona de fe, sin embargo, mis experiencias personales y mi formación me han enseñado a distinguir y separar los distintos ámbitos del conocimiento, la fe y la razón, para no caer en la confusión y el desconcierto. A menudo descubren los creyentes de la Iglesia del martillo que no todo en el mundo es un clavo, y que a veces es necesario usar destornilladores.

La fe es sagrada; el conocimiento científico es profano; la fe orienta sus intereses hacia lo inmaterial, espiritual; la ciencia, hacia el mundo material; la fe responde a las grandes preguntas existenciales; la ciencia tiene aspiraciones más modestas, a lo sumo responder preguntas generales sobre el orden de lo secular, orden donde a menudo se encuentra con hechos irreductibles(Ludwig Von Mises, La Acción Humana) sobre los cuales solo cabe aceptar nuestra profunda ignorancia. Por eso, si pretendemos respetar la lógica, debemos reconocer irremediablemente que la expresión “El liberalismo es pecado” es sencillamente una proposición imposible, porque “liberalismo” es una categoría de filosofía política y “pecado” es un concepto de naturaleza espiritual. Tan absurdo sería declarar “El catolicismo es óptimo paretiano”, o “El dinero es demoniaco” como decir “El liberalismo es pecado”. El mismo Santo Tomás se ruborizaría ante tal atropello a la lógica aristotélica, donde se intenta conjugar estos ámbitos irreconciliables.

Lo anterior queda aún más claro en el hecho de que la proposición “Un círculo es cuadrado” puede refutarse lógica, empírica y experimentalmente cuando una persona intente realizar la cuadratura del círculo, sin embargo, demostrar que “el liberalismo es pecado” requiere experimentar con entidades inmateriales, de carácter espiritual, por ejemplo: realizar un test de filosofía política, apartar a los que puntuaron alto en el constructo “liberalismo” y medir en todos ellos “la impureza de sus espíritus”. Claro, como la hipótesis es insoluble (no puede ponerse a prueba mediante de los métodos de la ciencia)los acusadores sencillamente apelan al dogma: sin embargo, ya en este caso, deberán reconocer que abandonaron el camino de la lógica y la evidencia en favor de su “creencia” o “fe”.

De todas formas y aunque los conceptos de la proposición fueran de la misma categoría, solo será cierta considerando las definiciones que la integran ¿Qué es liberalismo? ¿Cuál es la definición de pecado? ¿Para qué religión es pecado? ¿Cómo se llegó a la conclusión de qué es un pecado? Yo sé que es frustrante para muchas personas, como el amigo Emilio, que dirigen sus vidas sobre la base de la revelación divina, tener que explicar sus términos, pero si ambicionan forzar las formas de lo que aspira a ser una proposición lógica (“El liberalismo es pecado”), la mínima exigencia racional es explicar el contenido de la misma.

Lo anterior es apropiado debido que la ciencia y la religión son distintas formas de conocer, funcionando bajo diferentes reglas en pos de resolver interrogantes de distinta naturaleza. Es por ello que la declaración “El liberalismo es pecado” puede llegar a estar totalmente vacía de contenido si no se precisan sus tales términos, lo cual frecuentemente sucede debido a un uso meramente panfletario de la misma, que con fines estrictamente utilitaristas busca la adhesión de terceros. Este abuso de la expresión “el liberalismo es pecado” disuelve el dogma en slogan propagandístico como consecuencia directa de cierta retórica interesada como dijo Adam Smith en la Riqueza de la Naciones respecto a los mercaderes, que dejando atrás al esfuerzo genuino del Padre Félix Sardá y Salvany por difundir ciertas ideas, mezcla ámbitos, relaciona lo irreconciliable, confunde los términos, y termina logrando exactamente lo que pretendía evitar: profana lo sagrado.

Lastimosamente, esta disposición a mezclar todo, religión, política y economía, ha inundado las misas católicas y otros cultos cristianos de todo el mundo, tanto que, por ejemplo, es imposible ir a una misa el 8 de diciembre, una de las fiestas marianas más importante del mundo, y no escuchar al sacerdote hablar exclusivamente de reforma agraria, desigualdad económica y redistribución de la renta. Ya en el siglo XVIII un conservador inglés, Edmund Burke, se quejaba de esta degeneración de la religión cristiana devenida en pura propaganda política:

Lo cierto es que la política y el púlpito son términos poco compatibles entre sí. Ningún sonido debería oírse en la iglesia, excepto la voz curativa de la caridad cristiana. La causa de la libertad civil y del gobierno civil, así como la causa de la religión, tienen muy poco que ganar como resultado de esta confusión de deberes. Quienes abandonan su propio carácter para asumir otro que no les pertenece, desconocen, en general, tanto el carácter que abandonan como que carácter que asumen (…) Ciertamente la iglesia es un lugar en el que una tregua de un día debería concederse a las disensiones y animosidades del espíritu humano

Reflexiones sobre la Revolución en Francia. Edmund Burke

Por último, muchos católicos integristas practican el abuso semántico de llamar “liberalismo” a todo lo que no le gusta, extendiendo el término de forma indiscriminada a todo lo que no se adecue a sus preferencias personales. “El marxismo es liberalismo”, “la socialdemocracia es liberalismo”, “la eutanasia es liberalismo”, “el aborto es liberalismo”, “el lobby LGTB es liberalismo”. Puedo reconocer de buen grado que el mundo esté lleno de maldad, pero es importante reconocer que antes de existir el liberalismo como filosofía política en el siglo XVII, ya existían los abortos, la homosexualidad, los asesinatos y el robo, y llamar “liberales” a los habitantes de Sodoma y Gomorra, a Caín o a Lucifer son solo indiscriminados e interesados abusos de las palabras, como cuando algunos comunistas dicen “Jesús fue marxista” 19 siglos antes del nacimiento de Marx. Comprendo esa instrumentalización de la terminología en el ámbito de la fe y del dogma, sin embargo, esos usos constituyen un abuso y un absurdo en filosofía política, cuando no en historia. No deja de ser interesante que el atributo “liberal” fuera una de las características del Dios judeocristiano, “que hace llover sobre justos e injustos” y bendice generosamente.

Los desórdenes de los integristas, relativos al método epistémico, la sintaxis (proposiciones) y la semántica (conceptos) debocan en un nominalismo radical que este minúsculo sector integrista comparte con los cultores del posmodernismo, al menos en dos sentidos:

  1. Primero, siendo la desdiferenciación posmoderna (Agustín Laje) una de las características de nuestra época, los integristas tienden a mezclar todos los ámbitos: economía, política, religión, historia. De ello desemboca una ensalada mental que guía sus endogámicas conversaciones y tertulias.
  2. Segundo, porque en razón de su fe y para mantener sus dogmas alejados de la refutación inevitable de los hechos, utilizan las palabras a su antojo, cayendo en el relativismo semántico, al que tanto acusan de “liberal”.

Todo esto no le quita razón a Emilio, porque en su razón y con su método, la fe, él encuentra que esta filosofía política, a saber, el liberalismo “rechaza a la Verdad Revelada por Jesucristo”. Justamente, he aquí una pregunta reveladora de una mentalidad que cree que todo funciona como si fuera religión: ¿Quién es el “sumo pontífice” del liberalismo? Hay que razonar con él y entender su método para saber cómo y por qué llega a tales conclusiones. Yo considero que la fe, en general es una fuerza para el bien en el mundo, y, sin embargo, como académico que me debo a mi método, el método científico, en la búsqueda de cierto conocimiento bastante modesto, el conocimiento siempre provisional de la ciencia, debo proceder en consonancia.

Comprendo perfectamente la naturaleza de los ámbitos de la fe y la razón, y no uso martillos para insertar tornillos. Es fundamental adquirir la comprensión de que mezclar las cosas no mejora el estado del mundo y menos aún en una experiencia vital donde, inevitablemente, las cosas suceden en un continuum que no respeta compartimentos estancos. Justamente, porque el mundo es complejo y la realidad opera como un fenómeno sincrónico único es que, metodológicamente, nos damos a la tarea de separar los fenómenos al estudiarlos, para evitar el caos y el desconcierto mental que nos puede producir una realidad que supera nuestra limitada capacidad cognitiva.

Sé que es frustrante lidiar con el mundo real y sus incógnitas, pero siempre se puede recurrir a la religión y la fe para las preguntas del alma ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es mi propósito? Estas preguntas son incluso más cruciales que las preguntas que responde la ciencia. No hay que dejar de hacerlas y de buscar sus respuestas en la revelación divina, pero, como dice la Biblia en Proverbios 26:11, tampoco incurrir en la necedad del “perro que vuelve a su vómito”: que los martillos no son destornilladores.

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