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El final del mito

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Luís Ignacio “Lula” da Silva asumió por segunda vez la Jefatura del Estado en la República Federativa del Brasil, el 1 de enero de 2023, luego de prevalecer en la engañifa electoral sobre su adversario, el Capitán Jair Bolsonaro.

Es siempre hilarante ver a unos u otros, en diferentes latitudes y longitudes del planeta, desgañitarse ante los resultados de los sufragios, diciendo que “hubo fraude”, que “estuvo fraguado”, que se “hizo trampa” y demás frasecitas vernáculas de rutina, propias del electoralismo democrático. Uno nunca debe perder el sentido del humor, es una de las claves para sobrevivir a la anodina existencia en estos tiempos.

Porque la realidad, esa cruda carnicería que se exhibe en las calles ante los ojos impávidos de los transeúntes idiotizados, es que la democracia liberal siempre ha sido una trampa, siempre fue fraudulenta, siempre estuvo diseñada para las fraguas y las cocinadas, en muchos casos, ni siquiera con buen gusto y disimulo. Cuando algún inocente individuo aparece y afirma “que a Bolsonaro le robaron la presidencia”, la mejor alternativa es fingir afectación y con ironía humorística responder “¿en serio me decís? ¡Jamás lo habría imaginado!”.

Estamos en días festivos, se recuerda la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, cuando los Reyes Magos le visitaron y trajeron unas ofrendas de oro, incienso y mirra.

Es buena costumbre que los niños tengan esa simpática ilusión de que en la madrugada del 6 de enero de cada año, cuando ellos están profundamente dormidos, llegan montados en sus dromedarios los tres Sabios de Oriente, se estacionan frente a la casa sin que nadie pueda tomarles una fotografía, sin que ningún sólo ojo del barrio esté atento a sus andanzas, y se meten en las casas a dejar regalitos a los que se portaron bien el año anterior. No faltan casos en los que los Reyes Magos son “malos” porque “no traen un barquito” a un nene del interior del país que fue el más bonachón y el mejor alumno de su escuelita rural, como cuenta una canción. ¡Acúsalos con tu mamá, Quemil!

No obstante, llega el día en el que se debe romper con el onírico trance. Uno crece y se da cuenta, de manera espontánea, que los Reyes Magos en realidad eran los padres y parientes. Como la mentira era piadosa y divertida, no hay traumas ni dolores. Y cuando avanzan los años, le toca a uno dar los regalos en vez de recibirlos y si uno estudia los misterios teológicos, quizás se llega a la revelación de que Nuestro Señor Jesucristo hace nuevas todas las cosas y por su infinito poder, logra que el espíritu de los Reyes Magos se reproduzca en cada persona que busca arrancar una sonrisa en el día de la Epifanía a los niños del mundo.

Sí, una mente adulta y pensante puede alcanzar a descubrir esta pequeña porción de la magia navideña.

Lo grave es que en la actualidad, volviendo a lo mundano, haya tanta, tantísima gente adulta que aún cree en los simulacros absurdos de la democracia liberal. ¿Lula ganó con fraude? ¡Ni duda cabe! ¡Y Bolsonaro también, en la ocasión anterior! Porque eso siempre ha sido el electoralismo partidócrata, aquí, allá y acullá.

A no ser que seas un adulto con mucho kilometraje y todavía tengas la idea de que un Emir de Arabia vendrá montado en un camello y te regalará un Ferrari, al menos de juguete. En ese caso, amigo, no voy a ser yo quien te rompa el globo. Ahora, se entiende en el caso de que seas mujer y tengas la ilusión de que el Rey Mago exista verdaderamente y te suba a su dromedario para hacerte la Sultana del Reino de Mengana. Y bueno, eso es mucho más realista y sabemos que las féminas tienen los pies más sobre la tierra que los varones, tontos de capirote que quieren jugar pleisteishon mientras ellas están pensando en conquistar el mundo o al menos, el corazón de algún jeque petrolífero venido de Oriente…

En fin, bromas aparte, ya hemos denunciado varias veces al mito de la democracia liberal. Queda a criterio de cada lector sí va a seguir o no creyendo en ese camelo burlón.

De igual manera, la posmodernidad está compuesta de mitos. Más correctamente, acoto, en la era posmoderna todos pueden crear sus propias mitologías e intoxicarse con ellas cuál si fueran ponzoña alacranada.

Por ejemplo, tanto zurdos como diestros fustigan a sus rivales políticos afirmando que “no saben votar, son unos burros a la hora de elegir a sus candidatos”. Ya dijimos que la democracia liberal no da para mucho más que estar seleccionando entre morir de cáncer o morir de sida, pero supongamos que queremos darle una chance a la mascarada. Votamos entre Lula y Bolsonaro.

No diré lo que ya es redundancia respecto al actual Presidente de Brasil, ex presidiario en varias ocasiones, de orígenes humildes, izquierdista saltimbanqui. Lo que sí quiero preguntarme es lo siguiente: ¿cómo es posible que Jair Bolsonaro pierda contra alguien así?

No caigamos en la idiotez solenuñesca que ya criticamos, eso de que “el pueblo no sabe votar”. Porque en la democracia liberal, es el voto del pueblo el que cuenta en las urnas (de nuevo, estamos suponiendo que funciona este sistema simplemente para los fines del presente ensayo, porque ya sabemos que no es así, que es fraudulento). Entonces, ¿por qué perdió Jair Bolsonaro?

¿No será que el Capitán, candidato del Partido Social-Liberal, realmente hizo un mal gobierno y los brasileños se lo hicieron saber por medio de la magia negra del cuartoscuro?

No quiero hacerme pasar por entendido en la politiquería brasileña, país del Payaso Tiririca y de Xuxa y del Rey Pelé y de Paulo Coelho y de Silas Malafaia. También es nación de personas admirables como Vinicius de Moraes, Plinio Correa de Oliveira, Hector Villalobos y nuestro compatriota Ronaldinho el Emperador de Tacumbú. Tierra inmensa y llena de riquezas que sigue siendo mayormente una jungla repleta de monos amazónicos que habitan abrazados por una franja costera de playas maravillosas y favelas al estilo de las que se retratan en la película Ciudad de Dios, quizás con alguito de exageración.

Pero la cuestión es sencilla, asumiendo como reales las farsas democráticas. ¿Por qué perdió “el Mito” Bolsonaro?

Y la respuesta quizás sea todavía más sencilla, asumiendo como reales las farsas democráticas. “Por inútil”.

No le busquen la vuelta, que no la hay. Sí un gobernante no es capaz de responder a las necesidades de su pueblo, perderá las elecciones. No importa cuántos retruécanos uno busque a la cosa, el pueblo vota con el estómago y sabe lo que hace. Sí le funciona mejor vivir y pasar sus días en base a planes sociales y carnets de racionamiento, pues así va a actuar y Lula será el Presidente, punto pelota.

¿Cómo se puede cambiar esta realidad? Pues ya es tiempo de que se den cuenta que la democracia liberal, precisamente, funciona por medio de la imbecilidad e infantilismo de las masas. Pero incluso sí aceptamos las reglas de este perverso juego, lo que todo buen político debe hacer siempre y en todo lugar es buscar el bien común, trabajar para mejorar la calidad de vida de todos sus compatriotas y no enfocarse simplemente en eslóganes o recetas neoliberales bajadas en paracaídas desde los ámbitos del poder global.

Los gobernantes se deben a sus pueblos. El que no esté sirviendo a las necesidades más acuciantes de aquellos que fueron puestos bajo su mandato, estarán haciendo mal su trabajo aunque reciban los aplausos hipócritas de sectas y camarillas. No es “populismo” preocuparse por dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar abrigo al desnudo, dar vivienda al desamparado. Obviamente que uno debería evitar ir a ese peligroso extremo llamado asistencialismo en el que las sociedades se hacen híper dependientes de la acción estatal. Pero los apremios de una población pauperizada deben ser atendidos, sin contemplaciones. Cierto que el “asistencialismo” es malo, pero su antónimo, el “abandonismo” del gobernante hacia su población para favorecer a las políticas neoliberales, es idénticamente nefasto. Lo aristotélico en estos casos es el “justo intermedio”, o sea, lo que enseña la Iglesia Católica en su Doctrina Social.

Pero la pregunta obligada es: ¿asistió verdaderamente Jair Bolsonaro a su pueblo en sus necesidades más urgentes? Sí juzgamos por el resultado electoral, la respuesta es contundente. A esto podríamos sumarle una extensa lista de pecados que cometió el Capitán, que fueron la fuente nutricia para que Lula lo derrote por medio del sufragio.

No es suficiente con eslóganes, vale repetirlo mil veces. Hay que obrar, actuar, llevar adelante aquello que uno predica. Bolsonaro, muy probablemente, no lo hizo y perdió cuando tuvo una histórica oportunidad. Además, tampoco tuvo la caballerosidad de comportarse con altura y dignidad, fue un vulgar “Efraín”, dejando a todos con un palmo de narices mientras, con actitud digna de un cobarde desertor, se mandó mudar a las playas de Miami. Sí uno necesitaba evidencias de los fallos del “Mito”, pues solo con ese epílogo de su mandato tiene suficiente para justipreciarlo ante la historia.

Una sola vez viene el Emir de Arabia sobre su camello y cualquier mujer sabe que es esa, y únicamente esa, la chance que tiene para conquistarlo. De igual forma, la democracia liberal brinda una sola oportunidad para ser un gobernante que se gana los corazones de su pueblo, no solo en las elecciones, sino también durante el mandato, haciendo lo correcto y lo justo, pateando al tablero sí es necesario. Jair Bolsonaro fracasó y el resultado está a la vista. Y lo digo pesaroso, pues durante la elección que lo llevó a la Presidencia del Brasil, ese país tan inmenso, con tanto potencial pero a la vez, que nunca deja de ser vasallo del mundo anglosajón, le he apoyado (simbólicamente, desde luego) hasta donde me fue posible.

¿Qué tenía que haber hecho el Mito entonces?

Pues no sé, jugarse un poco y proclamar la restauración del Imperio del Brasil, ser una especie de José Bonifacio del siglo XXI. ¿No le van a dejar? Y que le cueste la vida, como hombre, carajo. De yapa, mandar al basurero de la historia a la democracia liberal con todas sus farsas alucinógenas o morir en el intento, para que el inmenso Brasil sea lo que algún día tendría que ser, con tamaños recursos y capacidades. Pero no. Bolsonaro no las tenía bien puestas. ¡Declaró duelo nacional por la muerte de la Reina de Inglaterra! ¡Para esas idioteces estabas, “Mito”! ¡Pues podes irte derechito al infierno junto a ella, entonces!

Y el pueblo tendrá a Lula, funesto como él solo, pero que estoy seguro, sí se las va a jugar por lo que cree, no le va a temblar el pulso. Es lo que hay, amigos.

Hay que acabar con los mitos y la idolatría, diría el brasileño Nando Moura. Pues es así. El primero y principal de todos es la democracia liberal. Mientras no se lo reconozca como tal, seguirá el llanto y el rechinar de dientes de unos y de otros, cada cuatro o cinco años, da lo mismo que igual.

Mientras tanto, celebremos a la fecha más divertida y hermosa del año, adorando como los Reyes Magos al único verdadero Salvador de la Humanidad. ¡Feliz Navidad y Próspero 2023!

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