Es conocido por muchos historiadores, profesionales o aficionados, que la imagen original de la Virgen de la Inmaculada Concepción y de los Milagros de Caacupé, era en realidad “colorada”. Nos referimos a la paraguaya, por supuesto, porque lo que vino después tiene origen postizo y develaremos una hipótesis al respecto del por qué la historia de la “Virgen de Caacupé”, como mucho en nuestro país, se ha falsificado con el paso del tiempo.
Todo se remonta, como siempre, al Imperio Español (¿acaso hay algo en el mundo moderno que no esté conectado con él?). Los más antiguos navegantes en la “era dorada” de la Conquista tenían por juramento, según la tradición oral, que ningún tripulante subía a su buque sin que aclame a viva voz la Inmaculada Concepción de María Santísima. De allí viene la jaculatoria que es una especie de “santo y seña” de todos los hispanos: “Ave María Purísima: ¡Sin Pecado Concebida!”.
Los primeros navegantes y descubridores hicieron lo suyo. Unos cuántos de ellos llegaron hasta las regiones del Río de la Plata y fundaron a la primogénita ciudad y capital, Asunción del Paraguay, en 1537. Este fue el espíritu que animó a todos los conquistadores en nuestra zona, quienes forjaron una especie de “Santísima Trinidad” en un triángulo que marca a las principales ciudades históricas de nuestra nación: Asunción, Concepción y Encarnación. Aquí también podríamos añadir a la villa de Nuestra Señora del Pilar, patrona de España y que también dejó su marca indeleble en el Paraguay. La consigna de los pioneros de nuestra patria terrena era la misma de los navegantes hispanos: “Ave María Purísima: ¡Sin Pecado Concebida!”.
Gloriosos hombres de fe llenaron a nuestro suelo. Ya hemos mencionado alguna vez a Fray Juan Bernardo Colmán, nuestro primer mártir (que aún espera su beatificación oficial). Seguirían la luminosa senda por él abierta los ilustres San Roque González de Santa Cruz, San Juan del Castillo, San Alonso Rodríguez y otros tantos que la historia no recogió sus nombres porque se convirtieron en “batiburrillo a la yma” (expresión que pertenece a una buena amiga) de los indígenas caníbales que vivían en Paraguay. Pero también los hubo otros quienes sirvieron a la Santa Iglesia pero no tuvieron la gracia de caer mártires. Paraguayo de nacimiento fue el Obispo y fundador de universidades Hernando de Trejo y Sanabria. Mientras que otros, como Fray Luís de Bolaños y el Obispo de Asunción Fray Martín Ignacio de Loyola (sobrino de San Ignacio de Loyola), si bien es cierto que vinieron de la Península Ibérica, hicieron del Paraguay su tierra adoptiva y la entregaron por entero a Jesucristo.
En tiempos en que el joven Fray Luís de Bolaños predicaba, arriesgando su propia vida, a los indígenas de la zona de la del Departamento de Cordillera, un aborigen bautizado llamado José, según cuenta la tradición oral, había salvado su vida de guaykurúes y mbayas caníbales gracias a la intercesión de la Inmaculada Concepción, que lo cubrió con su manto en la espesa selva. El indio José en agradecimiento, talló una imagen para la Virgen y la entregó al cura de su pueblo. Según se dice, es esa escultura, hecha por el Indio José, la que llegó hasta nuestros días y se encuentra en la Basílica Menor de Caacupé. Tendría aproximadamente 400 años de antigüedad, de ser cierta la historia.
Pero lastimosamente, más allá de los relatos de la tradición oral recogidos por el Padre Fidel Maíz, no hay evidencia que demuestre que eso sea cierto, es decir, que la escultura que se encuentra actualmente en la Basílica sea la misma de la que estamos hablando.
Sí se sabe que aproximadamente en 1770, según el famoso Diario del Capitán Aguirre, en la parroquia de Piribebuy se tenía la costumbre, que entonces no era de larga data, de venerar a una imagen tallada en madera hecha por un indígena de la zona que vivía en la Cordillera de Azcurra. ¿Sería la misma que recoge la tradición oral? No podemos saberlo, pero sí tenemos la descripción de esa imagen de “Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Caacupé”, como se la llamaba entonces:
“Era toda roja, carmesí era su velo de tafetán, carmesí su pollera de brocado, carmesí su manto de Persia. Y en la pollera y en el manto, galones de oro. Todos se persignaban: era la primigenia imagen de Caacupé”.
Esta descripción de la época hecha por el sacerdote Gaspar Medina y recogida por el investigador José Antonio Vázquez en su obra “La Vírgen Colorada de Caacupé”. ¿Pero por qué la Inmaculada Concepción de Caacupé pasó de ser “carmesí” a “azul cielo” en el Paraguay?
Primero debemos hablar de las representaciones pictóricas y esculturales que se hacían de la misma en esos tiempos. Y es que en el siglo XV no se tenía un estándar en torno al cual debía realizarse la simbología de la Inmaculada Concepción de Santa María. Aunque esta doctrina católica ya se discutía desde la era Patrística, recién en 1854 fue definido oficialmente por el Papa Pío IX. Por esta razón, existía cierta libertad a la hora de representar a “La Inmaculada” en tiempos de la Conquista. Luego, recordemos que Paraguay empezó su existencia moderna en 1537, y en esta época, repleta de acontecimientos, un lustro es mucha tela que cortar. ¡Imagínese!
Si la historia de la tradición oral recogida por el Padre Fidel Maíz es cierta, la escultura tallada por el Indio José se habría hecho entre 1575 – 1618, que fueron los años en los que Fray Luís de Bolaños estuvo en la Provincia del Paraguay antes de partir a la recientemente fundada Provincia de Buenos Aires. En ese tiempo, la forma más habitual de representar a la Inmaculada Concepción de Santa María era como podemos ver en las pinturas renacentistas del italiano Giotto (c. 1300) en donde ella aparece ataviada de carmesí y blanco. Esta tradición pictórica continuó siendo muy popular gracias a su compatriota Piero di Lorenzo (1462 – 1522) y alcanzaría su máxima expresión en el post-renacentista hispano-flamenco Pedro Pablo Rubens (1577 – 1640). En ellas, Santa María “La Inmaculada” siempre es vista con túnica o manto rojo colorado, acompañada por el azul cielo en los accesorios de su atuendo. El período de máxima influencia de estos artistas coincide con la época histórica en que, según la tradición oral, se habría hecho la imagen original de la Virgen de Caacupé.
Con la irrupción del potentísimo e insuperable barroco español en el siglo XVII, “La Inmaculada” fue ganando una nueva forma de ser representada gracias a figuras como El Greco (1541 – 1614). Uno de mis favoritos, el titán Francisco de Zurbarán (1598 – 1664), también introdujo cambios en sus obras pictóricas respecto a Santa María (aunque en su más conocida obra sobre “La Inmaculada”, esta aparece con túnica rojo amaranto rodeada por un pequeño manto celeste). Sin embargo, en mi humilde opinión pues no soy experto en arte, quien fue absolutamente decisivo para establecer una firme iconografía de la “Inmaculada Concepción de María” que impregnó y se apoderó del imaginario artístico y colectivo, fue el gran Bartolomé Esteban de Murillo (1617 – 1682). Con él, se popularizó definitivamente la imagen de “La Inmaculada” con los colores blanco y azul como predominantes.
Esto nos serviría para decir que quizás el Indio José estaba más en la línea de Giotto, di Lorenzo y Rubens antes que la del Greco y Murillo. Si nos guiamos en la cronología, es lo más probable. Pero solo podemos especular.
Lo cierto es que en tiempos de Don Carlos Antonio López (1792 – 1862) se ordenó refaccionar la pequeña capilla que servía como hogar del que probablemente fuera el tallado original y bien paraguayo (rojo carmesí) de la Inmaculada Concepción y Virgen de los Milagros de Caacupé. Fue el nacimiento de lo que se conoció popularmente como “Tupao Tuja”. Caacupé se separó en 1848 de la jurisdicción de Tobatí y posteriormente, se decidió construir un nuevo edificio que sería el llamado “Tupao Tuja”, que quedó terminado alrededor de 1856. Allí fue transferida la antigua escultura de la Virgen, que ya había pasado algunas peripecias, como una tormenta en la que un relámpago cayó sobre el techo que la albergaba abriendo un boquete encima de ella, y además la escultura fue echada al suelo por el dicho temporal y mojada por el charco de agua que se filtró, pero por fortuna, no se rompió al ser de sólida madera aunque se destiñó ligeramente su rostro. Algunos hablaron de un “mal presagio” pues esto ocurrió cuando la imagen tallada por el Indio José iba a ser movida a lo que luego se llamó “Tupao Tuja”, alrededor de 1852.
Entonces se preguntará el lector: ¿por qué nuestra Inmaculada Concepción de María y Virgen de Caacupé es actualmente de manto azul cielo y no rojo carmesí como lo era originalmente?
Pues aquí entra a jugar de nuevo el intento de borrar la historia del “Paraguay Viejo” y someterlo a las fuerzas foráneas. Ya hablamos anteriormente de que en 1867 la Diócesis de Asunción, en un error político y diplomático de la Santa Sede, fue puesta bajo la égida del Arzobispado de Buenos Aires. Como señalamos en el artículo “Desafíos de la Iglesia Paraguaya”, los liberales de Argentina y legionarios del Paraguay nunca cejaron en sus intenciones de poner a nuestro país bajo la égida de Buenos Aires en todo sentido. Una de las armas era esa “cuña” insertada con el sometimiento de Asunción bajo el episcopado porteño.
Aquí debo aclarar que tengo un gran cariño y aprecio hacia los hermanos argentinos, incluso a los porteños auténticos (no a los “truchos”, como diría uno de ellos) quienes en muchos sentidos, han reconocido los errores de la política liberal y revolucionaria de los llamados “unitarios” quienes por su insaciable ambición centralista terminaron eliminando cualquier posibilidad de unión en la actualidad. Pero bueno, a lo nuestro.
La “Virgen Carmesí” tenía un atuendo demasiado similar a los “camiseta pyta’i” del Ejército Paraguayo e inclusive, a la famosa “divisa punzó” de los “Federalistas” de la Argentina, enemigos de los antiguos “Unitarios”. Ella debía ser reemplazada por una representación con los colores… Más ajustados a los colores de la Virgen de Luján, en la República Argentina.
Una obra muy interesante fue escrita por el Maestro Lito Barrios. Se llama “Secretos del Himno Nacional” y en ella, el musicólogo nos cuenta ciertos asuntos poco conocidos de la historia de nuestros símbolos, especialmente algunas piezas musicales bien populares. Por ejemplo, muchas de las marchas militares, canciones que actualmente se utilizan en el devocionario e incluso el mismo himno nacional, tienen una composición musical que “recicla” a otras composiciones de origen brasileño o argentino. Un ejemplo contundente es el de la canción “Es tu Pueblo Virgen Pura” que originalmente, era una marcha militar del ejército brasileño compuesta por el Cnel. Francisco Antonio de Nassimento durante la ocupación del Paraguay en 1873. La letra la puso un oficial del ejército argentino, Francisco Fernández, quien habla de la heroica tragedia del Paraguay y en el poema completo que escribió para la música, también se menciona la Revolución de Mayo en Buenos Aires como inspiración para la Independencia del Paraguay. Esta canción, que fue una especie de “himno no oficial” de nuestro país durante la ocupación aliada, terminó mutando hasta que se transformó en el “Himno a la Virgen de Caacupé”.
“Es tu pueblo, Virgen Pura, y te da su amor y fe.
Dale tu paz y ventura, en tu edén de Caacupé.
Todo el pueblo paraguayo que juró su libertad.
A la luz del Sol de Mayo hoy aclama tu beldad”.
Linda sutileza. ¿Nunca se dio cuenta, estimado lector, de esa frase que pertenecía al poema completo y original del argentino Francisco Fernández? Pues haga la relación ahora. Y no, no se trata de “nuestra” supuesta independencia del 14 y 15 de mayo.
Por lo demás, la Iglesia Paraguaya combatía ferozmente para recuperar su independencia eclesial y el Obispo Juan Sinforiano Bogarín alentó a la peregrinación al “Tupao Tuja”, solo que allí ya no estaba la imagen original de la Inmaculada Concepción de Caacupé… Apareció una que tenía los colores que actualmente conocemos… Se dijo que era la necesidad de que “todos los países en Sudamérica tuvieran un culto mariano común y a la vez distintivo”, pero no parece ser suficiente razón para que nuestra antigua imagen tuviera que cambiar su “rojo carmesí” por el “azul cielo” que ahora tiene. La realidad, de nuevo, es que teníamos una “Iglesia en Ocupación” y todo lo que provenía de ese “Paraguay Viejo y Oscuro” debía ser borrado.
Un verdadero héroe nacional fue el Arzobispo Bogarín, quien con sus demás prelados, luchó contra viento y marea para recuperar nuestra independencia eclesial, lo que se logró en 1929. Pero lastimosamente, ya quedaron secuelas del intento porteñista de anexión del Paraguay. Nuestra Virgencita se “kurepizó” y al mismo tiempo, estamos llenos de “católicos liberales”, que son más revolucionarios que católicos, es decir, católicos postizos. ¡Duele decirlo, pero hay que decirlo!
Para colmo de males, el “Tupao Tuja” de los López fue destruido, un verdadero crimen arquitectónico. Sin duda alguna que la hermosa Basílica Menor de Caacupé es un monumento nacional admirable (e inconcluso), pero… ¿Había necesidad de desaparecer ese patrimonio histórico y cultural de nuestro país?
Quizás algún día se restaure a la verdadera Santa María de la Inmaculada Concepción de Caacupé. La que era roja carmesí, como la sangre de nuestro pueblo. Pero más importante, se recupere la verdadera identidad histórica de nuestro país, que a pesar de todos los sufrimientos de su pasado, sigue siendo firmemente cristiano y amante de la Madre del Redentor. ¡Ora pro Nobis, Sancta Dei Genitrix!