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Bolivia, el gran laboratorio del crimen transnacional

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La portavoz internacional del Partido Popular (PP) del Congreso de España, Valentina Martínez, manifestó que: «En el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) Bolivia fue el laboratorio de las ideas de la izquierda radical española». Concuerdo totalmente con las apreciaciones de Martínez, pero voy a complementar algo: las ideas del Socialismo del Siglo 21 no son políticas, sino delincuenciales. Veamos.

Aida Levy, la viuda de Roberto Suarez, en sus memorias, relata que, en enero de 1983, en la ciudad de Bogotá, se reunieron Fernando Ravelo, embajador de Cuba en Colombia, Carlos Lehder Rivas, Pablo Escobar y Roberto Suarez, que para ese entonces ya era el más grande narcotraficante boliviano. La cita tuvo un único fin: mostrarles a los narcos el interés que tenía Fidel Castro en usar la cocaína como arma para destruir el imperio gringo. La relación «comercial» que nació ese día respondía a la siguiente logística: 1) Roberto Suarez fabricaba la pasta base en Bolivia, 2) Pablo Escobar la cristalizaba en Colombia, 3) Fidel Castro usaba las bases militares cubanas como puente para meter la merca en La Florida.

Para la época, mi natal Bolivia atravesaba una crisis económica y estaba camino a tener la inflación más alta del mundo, ergo, el caos y el narcotráfico eran generalizados. Sin embargo, los ajustes del año 1985, en especial el Decreto Supremo 21060, frenaron la inflación y terminaron con el enorme hueco fiscal, causado, principalmente, por empresas estatales ineficientes, entre ellas, la CONMIBOL, por ende, la hora de enfrentarse al narcotráfico había llegado.

Del año 85 en adelante, los gobiernos bolivianos empezaron una lucha intensiva contra los cárteles que habían secuestrado el país, por lo menos, desde finales de los 70. Obviamente, eso no fue del agrado de los peces gordos, que, para inicios de los 90, ya eran tan poderosos como los narcotraficantes colombianos.

El 28 de octubre de 1991, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia y la Embajada de los Estados Unidos anunciaron una cumbre antidrogas y narcotráfico para febrero del 92. Cuando la prensa boliviana publicó la información, toda la izquierda saltó en protesta por la nueva estrategia de «intervencionismo».

Al poco tiempo, la más variopinta juntucha de personajes de izquierda empezó a llenar los medios de comunicación, las universidades y las ONGS con «nuevos» discursos revolucionarios. Estos charlatanes ya no usaban las consignas del marxismo clásico, sino el indigenismo. Ahora el sujeto revolucionario era el «indígena» y la causa a defender era la «sagrada» hoja de coca. También era hora de crear una caricatura más acorde a sus novedosos banderines discursivos, los progresistas europeos no podían seguir usando camisetas con la cara de El Che, era el momento de alguien más «autóctono». Es así como reemplazan la boina negra de Guevara por las ojotas de Evo Morales.

Los promotores de Evo Morales usaron la segunda mitad de los 90 para construir el mito alrededor del caudillo cocalero, a su notoria falta de cultura la bautizaron como «sabiduría» indígena, a sus vínculos con el narcotráfico los llamaron «calumnias» imperialistas, sus grupos de choque fueron camuflados bajo el mote de «movimientos sociales», sus acciones terroristas, que incluyen masacres, violaciones, torturas y destrucción de caminos, fueron presentadas como «protestas sociales» y, quizás lo peor, su pandilla fue promovida como partido político.

Con toda esa buena prensa, Morales y sus bandoleros se dedicaron a destrozar la estabilidad democrática boliviana. Hasta que, el 17 de octubre del 2003, con ayuda de Carlos Mesa, consolidó el golpe de Estado contra el presidente Sánchez de Lozada, ese trágico día moría la República de Bolivia. Al respecto, el jurista boliviano, Carlos Sánchez Berzaín, afirma lo siguiente:

El acceso al poder de Evo Morales está precedido por más de 15 años de violencia defendiendo la coca-narco con financiamiento del circuito coca-cocaína, el apoyo de dictadores como Gadafi, hasta acciones directas de Castro y Chávez que convirtieron en movimiento político a sindicatos cocaleros similares al modelo de las FARC. Punto importante del iter criminis es la conspiración, sedición y derrocamiento del Gobierno constitucional de Sánchez de Lozada que culminó el 17 de octubre de 2003 y que Morales reivindica públicamente, confesando los delitos cometidos como el triunfo sobre el neoliberalismo. Estas acciones criminales están temporalmente impunes por la “amnistía” con que Evo Morales y sus cómplices se protegen y con la que persiguen, han convertido en presos y exiliados políticos a sus víctimas.

En estas dos décadas, el cocalero ha convertido a Bolivia en un narcoestado, ha destrozado el sistema de justicia, ha terminado con las reservas de gas, ha despilfarrado las Reservas Internacionales, finalmente, ha fulminado el futuro de tres generaciones de bolivianos. El Socialismo del Siglo 21 nunca fue política, siempre fue crimen.

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