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Bolivia necesita políticos, no caudillos

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Entre la libertad y el miedo, autoría de German Arciniegas (1900 – 1999) se ha convertido en uno de mis libros de cabecera. El trabajo repasa la historia hispanoamericana de las primeras cinco décadas del Siglo 20, y llega a una brillante conclusión: nuestros países son rehenes de toda clase de caudillos.

El problema del caudillo es que no tiene visión de Estado ni de patria, su único objetivo es controlar el poder total. El caudillaje no construye instituciones, que son vitales para el desarrollo de los países, sino que somete todo el aparato del Estado a los caprichos del mandón de turno.

El Estado Plurinacional de Bolivia, el último experimento caudillista en Bolivia, a pesar de haber contado con unos ingresos jamás pensados, nos ha convertido en una de las naciones más atrasadas del continente. Veamos algunos datos.

El Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), elaborado por Transparencia Internacional, se ha convertido en el principal indicador mundial de la corrupción en el sector público. El indicador muestra una especia de fotografía instantánea anual del grado relativo de corrupción clasificando países y territorios de todo el mundo. En los últimos años, Bolivia ha descendido su puntaje de 34, en 2012, a 30, en 2021. Ese descenso afectó a la imagen del país en los mercados internacionales, pues ya son varias calificadoras de riesgo que le han bajado el pulgar al gobierno boliviano.

En El Índice de desempeño logístico 2021, uno de los indicadores para medir la competitividad del comercio exterior de las naciones, Bolivia obtuvo una calificación de 2,36, una de las más bajas del mundo y la peor de Sudamérica. La estructura caminera es uno de los componentes que peor desempeño obtuvo, pues solamente el 13% del país consta con vías asfaltadas, casi el mismo porcentaje que otra de las dictaduras castrochavistas: Nicaragua.

En septiembre del 2022, El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó su informe sobre Desarrollo Humano 2021-2022, en el que sitúa a Bolivia en el puesto 118 de 191 países, a nivel Sudamérica, el país sólo está por encima de Venezuela.

En cuanto al, siempre álgido, tema educativo, según se desprende del Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (TERCE), realizado por la UNESCO en la región el año 2018, Bolivia ocupa uno de los últimos lugares de Hispanoamérica en cuanto a desempeño educativo, el puesto número 13 de 16 naciones analizadas, Chile y Costa Rica se encuentran en la punta. El peor desempeño obtenido por los estudiantes bolivianos se da en las áreas de lectura y ciencias naturales para sexto de primaria y en escritura de tercer y sexto.

En resumen, El Estado Plurinacional de Bolivia, en lo económico, está quebrado y, en lo social, estancó a los bolivianos en el fango de la miseria y la ignorancia.

¿Hay solución?

Sí. Sin embargo, es una ruta larga.

El primer paso es entender que la política no es un monopolio de los partidos, sino una responsabilidad de todos los bolivianos. Es necesario recuperar el concepto de ciudadano, ese que en la Grecia antigua ejercía la política como muestra de su condición de hombre libre.

El gran Winston Churchill dijo una vez: «El político se convierte en estadista cuando piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones». No obstante, en Bolivia tenemos una política vacía de ideas, pero llena de «salvadores». Eso nos lleva al segundo paso, desarrollar una propuesta que se sostenga en ideas y planes de política pública. En el debate político se debe volver a hablar de modelo impositivo, de acuerdos de complementación comercial, de seguridad y soberanía, de educación y salud, pero, en especial, de construir una patria con instituciones sólidas. En conclusión, Bolivia necesita políticos, no caudillos.

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