Las consecuencias de la mega-emisión del Banco Central de Europa durante los últimos dos años, con el objetivo de generar un paliativo a la recesión por la cuarentena, está teniendo sus efectos visibles en el Viejo Continente recién ahora.
La impactante suba del precio de la energía disparó la inflación en la Unión Europea a niveles que no se veían hace tres décadas. La Eurozona alcanzó en noviembre una inflación interanual del 4,9%, en una escalera que viene dando saltos del 4,1% de octubre, después del 3,4% de septiembre.
La principal suba en los precios viene encabezado por un brutal aumento en las tarifas de gas y electricidad, producto de las malas políticas energéticas de los países más importantes de la Eurozona. España, Portugal, Italia, y Alemania decidieron en los últimos años impulsar una agresiva política ecologista que destruyó la matriz energética en sus países.
La crisis energética que atraviesa Europa viene en escalada desde el comienzo del invierno cuando se generó un aumento de la demanda de energía, dadas las bajas temperaturas, que no fue acompañada por la oferta ya que los gobiernos mencionados cerraron enormes cantidades de centrales eléctricas basadas en carbón o combustibles fósiles.
Estos países ahora están pidiéndole al Banco Central Europeo que emita más dinero para poder solventar una política de subsidios a la energía, algo que justifican geopolíticamente porque si no pueden auto-abastecerse, deberán comprarle gas a Rusia, entregando una buena parte de su soberanía económica. Sin embargo, esto genera una espiral inflacionaria que pone a la Unión Europea en una compleja situación.