Immanuel Kant diría: los seres humanos son fines en sí mismos, no medios ¿Por qué esta máxima es relevante? Porque usar a las personas las convierten en meras “cosas”, y todos entendemos intuitivamente que eso, sencillamente, está mal.
Sin embargo, la política cosifica a los seres humanos como simples medios, a veces medios ignorantes, otras, coaccionados para ser medios, todo para lograr fines de terceros. Si podemos definir la política lo haríamos como Max Weber:
¿Pero qué es el poder? Mi profesor Eduardo Fernández Luiña (Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (EPRI) de la Universidad Francisco Marroquín), define el poder como “la capacidad que A tiene sobre B para que las acciones de B respondan a los objetivos de A”. Siendo así la política, no nos debería sorprender que su forma más extendida de materializarse sea en una ruptura con la máxima kantiana, es decir: usar de manera maquiavélica a las personas como medios y no respetándolas como fines en sí mismas.
Lo que sucede con el expresidente Fernando Lugo, presidente de la nucleación de partidos políticos de izquierda, el Frente Guasú (FG), es una lamentable demostración que ni siquiera los políticos mismos escapan a la lógica perversa expuesta previamente y que en cualquier momento, inclusive ellos, pueden caer en la desgracia de ser asquerosamente utilizados como simples cosas que respondan a fines de terceros.
Me refiero a la manipulación grotesca y perversa de la figura (y cuerpo) de un Fernando Lugo, quien se ve a todas luces disminuidos en el uso de sus facultades mentales y en su capacidad de elaborar juicios. Casi todos los sectores políticos de la izquierda lo usan como cosa para “rasparle” algún voto: desde Efraín, en la lamentable foto con Mujica (otro perverso), hecho denunciado por el Senador de izquierdas, Querey; pasando por el propio yerno de Lugo, un tal Paciello, quien recientemente maneja sus redes sociales (hecho denunciado por el mismo FG), hasta Sixto Pereira, quien en sus spots publicitarios sale en foto con Lugo.
Del famoso poema épico el Mío Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, quien ganó decenas de batallas contra los moros en la península ibérica, se desprende una leyenda: cuando muere el Mío Cid, esperando una batalla en ciernes, embalsaman su cadáver dentro de su armadura, la suben a un caballo, y el legendario caballero, gana su última batalla después de muerto.
Salvando las distancias, no me queda ninguna duda. La maquiavélica Concertación y una gran parte de la izquierda paraguaya hubieran embalsamado el cadáver de Lugo, si este hubiera muerto, con tal de lograr una selfie para la campaña electoral.
Si a su “líder” tratan así, ¿qué podemos esperar de ellos si llegaran a tener “poder”?