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Nerón redivivo: Las bellísimas mentiras del imperio

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El domingo 12 de marzo de 2023 se celebraron los irrelevantes “Premios Oscar” de la Academia de Ciencias Cinematográficas de Hollywood, principal usina de propaganda del Imperio Estadounidense. 95 años de lo mismo de siempre, salvo alguna que otra excepción. Con la diferencia de que, inclusive no más de un cuarto de siglo atrás, todavía uno podía quedar encantado con cautivantes personalidades de actores, actrices o directores que tenían un sello característico, una impronta indeleble a la hora de realizar su arte.

Por supuesto que no caeré en el romántico mito de “todo tiempo pasado fue mejor”. Las depravaciones y perversiones existían antes como hoy. Fue la “cristianización” del mundo la causa de que se hayan abandonado muchos de los paganos y horripilantes delirios en los que la humanidad estaba sofocada y ahogada en sangre.

Hoy, la llamada “civilización occidental” se encuentra en la fase terminal de su proceso de “descristianización”. Sobreviven algunos enclaves, cual Fortaleza de Humaitá, al proceso de degradación y descomposición natural de un organismo que alcanzó su natural punto de no retorno y decadencia.

Dase el caso de que los Premios Oscar suelen ser, precisamente, la marquesina y la vidriera de la putrefacción en Occidente. Todo lo que es degradado y maligno, primero puso pie en la “alfombra roja” (que en esta ocasión tuvo otro color) de Hollywood. No hacen falta pruebas de esto, nadie con dos dedos de frente lo duda. Pero en esto, las élites estadounidenses (no su pueblo, que de todas maneras, tiene los gobernantes que merece) no son muy diferentes a lo que pasaba en siglos anteriores.

El gran San Agustín de Hipona en su “Ciudad de Dios contra los Paganos” sometía con su pluma inquisitorial al más grandioso Imperio, por su rol de civilizador y de fundador, de la antigüedad. Roma, urbe magnífica y hedionda de monarcas, republicanos y césares, que, aunque tenía “semillas de la verdad” en mucho de lo que difundió al orbe, a su vez, venía contaminadísima desde el inicio de su misma existencia por los pecados horrendos de su pueblo y por consiguiente, sus dirigentes.

Tan genial era la pluma agustiniana, que el Sabio hiponense podría ser considerado como el primer “revisionista histórico” que conocen las letras universales. Cuando los romanos le cuestionaban sobre la decadencia del Imperio, que era derrotado por las hordas bárbaras, señalándole que todo era culpa “del cristianismo” que había llegado a “destruir a los antiguos dioses paganos de Roma”, San Agustín les retrucaba con sutilísima habilidad diciéndoles que ocurría exactamente lo contrario: mientras que los visigodos y vándalos, curiosamente, mostraban un “enorme respeto” por las enseñanzas de la Iglesia Católica e incluso deseaban que les fuera revelada esa fe tan misericordiosa y magnánima (lo que fue aprovechado por los arrianos, que a pesar de su herejía tienen como mérito que fueron entre los primeros en intentar cristianizar a los bárbaros), eran los romanos quienes más se resistían a “abandonar completamente” la adoración a sus demonios, esto es, sus dioses paganos, a pesar de que en la “Ciudad Eterna” se habían establecido y martirizado, guiados por el Espíritu Santo, los más grandes hombres de la cristiandad, como San Pedro y San Pablo, para la mayor gloria de Jesucristo.

Todavía San Agustín tiene algunos ases bajo la manga. Los romanos nunca terminaban de abandonar su adoración a esos “espléndidos vicios” que consideraban como “virtudes cívicas” de la nación. El Obispo de Hipona, para sorpresa de sus interlocutores, “desmitifica” y hace un poderoso “revisionismo” a la historia de Lucrecia, la presuntamente virtuosa mujer cuya violación y posterior suicidio motivaron la caída de la monarquía y el establecimiento de la República de Roma.

Para el hiponense, en contra de toda la opinión popular, aunque había mucho de espectacular y fulgurante en las acciones de Lucrecia, en el fondo, esta mujer no era sino la representación del egoísmo, el desenfrenado orgullo y la falta de verdadera piedad que existía en toda la sociedad romana, incluso en la gente “de valía” como era ella misma. El individualismo atroz, libertario, egocéntrico, basado en meros acuerdos sociales y convenciones, sin que haya esencia de amor y de verdad en nada de eso, era la fuente principal de todos los errores que plagaban a la “Ciudad Eterna”. Por más “hermosas” y “bien ornamentadas” que pudieran estar todas estas acciones de Lucrecia y sus vengadores, lo cierto es que no pasaban de ser un “espléndido vicio”. Como una Catedral Anglicana, amigos…

Desde la egoísta explosión de la violada y suicidada Lucrecia hasta los más delicados y perversos delirios del Emperador Nerón, no había sino una lógica consecuencia. Porque, donde la voluntad personalísima y las falsedades disfrazadas de belleza se van imponiendo, no se tarda mucho en llegarse hasta lo más terrorífico en su refinada depravación.

El Emperador Nerón no era sino Lucrecia, pero con el cetro imperial en la mano. Los “espléndidos vicios” quedaron personificados en un hombre, la rediviva encarnación de la malicia humana. Claro, Nerón podía hacerlo porque según la lógica romana, el Emperador tenía ese poder. ¡Era Divino, Augusto, como esa celebérrima mujer suicida que con sus maldiciones e imprecaciones tumbó a los monarcas de la Vieja Roma!

Nerón quería hacer muchas “Lucrecias” en su Roma. Y el diabólico delirio del Emperador lo llevó a tomar a varios hombres para “convertirlos” en mujeres. Algunos de ellos fueron sus amantes, como Esporo y Pitágoras (no es el matemático griego). Es más que conocido que el primero de ellos fue el primer “eunuco” al que se sometió a una “cirugía de cambio de sexo”, perversidad macabra que solamente podía surgir de una cabeza neroniana.

Esporo, la primera “mujer transgénero” famosa de la historia, era objeto de burla a pesar de que recibía las más atentas consideraciones. La maquillaban y vestían como si fuera Popea Sabina, la cruel esposa de Nerón, por la que este lloraba con malvada ironía, pues fue el Emperador quien hizo abortar a uno de sus hijos y luego la mató de una patada en la cabeza, estando borracho.

Cuando Nerón fue derrocado y muerto, su amante eunuco Esporo, siempre disfrazado de Popea Sabina, fue elevado a la categoría de “gran actriz” en honor a su difunto castrador. ¡Tanta era la perversión! Vitelio, sucesor de Nerón, ordenaba a Esporo que suba a los escenarios a representar todo tipo de obras teatrales para divertimento de los presentes; en una ocasión, le tocó actuar en el papel de “Lucrecia”, la famosa mujer que fue causa de la caída de la monarquía romana. Esporo fue violado, desde luego que no de “forma artística” sino de verdad, pues en ese entonces se consideraba que toda actuación debía ser “híper realista”, una manera más de encubrir con eufemismos a la degeneración.

Harto de tanta humillación, el “transgénero” Esporo terminó realizando lo mismo que la presuntamente “virtuosa” Lucrecia. Tomó una daga y sobre el escenario, tras haber sido repetidamente abusado ante las risas y masturbaciones del público, se ensartó una daga en el pecho. “¡Qué gran artista pierde el mundo!”, diría Nerón. Algunos, enojados con la determinación de Esporo, quisieron que su cadáver fuera utilizado para una última obra teatral, que ya tenían planeada: “el Rapto de Proserpina”, que incluía de nuevo, pornográfica violación. Parece ser que no se animaron a tanto… Quizás les pareció aburrido…

Volviendo a San Agustín, este terminaba rematando no sólo a los “mitos” de la antigua y falsa “virtud romana” sino que mete unos palos al gran Cicerón. Cuando el famoso magistrado y senador exclamaba con patético llanto “Roma es sólo una República de nombre, la virtud y la justicia dejaron de existir”, el Obispo de Hipona le arrojaba un certerísimo dardo a la cabeza y hasta podemos imaginar su voz, oscura y masculina, diciéndole: “Roma nunca fue República, nunca hubo virtud ni justicia en ella”.

¿Se aplica todo esto con los Estados Unidos y su macabro Hollywood?

Queda a criterio del lector hacer esos discernimientos. Lo cierto es que en los Premios Oscar 2023, no faltaron al desfile de vanidades siniestras varios seres humanos que en el mundo posmoderno se conocen como “transgénero”.

Algunos de ellos despertarían la envidia de los cómplices de Nerón. Tenemos el caso de Hunter Schafer, que apareció despampanante con una pluma cubriendo sus artificiales senos. Su rostro, ciertamente, deslumbra con todo el maquillaje, las mil cirugías y dos mil toques quirúrgicos de plasticidad manufacturada. Algunos recios varones, desconocedores de la magia negra luciferina de Hollywood, quedaron sorprendidos por lo que veían. ¡Era Popea Sabina y la diabólica belleza salvará al mundo!

No, no y no. Simplemente, se trata de una versión perfeccionada del viejo mal sufrido por el pobre y miserable Esporo, objeto de la admiración y al mismo tiempo de la bufonería, utilizado para los divertimentos perversos de los Nerones Redivivos de nuestro decadente mundo occidental.

Las bellísimas mentiras del Imperio, sea este romano o estadounidense, todas tienen algo en común. Aquello que se construye en contra de la Verdad, incluso sí se trata de los más espléndidos y mejor maquillados “vicios” de la humanidad, termina cayendo en los más horribles paganismos que la humanidad ya conoció. Lo que pasa es que a nadie le gusta leer, mucho menos libros de historia (de los buenos). Es más fácil seguir “las corrientes del mundo” y aplaudir a los eunucos Esporos disfrazados de Popea Sabina, gente que, en el fondo, producen más lástima que desprecio. Porque, tras la impresión inicial que pueda causar la “mujer trasngénero” Hunter Schafer, uno termina santiguándose y pidiendo al Divino Creador que tenga misericordia de su alma perdida. ¡Dios, perdónalos, porque no saben lo que hacen! ¡Eran esclavos de perversos y macabros hombres!

En cambio, para el Nerón Redivivo que habita en el terrorífico Imperio de nuestros tiempos, con sedes en Hollywood, Washington D.C. y Nueva York, solamente queda una alternativa y un final razonable: que se reedite el “Incendio de Roma” en toda su grandiosa extensión. Que arda todo eso, que se queme y destruya hasta los cimientos. Y que todos sus tiranuelos neronianos sean ensartados por dagas y arrojados a la fosa común. ¡De grandes artistas se liberará al mundo!

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