Están habilitados 4.782.940 electores y serán instaladas 12.259 Mesas Receptoras de Votos en 1.157 locales de votación. 9.095 candidatos buscarán ser electos a los cargos de presidente y vicepresidente de la República, senadores, diputados, gobernadores y miembros de Juntas Departamentales. Se presentan 68 organizaciones políticas, de los cuales 35 son partidos políticos, 7 son movimientos políticos, 25 alianzas y 1 concertación.
Como nunca antes, estamos viendo a “referentes” de todos los estamentos, políticos, empresarios, influencers, periodistas y a la gente en general instando a votar, a sufragar. O al menos se viraliza con mayor notoriedad ésta invitación a ser partícipes, cuando quizás en otros tiempos el aparato político persuadía al ciudadano para que no lo haga y se aseguraba que los que lo hicieran fueran “los de siempre”. Y es que el voto sube de precio y ya no es tan fácil comprarlo bajo el lema de “yo te ayudo”, porque si algo hemos visto es falta de ayuda, incluso hacia dentro de los propios partidos.
La campaña electoral es más cercana a mensajes publicitarios comerciales que buscan principalmente posicionar y vender un producto, que expresar mensajes políticos que presenten en forma transparente los idearios e intereses de los partidos políticos. Los candidatos acuden a distintas tácticas persuasivas para aproximarse a la ciudadanía, desdibujando las posiciones ideológicas tan diferenciadas en otros tiempos y acudiendo a argumentos más sensacionales que sólidos.
Es realmente un dilema saber si se repetirán los porcentajes de participación de los últimos años o si el aumento de dicha participación podría hacer alguna diferencia. Lo que sí podemos suponer de ante mano, es que habrá más votos emitidos a raíz del aumento en la cantidad de ciudadanos habilitados (nuevos inscriptos), en virtud de la inscripción automática en el Registro Cívico Permanente y tal vez ello contribuya a mejorar, en algo, la representatividad de los resultados.
En países que gozan de una democracia consolidada, plena, el voto, además de constituir la materialización del derecho y la libertad de elección, representa una enorme satisfacción que provoca una agradable sensación de alegría y espíritu festivo. Esto tiene que ver con la reciprocidad, con sentirse parte de lo que está en juego, de creer en lo uno vota además de a quién, y las esperanzas que se renuevan por la ilusión de tiempos mejores.
No estoy seguro si aquí –en general- vemos al voto como un derecho del cual nos sentimos orgullosos por lo que costó lograrlo, o nos sentimos interpelados por el deber cívico de tener que decidir. Por sensaciones recogidas, opiniones leídas y mucho seguimiento de la opinión pública en general, me animo a decir que el deber cívico interpela.
Hay varios dilemas: votar o no, hacerlo por uno u otro, hacerlo en blanco, por castigo, etc. Temo que si la cuestión fuera únicamente votar o no votar, estaríamos perdidos y con un futuro poco auspicioso. El caracú del asunto, es reflexionar y saber en qué apoyamos dicha decisión tan trascendental.
La carencia de la oferta electoral y la desconexión ciudadana con la clase política puede transformar el derecho al voto en un deber cívico que nos interpela como ciudadanos. O al menos debiera interpelarnos antes de acudir a las urnas. ¿Qué ocurre cuando tengo la intención de ejercer mi derecho, de cumplir con el deber cívico y me encuentro que con mi voto estoy respaldando algo contrario a mi deber moral, a mis convicciones? ¿Qué pasa si quiero contribuir a la democracia electoral (al menos electoral) pero siento que no debiera respaldar a ninguna de las opciones? Sentirse interpelado es necesario, pero ¿qué hago? ¿Voto o no voto?
Votar en blanco también es votar, es una forma de participar, de ejercer el derecho, de cumplir el deber y de alguna manera reflejará el porcentaje de rechazo total a la clase política.
No hay ninguna duda que la oferta política necesita profesionalizarse para que podamos ir a un voto programático. Saber QUÉ votaremos además de a quién y poder reclamar su cumplimiento.
Respecto a la baja participación electoral, esta afecta la representación de los intereses y preferencias de quienes se abstienen y fomenta la sensación de falta de representación política. Diversos estudios que se han realizado a nivel regional, muestran algunos de los factores interrelacionados que afectarían la decisión de votar de personas indecisas, y que actúan como prismas, facilitando y obstaculizando la participación electoral. Algunos son:
“No creo en la política”: Confianza en el sistema político y sus representantes. La baja confianza en la capacidad del sistema político y sus representantes funciona como un inhibidor de la participación electoral ya que las personas perciben que la política no generará beneficios palpables en sus vidas, y que las elecciones no permiten alcanzar los cambios esperados. Por el contrario, cuando perciben que los procesos electorales sí podrían solucionar sus problemas y necesidades concretas, las personas se ven motivadas a participar de dichas elecciones.
“Ningún candidato/a me representa”: Nivel de representatividad de las candidaturas. En un contexto de alta desconfianza en la política y las/os políticos, la presencia y alta visibilidad de candidaturas alejadas de la ciudadanía y poco probables de impulsar la agenda de cambios reclamada, puede propiciar o favorecer a candidaturas independientes, es decir, a quienes no han tenido militancia o no tienen vínculos con los partidos políticos tradicionales. A menudo son percibidas como representantes más efectivos de las personas y ello puede movilizar a algunas personas indecisas a votar. Pero muchas de las veces, no son suficientes.
“No me he informado lo suficiente”: Nivel de información sobre procesos electorales, candidaturas y propuestas. La percepción entre las personas indecisas de carecer la información necesaria sobre los procesos electorales y las implicancias de sus decisiones desincentiva su decisión de votar ya que identifican como un requisito para votar el estar “bien informados” acerca de las elecciones. Dado lo anterior, el contar con información imparcial, plural y veraz sobre las distintas elecciones, candidaturas y opciones en disputa facilitaría la participación electoral entre personas indecisas. La contaminación informativa, el rol de redes sociales y medios de comunicación durante procesos electorales, lejos de facilitar dificultan que las personas puedan deliberar y tomar decisiones en base a información verídica.
La participación amplia de la ciudadanía es necesaria para generar legitimidad social, pero bajo ese pretexto, encontramos en este proceso electoral en particular que concluye el 30 de abril, a grupos de personas y empresas que han optado por incentivar al voto brindando descuentos económicos, de distinta índole. Hasta el propio TSJE ha hecho una campaña denominada “Mi primer voto” en la cual ofrece descuentos en algunas universidades determinadas, presentando el certificado de votación. Esto es cuanto menos, cuestionable. Votar se podría convertir en un pretexto para acceder a un descuento económico, se podrían generar votos arbitrarios, y el voto pasaría a ser un mero trámite a cumplir por interés directo, pecuniario. POR PLATA. Y esto no dista mucho de la venta de cédulas, práctica tan arraigada y condenable.
Si el incentivo es el descuento, si el incentivo es lo que dicho descuento significa en dinero, estaremos lejos de cumplir con el deber cívico a conciencia, con el ejercicio democrático ciudadano por excelencia. Promocionar esto, revela falta de educación y cultura cívica. El beneficio por votar, es la conciencia de haber cumplido con el acto cívico, democrático, participativo por excelencia. La satisfacción por apoyar a un partido, a un candidato o a la democracia, es una utilidad inherente al acto social de votar. Otorgar descuentos, es un intento de comprar voluntades, o al menos un porcentaje. ¿Qué puede tener de racional o consciente un voto impulsado por un descuento?
Tanto fustigan la compra venta de votos, pues ésta también es una forma de comprar votos.
Finalmente, queda claro que es una cuestión absolutamente personal, una decisión individual, el votar, hacerlo por uno u otro candidato, abstenerse o votar en blanco. Si hemos llegamos a éste punto de sentirnos interpelados, de cuestionarnos, de sentir que debemos reflexionar y analizar bien antes de acudir o no a las urnas o de elegir una u otra opción, habremos dado un paso importante, habremos avanzado y crecido como ciudadanía, habremos ganado en madurez cívica. ¡Y no sería poco!