Greta Thunberg se hizo famosa por su discurso alarmista y apocalíptico sobre el cambio climático. Sin embargo, hasta ahora no había ofrecido muchos consejos específicos sobre cómo resolver el problema. Ahora, la joven activista sueca ha publicado The Climate Book, un volumen que incluye ensayos de más de cien autores diferentes, incluidas 18 contribuciones de la propia Thunberg.
En uno de sus textos, la ecologista escandinava carga contra la industrialización y el capitalismo del siguiente modo:
Sin embargo, lo que realmente ocurrió merced a la industrialización y el capitalismo fue un aumento sin precedentes de la población mundial, motivado precisamente por el hecho de que la incidencia del hambre y la pobreza fueron a menos. Así, la población global pasó de 1.000 a 8.000 millones de personas al calor de este desarrollo. De igual modo, tampoco es correcto decir que el capitalismo sólo contribuyó a mejorar la vida de una pequeña minoría. En 1820, la proporción de personas que vivían en la pobreza extrema alcanzaba una tasa del 90 por ciento a nivel mundial. En cambio, este mismo porcentaje se reduce hoy al 9 por ciento.
Pese a la evidencia, el libro está lleno de duras críticas al capitalismo. A lo largo de casi 500 páginas, solo hay dos oraciones en las que Thunberg admite que otros sistemas económicos también han tenido un impacto negativo en el medio ambiente. Aquí va una de ellas:
Thunberg no revela explícitamente qué sistemas han fallado más que otros y, de hecho, su argumento apunta implícitamente contra el capitalismo, al que dedica todas sus críticas. No obstante, los datos muestran que la destrucción medioambiental en los países socialistas fue mucho peor que la observada en los países capitalistas. Por ejemplo, en Alemania del Este había tres veces más emisiones de CO2 que en la mitad capitalista de mi país.
Pese a los datos, Thunberg insiste en que es el capitalismo el que está conspirando contra el clima. En The Climate Book culpa a los políticos de ser «esclavos de las grandes empresas petroleras y financieras». De igual modo, carga contra los medios, «que apenas están dando sus primeros pasos para cubrir la crisis climática (…). Este tipo de noticias deberían dominar cada programa de noticias, cada discusión política, cada reunión de negocios y cada segundo de nuestra vida diaria. Pero eso no es lo que está sucediendo».
Cabe preguntarse qué tipo de agenda informativa nos dejaría esta propuesta de Thunberg. Al fin y al cabo, la idea de bombardear a la población con constantes referencias a uno u otro tipo de circunstancias recuerda, más bien, a la propaganda propia de los Estados totalitarios. Sin embargo, eso es lo que propone Thunberg en The Climate Book, que de hecho incluye otras colaboraciones de autores que reprochan a los medios que ofrezcan el punto de vista de investigadores o expertos que no comparten el alarmismo profesado por el ala más exaltada del ecologismo.
Thunberg lamenta asimismo que «no existan leyes o restricciones vigentes que obliguen a tomar las medidas necesarias para salvaguardar nuestras futuras condiciones de vida en el planeta Tierra». Lamenta que «el mundo está dirigido por hombres cis heterosexuales, blancos, de mediana edad, que han crecido en un entorno privilegiado» y considera que este tipo de personas «son terriblemente inadecuadas» para hacer frente a la crisis climática de la que nos alerta.
Su coautora Sonja Guajajara advierte que «necesitamos mujeres indígenas en el centro de la lucha por el futuro para la humanidad, porque en sus comunidades originarias somos nosotras, las mujeres indígenas, las que nos encargamos de manejar y conservar los ecosistemas y de preservar el conocimiento a través de la memoria y la costumbre».
Greta dedica un párrafo a la energía nuclear, que rechaza sumariamente como una posible solución. Las tecnologías para extraer CO2 del aire también son descartadas por la autora, que las describe como «una broma». Tampoco le convence la geoingeniería solar porque «despierta una feroz resistencia entre los pueblos aborígenes». Y, en cuanto a los vehículos eléctricos, tampoco son una solución viable porque «solamente son una opción al alcance de ricos y poderosos».
Una economía eco-planificada
Kevin Andersen, otro de los coautores del libro, defiende que el Estado debería determinar «el número de casas que podemos tener y el tamaño de estos inmuebles, la frecuencia con la que volamos y la clase de asiento que utilizamos, el tipo de coches que conducimos y las distancias que recorremos con ellos, el tamaño de las oficinas que ocupamos en el trabajo, las reuniones y conferencias internacionales a las que acudimos, la frecuencia con la que viajamos…».
Las perlas del libro no acaban ahí. Kate Raworth propone que el Estado elimine gradualmente «los jets privados, los megayates, los automóviles que funcionan con combustibles fósiles, los vuelos de corta distancia y los programas de puntos e incentivos a los viajeros frecuentes». Seth Klein pide lanzar «una nueva generación de corporaciones públicas» capaz de producir «de forma correcta, a la escala requerida». Además, lamenta que no haya «más publicidad gubernamental dedicada a aumentar el nivel de alfabetización climática de la población».
El libro también cuenta con artículos de Naomi Klein y Thomas Piketty. La autora canadiense pide aumentar los impuestos a los ricos y reducir el gasto en materia de seguridad para financiar la lucha contra el cambio climático. El economista francés pide que todas las personas tengan asignado un límite de derechos de CO2 y, si quieren superarlo, deban pagar el correspondiente precio.
En última instancia, todo el contenido del libro conduce a la abolición del capitalismo y su reemplazo por una economía eco-planificada que permitiría al Estado determinar cada faceta de la vida humana, decidiendo qué pueden hacer o no los individuos y las empresas. Una distopia totalitaria que Thunberg defiende como única salida posible.
Fuente: Libre Mercado