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¿Dónde está la inflación en Bolivia?

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A finales de abril, la BBC publicó un artículo sobre la «ausencia» de inflación en Bolivia. A raíz de esa nota, miles de periodistas alrededor de Sudamérica volvieron a halagar el «exitoso» modelo económico implantado por Evo Morales y su séquito de socialistas.  

No obstante, la BBC se equivoca de cabo a rabo. Porque en Bolivia hay inflación, y mucha. Pero está en los bienes que muy pocos tienen el tino de analizar. Veamos.

En primer lugar, la inflación no es la subida general de precios ―como repiten hasta el cansancio los profesores de las grandes universidades―, sino el incremento, sin respaldo, de la masa monetaria. De hecho, para que exista un aumento general, deben subir todos los precios de manera simultánea, incluyendo salarios (y los ahorros deberían estar indexados también). De darse esa situación, no existiría problema alguno. El meollo del asunto radica en que los aumentos de la base monetaria afectan a los precios relativos. Pues no todos suben a la vez, sino en periodos distintos de tiempo. Por eso el retraso que tiene el asalariado respecto a los bienes de consumo final.

De igual manera, el Instituto Nacional de Estadística de Bolivia ―al igual que cualquier otra institución estatal que maneje datos― usa el Índice de Precios al Consumidor (IPC) como indicador para «medir» la inflación de los bienes básicos de consumo.

Empero, ¿qué superpoder tienen los gobernantes para definir cuales son los bienes «básicos» que deberían ingresar al IPC? En realidad, ninguno. Ergo, es un indicador manipulable.

Aquí es donde los economistas convencionales fallan. Ya que cuando ven una subida de precios en los bienes que conforman el IPC gritan ―cual protagonista de película de terror― inflación. Sin embargo, cuando observan el mismo fenómeno en bienes que no están dentro este indicador lo llaman «auge».

Ese es el truco que usó el régimen durante varios años. Puesto que la manipulación de las tasas de interés destinadas a la compra de inmuebles se tradujo en una elevación de hasta el 30% en el precio final. Entonces la inflación está en los bienes de consumo duradero ―falsamente, considerados el motor de la recuperación―, por ejemplo, viviendas, terrenos y departamentos.

Ahora bien, que la economía nacional no haya tocado fondo se debe, de manera exclusiva, al tipo de cambio fijo. Pero esa buena medida, la única acertada del régimen, no aguanta todo. Porque de seguir los niveles de gasto público, la acumulación del déficit fiscal y, especialmente, la drástica reducción de las Reservas Internacionales el gobierno se verá forzado a devaluar. Por ende, la inflación saldrá disparada por los cielos.

Por otra parte, el 02 de mayo, el periódico Los tiempos publicó una encuesta realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA). La misma reveló que casi dos tercios de los ciudadanos bolivianos, producto de la pandemia, sufrió una disminución en sus ingresos, y el 80 por ciento reportó que no le alcanza para llegar a fin de mes.

A pesar de lo acertado del análisis, hay un error de interpretación de los datos. La pandemia no fue el factor principal en la caída de la economía boliviana, su papel es de tan solo un elemento agravante. Las familias están sintiendo los efectos del agotamiento del nefasto modelo económico boliviano.

Incluso, a pesar de mantener los mismos niveles de gasto estatal, la economía boliviana viene en caída desde el 2014. Con el agravante que desde ese año los ingresos de la renta gasífera fueron reemplazados con grandes dosis de deuda (interna y externa).

Como lo dije antes, no hay que buscar el qué (todo apunta a un default), sino el cuándo.

¡Que Dios nos proteja!

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