lunes, 23 diciembre, 2024

No mires arriba: La religión Covid

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La película “Don’t Look Up” lanzada por Netflix a finales del 2021 no deja indiferente a su espectador, independientemente de sus posturas. Es una obra que cumple el objetivo de entretener y hacer pensar. Pero esta no será una crítica cinematográfica a “No Miren Arriba”, como se la nombró en español, sino simplemente tomar uno de los aspectos que se dejan entrever en su mensaje: la ceguera absoluta en la que vive la humanidad actualmente.

El primer ejemplo que me viene a la mente es respecto a las mascarillas. Ya he escrito que un documental estadounidense de la NBC, el año pasado, nos contaba que 1.600 millones de tapabocas mensualmente contaminan, desde el inicio de la pandemia, ríos y mares del mundo según una estimación moderada. Verdadera catástrofe ambiental que a nadie parece importarle. Pero lo más gracioso de todo es lo que viene a posteriori: actualmente hay decenas y decenas de estudios que confirman lo que la lógica y la razón hace bastante tiempo, quizás desde el inicio de la “pandemia”, venían diciendo sobre el tema: las mascarillas comunes y corrientes no protegen contra el COVID. Sencillamente porque no: un virus microscópico pasa con total facilidad a través de ellas. El primer estudio que se hizo sobre el tema fue en Dinamarca, pero como todo el mundo tiene muchísima fe en sus tapabocas, el “talismán mágico” de la “religión COVID”, fue ampliamente ignorado. Solo que tiempo después otro trabajo similar, esta vez en Inglaterra, vino a confirmar lo que los daneses (y el sentido común) siempre había dictado: las mascarillas comunes y corrientes no funcionan.

De hecho que en el Reino Unido, la obligatoriedad del “tapabocas” acaba de ser abolida (excepto para el transporte público y en hospitales) y las demás medidas sanitarias serán gradualmente extintas a partir de la última semana de enero de 2022, lo que generó controversia porque, por supuesto, los más fanáticos parroquianos del COVID, a quienes llamaremos “covidianos”, acusan al gobierno de ser “irresponsable” en el mejor de los casos y “genocida” en el peor. Sin embargo, casi todos los más recientes estudios sobre el tema indican que “solo las mascarillas más avanzadas, tipo N-95”, son capaces de impedir la entrada del virus chino a nuestro sistema respiratorio, especialmente con la llamada “variante omicrón” (en este sentido, hay que hacer gala de honestidad intelectual y aplaudir al Gobierno de Su Majestad Satánica, digo británica, porque tiene lo que hay que tener para tomar las decisiones que corresponden a los hechos que se están comprobando).

 Y claro que los “covidianos” del mundo saltan con histeria exclamando: ¿cómo es posible que alguien se atreva a cuestionar nuestros santísimos “detentes” mágicos? ¿Cómo no se habrán dado cuenta que el tapabocas es un excelente pañal facial que uno debe usarlo varias horas al día, durante varios días en la semana, muchas veces sin cambiarlo siquiera, sin lavarlo, para proteger la salud pública? ¡El mundo entero debería atarse a la cara tres mascarillas N-95 para salir a la calle! ¡El horror que haya semejante gente “anti-ciencia” que cuestione a los prístinos e higiénicos tapabocas!

Lo que nos lleva a la siguiente cuestión respecto a la “Religión del COVID”. En la película “Don’t Look Up” tenemos a un par de científicos de poca monta intentando convencer al planeta de que una inminente catástrofe iba a arrasar con todo, en la forma de un asteroide. Lo que ellos no esperaban es que la politización, que hoy forma parte de la posmodernidad lacerante en que vivimos, impide a las masas (e incluso a personas más o menos formadas) actuar con racionalidad ante cualquier evento que aparezca, sea verdadero o falso.

Así, todos aquellos que cuestionan la narrativa oficial que se impuso desde los grandes centros de poder de la tecnocracia globalista, automáticamente son tildados por los “covidianos” de ser “anti-vacunas” y “negacionistas”. La vieja confiable, diría Bob Esponja. A nadie le importa si los disidentes, esas personas que hacen preguntas incómodas contra el poder, no son precisamente “anti-vacunas”. Muchos de ellos están inyectados con cuánto inmunizador haya, incluso con los que se fabricaron en tiempo record contra el COVID. Pero simplemente se preguntan: “¿Por qué, si ya estamos vacunados, tenemos que seguir usando mascarillas? ¿Por qué, si ya estamos vacunados, nos obligan a hacernos pruebas para saber si tenemos o no tenemos COVID? ¿Por qué ya nadie discute sobre los falsos positivos y la validez del PCR para detectar al virus, acaso no tuvimos notorios casos en Paraguay sobre esto? ¿Por qué, si ya estamos vacunados, nos siguen imponiendo restricciones absurdas?”.

Todas esas cuestiones conducen a otras: “Sí las vacunas no previenen el contagio, ¿por qué quieren obligar a la gente a usarlas? Sí las vacunas no nos inmunizan adecuadamente, ¿qué diferencia hay con la llamada inmunidad de rebaño o inmunidad natural? ¿Por qué las vacunas se convirtieron en la única solución al problema, acaso no deberíamos estar utilizando varios tipos de medicamentos o procedimientos para tratar a esta enfermedad? ¿No deberíamos reforzar nuestro sistema de salud y dejar de centrar toda la atención en las vacunas? ¿Por qué se obligaría a los niños a recibir estas inyecciones (que no previenen la dolencia), siendo que el COVID casi no afecta a los infantes, según todas las estadísticas? ¿Quién pagará por las consecuencias de estos tratamientos experimentales que se están imponiendo a la población?

Bueno, de hecho que la tasa de mortalidad del COVID incluso antes de la vacunación era 2% promedio (y eso en función a los casos detectados, porque es imposible contabilizar a los asintomáticos). O sea, poquito más grave que la influenza de toda la vida. Es más, ahora, por arte de birlibirloque, los anglosajones y sus manipulaciones lingüísticas nos hablan del “flurona”, es decir, la combinación entre “flu” (gripe) y “rona” (COVID). Y por supuesto que acá, los gobernantes y la gran prensa, serviles y rastreros a todo lo que se diga en lengua inglesa con mucha buena propaganda, rápidamente dicen “amén” y se persignan.

Todo eso es parte de la “Religión del COVID”. Como diría mi maestro Joseph de Maistre: “Sí uno quita a la Verdadera Religión de la conciencia pública, vendrán aberraciones a tomar su lugar”. Y allí es que tenemos a los nuevos “sumo sacerdotes” de esta Secta, vestidos de batas blancas y pontificando hasta el absurdo sobre lo que debemos hacer en pos del “bien común”, aunque ellos son incapaces de definir siquiera a qué se refieren con “bien común”. Me atrevo a decir más que eso: ni siquiera creen que exista el “bien”.

En la película “No Miren Arriba” se puede ver a un maligno oligarca ultra-trillonario que ni siquiera tiene la personalidad suficiente para ser un villano con todas las de la ley (como ya he escrito en algún otro lugar, con la democracia liberal, globalista y tecnocrática, solo podemos tener anti-héroes, nunca villanos ni héroes), quien al darse cuenta que el asteroide que impactaría el Planeta Tierra estaba repleto de minerales preciosos, diseñó todo un plan con su enorme poderío tecnológico, que incluso llegaba a superar al del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, para poner en dicho meteoro a unos robots que se encargarían de despedazarlo y recoger adecuadamente los fragmentos, así se salvaría al mundo y se ganaría un montón de dinero con los minerales preciosos.

Obviamente que los protagonistas de la historia, interpretados por Leonardo di Caprio y Jennifer Lawrence, cuestionan dicho plan. Pero el mega-oligarca y tecnócrata, que tiene al Gobierno Yanqui en sus bolsillos, también posee suficiente dinero como para pagar a varios científicos Premios Nobel que le asesoran y conseguir que se publique su plan en revistas especializadas, para darle prestigio y validez. ¿Y qué ocurre? Pues que el oligarca se sale con la suya, incluso a pesar del final trágico en la película.

¿A qué vamos con todo eso? Que la “ciencia” también se puede “comprar”, que el llamado “proceso de revisión de pares” también puede ser manipulado con viles propósitos y que los “científicos” también son seres humanos, corruptos, corruptibles, que se manejan por intereses políticos, monetarios, ideológicos o todas las anteriores son correctas. Por supuesto que cualquier persona mínimamente razonable se haría preguntas, incluso severas. Pero en este mundo, en el que impera la “Religión del COVID”, parece ser que los cuestionamientos han quedado prohibidos. “¡Cómo se atreve Ud., simple mortal del Paraguay, a criticar a unos semi-dioses en este planeta como Antony Fauci, Jeff Bezos, Bill Gates o George Soros, que son filántropos, que solo quieren el bienestar de la humanidad, que son incapaces de hacer maldades! ¡Válgame la arrogancia de ustedes, insectos rastreros, deberían agradecer que los tecnócratas y sus instituciones corruptas globalistas les permitan respirar todavía! ¡Pero ya llegará el día en que les pongamos 20 mascarillas N-95 en la cara, para que se mueran de asfixia y nos libren de sus peligrosas preguntas con las que demuestran cómo odian a la ciencia, ustedes, pérfidos anti-ciencia!”.

Ah, pero yo sigo con más cuestionamientos y van a tener que aguantarme hasta que Dios diga basta (y vuelvo a aclarar que yo creo que las vacunas funcionan, me han inyectado con las Pfizer contra el COVID). Ya que hablamos de los “oligarcas”, ¿quiénes son los que más se están beneficiando con esta pandemia? ¿Acaso nuestro país no se endeudó más de 3.000 millones (1.600 millones al comienzo) de dólares y sin embargo, no hay un solo hospital del país que valga la pena, ni un solo centro médico de gran complejidad construido en estos tres años, faltan medicamentos, equipamientos, enseres básicos, servicios, todo lo imaginable? ¿Acaso los neuróticos “héroes de blanco”, en vez de atosigar y amedrentar a la población con su campaña de terror mediático, no deberían estar exigiendo al Gobierno de la República del Paraguay que mejore los establecimientos médicos, que construya hospitales de punta, que adquiera insumos y medicamentos para los tratamientos que sean necesarios, que contrate más personal sanitario, que equipe a los centros de salud con tecnología de vanguardia, en fin, que nuestros mandatarios hagan su puto trabajo, madre que los parió (disculpen la expresión quijotesca, estoy imitando al Manco de Lepanto) y se dejen de buscar excusas y chivos expiatorios para justificar su inacción e inutilidad grotesca? ¿O quizás, si dicen todo eso muchos de los “héroes de blanco” que ahora son divas televisivas, se quedan sin propaganda, sin cámaras, sin dádivas y se les corta la manguera? Yo soy preguntón y a veces la suspicacia me puede demasiado. ¡Y qué se ponga el sayo el que quiera!

¿Acaso Mario Abdo Benítez, nuestro “Marito” anga, no se está construyendo en plena pandemia una réplica de Neverland (la mansión de Michael Jackson), según reportaron algunos medios? ¿Acaso no hemos visto cómo varios hospitales privados lucraron asquerosamente con la necesidad de muchísimos enfermos durante esta pandemia? No hay que ir hasta el extranjero para hablar de la mafia médico-farmacéutica: ¿Acaso no tenemos, en nuestro propio país, varios oligarcas como el de “No Mires Arriba”, que están aprovechando la situación, haciendo millones y millones de dólares, vendiendo drogas sobre-facturadas, importando e imponiendo mascarillas que no sirven, promoviendo el miedo y la histeria para sacar ganancias exorbitantes a costa del sufrimiento del vulgo ignorante?

Todavía más. Ya sabemos que esta “pandemia” ha demostrado que la democracia liberal es una farsa. Pero voy a recalcar lo que ya he escrito en otros lugares. ¿Acaso no existen más la “Constitución y las Leyes”? ¿Acaso se pueden cometer arbitrariedades, ilícitos e ilegalidades en nombre de la “seguridad” y de la “salud pública”? Sí, estoy de acuerdo con que “la casa se reserva el derecho de admisión y permanencia”, pero recordemos que los países del mundo no son “propiedad privada” y se rigen por otras consideraciones. Recordemos que Paraguay es una “República” que posee un marco jurídico que la sustenta.

Pero claro. Según los parroquianos de la “Religión del COVID”, todas las leyes de nuestro país pueden torcerse o violarse en nombre de su secta covidiana. ¿Cuál sería la razón para todo esto? Cabe suponer que la de siempre: el vil metal, dinero, la yayi, plata, los palos verdes, pirapire, viru. Pero también hay otras, la cobardía, la histeria, la obsecuencia y el abyecto servilismo. Así, es fácil gritar a la gente desde los púlpitos de la “gran prensa” que “No Miren Arriba”.

“No se hagan preguntas. No digan nada. Obedezcan, que nosotros somos los que cuidamos el bien común y el que se opone será ajusticiado con el ostracismo social gracias al sambenito de anti-vacunas. ¿Acaso esos malvados negacionistas quieren que sus abuelitos mueran? ¡No debemos permitir que los ancianos fallezcan por el SARS-COV-2, siendo que necesitamos venderles nuestras carísimas camas de eutanasia programada! ¡Y que siga el show, el rating y la neurosis colectiva!”.

Es el mundo en el que nos toca vivir. El que está manejado por una élite de tecnócratas globalistas que no cree que exista el “Bien y la Verdad” pero que en nombre del “bien común”, está dispuesta a destruirlo todo para beneficio de ellos mismos, que son unos pocos plutócratas cosmopolitas, sin Patria ni Temor de Dios, que solo tienen fe en el dinero que manejan y con el que compran muchísimas conciencias. ¿Acaso no hemos visto cómo los más ricos del mundo casi triplicaron sus fortunas mientras que la gran mayoría de la población, en estos tres años, se ha visto más empobrecida y pauperizada? ¿No ha pasado de idéntica forma en el Paraguay, en donde las pymes debieron cerrarse por las “cuarentenas”, quedando quebradas o al borde del precipicio, mientras que los grandes bancos y cadenas comerciales siguieron operando tranquilamente? ¡Ah, pero con mascarillas y alcohol, abracadabra patas de cabra!

Por último, quiero dejarlo escrito. Llegarán los días en que todos, absolutamente todos dirán: “yo también estuve en contra de la cuarentena inconstitucional, yo también estuve en contra de las mascarillas y el negociado detrás de ellas, yo también me opuse al endeudamiento masivo hecho en nombre del COVID, yo también me opuse a la histeria y la neurosis covidiana, yo también cuestioné las medidas absurdas que fueron tomadas a nivel internacional, yo también defendí el libre albedrío y la dignidad de las personas para que no sean coaccionadas a recibir un tratamiento médico que no desean, yo no ridiculicé a ningún individuo que hizo cuestionamientos y los escuchaba a todos con mucha seriedad, etcétera, etcétera”.

Llegará ese día, créanme. Todos renegarán haber sido los más fervientes parroquianos de la “Religión del COVID” (algunos lo harán con los bolsillos llenos a rabiar). De la noche a la mañana, no lo dudes, el rollete de “covidianos fanáticos” va a pelarnos su cédula de identidad y nos van a asegurar que ellos “también formaron parte de la Resistencia, había sido”. Nada nuevo bajo el sol. Cuando esto ocurra, te recomiendo que mires arriba, abajo y a los costados. Luego les sonreís con una mueca maliciosa, de esas tan expresivas que sin necesidad de palabras diga “¡Claro que sí, Campeón!”, y finalmente salís de allí pitando como el mejor de todos.

Supongo que eso es lo que Dios manda… Disculparnos entre todos y buscar la reconciliación. Porque a diferencia de la película “No Miren Arriba”, evidentemente, no es el fin del mundo.

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