lunes, 23 diciembre, 2024

Amar desde la ignorancia: el Estado y el idiota político moderno

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Héctor Acuña
Héctor Acuña
Director Editorial de InformatePy

Quiero confiarle, amable lector, una fórmula infalible para reconocer al idiota político. Este extraño espécimen de los tiempos posmodernos, ineludiblemente, frente a cualquier circunstancia que le resulte desagradable, ante alguna situación que no quepa en el estrecho ámbito de sus preferencias o cuando sienta amenazadas sus mezquinas pretensiones egoístas, sin mediar análisis, el idiota político exclamará irreflexivamente: “El Estado debe arreglar esto”.

“El Estado debe dar salud”, “El Estado debe dar seguridad”, “El Estado debe educar a la gente”, “El Estado debe cuidar a los pobres”, “El Estado debe dar viviendas dignas”, “El Estado debe poner dinero en el bolsillo de las personas”, “El Estado debe hacer que los pobres planifiquen la cantidad de hijos”, “El Estado debe meterse en la cama de la gente”, “El Estado esto”, “El Estado aquello”, “El Estado lo otro”.

Lo preocupante de esta quejosa perorata es que el sujeto posmoderno promedio no tiene ni siquiera idea de lo que el Estado es. Este unicornio de escasas luces denominado socialdemócrata occidental no sospecha cual es la naturaleza de la institución que convoca para conjurar sus males. Todos los teóricos políticos de la modernidad, momento histórico donde nace la institución social denominada “Estado”, coinciden. Desde Maquiavelo hasta Thomas Hobbes y John Locke; y desde Karl Marx hasta el padre de la sociología Max Weber, están de acuerdo en que el núcleo fundamental, la esencia, del Estado es la violencia, la dominación, el control, el poder o la fuerza.

Maquiavelo[1] dijo “todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, han sido o son repúblicas o principados”.[2] Es así que el mismo “padre de la política moderna”, el sabio Maquiavelo, reconoce en el Estado una dominación que ejerce soberanía sobre los hombres ¿Qué los jóvenes no leen a Maquiavelo? ¡¿En serio?!

El teórico político de la monarquía absolutista, Thomas Hobbes[3] dice en su obra “El Leviatán” que “se denomina Estado, en latín CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, de aquel dios mortal, bajo el Dios inmortal (…) el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar voluntades”[4]. Fíjese que este dios llamado Estado tiene poder y fuerza para doblegar voluntades, lo cual es sencillamente imponer la voluntad de quienes poseen la estructura del Estado sobre los demás.

El padre del liberalismo filosófico, John Locke[5], desarrolló la idea del Estado de derecho, en contrapartida al Estado absoluto de Hobbes, y sin embargo, también le reconoció al Estado un carácter de violencia centralizada. “El poder político”, dice Locke, “reside en el derecho de establecer leyes, con penas de muerte, y consecuentemente en el establecimiento de todas las penalidades menores para la regulación y preservación de la propiedad; y en servirse de la fuerza de la comunidad para la ejecución de tales leyes”[6]. En otro lugar agrega: “el magistrado tiene la fuerza y el apoyo de todos sus súbditos para castigar a aquellos que violan los derechos de los demás”.[7] Se puede observar el cambio en la sensibilidad política, ya que el aparato del Estado no puede aplicar su violencia, sus penalidades o castigos, sobre las personas, a menos que estas rompan las leyes. Estamos asistiendo al nacimiento del Estado de derecho.

En los albores de la posmodernidad, tardomodernidad o modernidad tardía, dirán algunos[8], Karl Marx no dejaría de notar que el aparato del Estado en realidad era un instrumento de dominación: “El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”[9]. Marx fue incluso más lejos en su definición del Estado, cosa que los estultos marxistas o izquierdistas de todas las tribus de la actualidad ignoran: “En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por la otra”[10].

Por último, considerado por muchos como “el padre de la sociología moderna”, Max Weber, teórico alemán, nos dio una de las definiciones clásicas de lo que es el Estado moderno cuando escribió que el “Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama con éxito para sí el monopolio de la violencia física legítima”[11]. Sería incluso más categórico al decir que “el Estado es la única fuente del derecho a la violencia”[12] y que “el Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional”[13]. Una conclusión derivada que nos alumbra Weber con su definición de Estado es que la “política significará, pues, para nosotros, la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder”[14] que confiere ese derecho a la violencia.

Hemos leído a los teóricos de la modernidad política y mercantil y conocemos ahora la definición esencial de esa institución denominada Estado. La pregunta natural es, ¿si el Estado es el monopolio de la violencia, la dominación y la opresión, por qué el idiota político contemporáneo convoca al Estado en todos los aspectos de su vida, inclusive en su cama, dictándole la “planificación familiar”, concediéndole su “identidad sexual” o “entregándole preservativos”? La respuesta es sencilla: el habitante socialdemócrata promedio es radicalmente ignorante en materia política. Debido a que es posiblemente la institución política más exitosa de los últimos 600 años, quien no comprenda la naturaleza del Estado moderno es sencillamente un analfabeto político. Siendo así, todo imbécil que clama por más “Estado presente”, no sabe lo que pide, y cava para sí y para otros, alegremente, la tumba de sus libertades.

El audaz polemista y difusor del liberalismo clásico en la Francia del siglo XIX, Frederic Bastiat[15], se mofó de los supersticiosos políticos que abrazan febrilmente la estatolatría[16] en estos agudos términos:

Heme aquí, por siempre desacreditado ante todos. Se me acusa de ser un hombre sin corazón y sin entrañas, un filósofo rancio, un individualista, un burgués y, para decirlo todo en una palabra, un economista de la escuela inglesa o americana. ¡Oh! Perdónenme, escritores sublimes, a los que nada detiene, ni las propias contradicciones. Estoy equivocado, sin duda, y me retracto de todo corazón. No pido nada mejor, estén seguros, de lo que ustedes ya han descubierto: un ser bienhechor e infatigable, llamado Estado, que tiene pan para todas las bocas, trabajo para todos los brazos, capital para todas las empresas, crédito para todos los proyectos, aceite para todas las llagas, alivio para todos los sufrimientos, consejo para todos los perplejos, soluciones para todas las dudas, verdades para todas las inteligencias, distracciones para todos los aburrimientos, leche para los bebés, vino para los ancianos; un ser que provee a todas nuestras necesidades, previene todos nuestros deseos, satisface todas nuestras curiosidades, endereza todos nuestros entuertos, repara todas nuestras faltas y nos dispensa de juicio, orden, previsión, prudencia, juicio, sagacidad, experiencia, orden, economía, templanza y actividad.[17]

Como se dará cuenta, y si acaso le sirve de consuelo, amable lector, el libertario Bastiat, en el siglo XIX, también se enfrentó a idiotas políticos, así que si conversa con algún extraño personaje que rebuzna que “El Estado debe hacer esto o aquello”, ármese de paciencia, es muy posible que usted se encuentre frente al más exitoso y extendido espécimen de la fauna política contemporánea: el idiota militante. Aunque Lenin los denominaba “idiotas útiles”. No puedo negarle la razón.


[1] Nicolás Maquiavelo, 1469-1527.

[2] Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, p. 13, El Lector, 1998.

[3] Thomas Hobbes, 1588-1679.

[4] Thomas Hobbes, Leviatán, p. 121, Ediciones Libertador, 2013.

[5] John Locke, 1632-1704.

[6] John Locke, II Tratado sobre el Gobierno Civil, p. 30, Gradifco, 2007.

[7] John Locke, Carta sobre la Tolerancia, p. 24, Gradifco, 2007.

[8] Agustín Laje, La batalla cultural: reflexiones para una Nueva Derecha, p. 202, HarperCollins Mexico, 2021.

[9] Karl Marx y Frederic Engels, El Manifiesto Comunista, p.53, Gradifco, 2005.

[10] Karl Marx, La guerra civil en Francia, Progreso, Moscú, 1973.

[11] Max Weber, El político y el científico, p. 12, Gradifco, 2008.

[12] Idem.

[13] Max Weber, El político y el científico, p. 18, Gradifco, 2008.

[14] Max Weber, El político y el científico, p. 12, Gradifco, 2008.

[15] Frederic Bastiat, 1801-1850.

[16] Estatolatría: la adoración del Estado como un Dios.

[17] Axel Kaiser, La tiranía de la igualdad, p.34, Deusto, 2017.

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