Recordemos un poco la gloriosa historia del Imperio Español, que ganó para Nuestro Señor un nuevo continente y más. Tras la Conquista, que tuvo sus momentos cruentos pues los caballeros cristianos de Hispania se debieron enfrentar a feroces imperios genocidas y antropófagos liberando a cientos de tribus de las garras de los más terribles opresores que se hayan conocido, solo equiparables a la tiranía soviética, llegó la era de la Evangelización.
Los paraguayos podemos hablar con palabras de oro respecto a ese período único en el que los misioneros Franciscanos, Jesuitas, Mercedarios y unos pocos Dominicos llegaron a estas tierras, las consagraron para Santa María, y con el amor que solamente los verdaderos servidores de Jesucristo poseen, educaron a cientos de miles de indígenas que acababan de escapar del canibalismo de sus antiguos opresores, del puro salvajismo cuasi-diabólico en el que vivían (muy lejos de la “tabula rasa” de Locke y el “buen salvaje” de Rousseau) y con el poder del Evangelio, construyeron una nueva civilización. No faltaron mártires, todos ellos para la mayor gloria de Dios y del Paraguay: Fray Juan Bernardo Colmán (1569 – 1594), nacido en el Guairá, fue el primigenio caballero que blanqueó sus vestiduras con la Sangre del Cordero. Cayó en manos de aborígenes antropófagos de Caazapá que cuando estaban a punto de comérselo como un “batiburrillo a la yma” (como diría una amiga), vieron que su corazón seguía latiendo y que el hombre, que ya debía haber muerto luego del sangriento ritual, les seguía predicando. Entonces le clavaron con estacas, le rompieron el cráneo y huyeron atemorizados. Similar destino sufrió el celebérrimo San Roque González de Santa Cruz (1576 – 1628) junto a sus compañeros mártires, todos ellos iban a ser “batiburrillo a la yma” pero se ganaron las palmas de la Vida Eterna con su sacrificio.
El amor de Dios es más fuerte que la muerte y tras innumerables intentos, los aborígenes del Paraguay fueron dulcemente atraídos al redil de Jesucristo en las famosas “Reducciones” de Jesuitas y Franciscanos. Allí vivían en libertad, incluso tenían derecho a conservar sus armas en sus propias chozas (debían protegerse del bandeirante mameluco que venía a esclavizarlo), trabajando desde temprano un cierto número de días para el “Tupä Mba’e”, otros tantos para el “Ava Mba’e”. La Iglesia Católica, apoyada por el Regio Patronato del Imperio Español, fue la que elevó como nunca en su historia a los amerindios. En ningún otro lugar del mundo se puede hablar de la ciencia, el arte y la cultura que se produjo en las Misiones Jesuitas y Franciscanas del Paraguay, en donde los indígenas no fueron exterminados como lo hicieron los anglosajones, sino civilizados y evangelizados como lo hicieron los hispanos.
Fue el proceso de las Independencias y Segregaciones Americanas el que pauperizó y desheredó completamente a los indígenas. Paraguay, muy a su pesar, rodeado por los acontecimientos, debió separarse de la metrópoli. Pero a diferencia de lo que ocurrió en los demás países, los “Supremos” Francia y los López respetaron y preservaron, lo mejor que pudieron, las tradiciones y legislaciones hispanas que protegían a los aborígenes. Cierto es que Don Carlos Antonio derogó, en donde no convenía a los intereses nacionales, las Leyes de Indias pero mantuvo íntegras las Leyes de Castilla y Toro; esto se debió a la necesidad de enajenar los yerbales para producir riquezas por medio de la exportación de ese producto con el que Paraguay, entonces, tenía prácticamente un monopolio. Pero los indígenas no fueron desamparados sino que adquirieron en 1848 – 1849 carta de plena ciudadanía, no sufrieron la explotación y la miseria que se dio en otros lugares de Hispanoamérica sino que recibieron amplias compensaciones tras haber perdido sus tradicionales yerbales: fueron insertados en las “Estancias del Estado”, se les otorgaba vivienda, educación y libertad de cultivar lo que quisieran con las únicas condiciones, prácticamente, de tener que hacer el servicio militar y de no asentarse en lugares prohibidos. El “sistema paraguayo” en 1810 – 1870 era una cosa única, al punto tal que nuestros enemigos de ese entonces decían que éramos una especie de “Dictadura Jesuita”, descripción que no era muy imprecisa, cabe reconocer.
Sí. Fuimos una “aberración” en el siglo XIX revolucionario, liberal, marxista, anti-cristiano y que abriría las puertas a los grandes genocidios del siglo XX. Ese Paraguay decimonónico, que guardaba lo mejor de las tradiciones hispanas añadiéndole su propio toque autóctono, tenía que ser borrado del mapa y así lo hicieron los personeros y esbirros del globalismo anglosajón. Tras nuestra heroica tragedia en 1864 – 1870, quedó el “Paraguay Postizo” que tenemos hoy, imbuido en las máximas del modernismo político y el cosmopolitismo socio-económico.
La Iglesia Católica del Paraguay sufrió con estoicismo patriótico el gran martirio de nuestra epopeya. No faltaron episodios hasta hoy envueltos en muchísima propaganda de la Triple Alianza, como el supuesto fusilamiento del Obispo Manuel Palacios. Digo “supuesto” porque la única fuente documental que dice sustentar este episodio son los papeles que el “archivero magnicida” Juansilvano Godoi introdujo en el Archivo Nacional. El Pbro. Silvio Gaona en su obra “El Clero en la Guerra del 70”, pág. 38, lo describe así (mis paréntesis): “Este importante documento (el juicio por Conspiración al Obispo Palacios) cayó luego en manos de los argentinos y fue publicado por primera vez en 1872 en el periódico correntino “El Argos”. Una COPIA se conserva en nuestro archivo nacional…”. Por supuesto que nadie, “nunca jamás”, vio los originales.
Esa “COPIA” es lo que el gran hacedor de mamotretos, Juansilvano Godoi, introdujo y es ese “documento”, de dudosísimo valor, el que se toma como “verdad absoluta” para hablar del juicio contra el Obispo Palacios (para los “legionarios”, juicio y fusilamiento son la misma cosa). Cabe señalar que el Padre Fidel Maíz, principal acusado de haber llevado a cabo el juicio contra el Obispo, siempre negó todas las acusaciones que le hizo el “magnicida” Godoi. Y aquí es donde se preguntará alguien: ¿por qué se querría “inventar” lo del fusilamiento del Obispo Palacios? Sencillo, porque el Papa Pío IX había puesto, por un error político más que nada (que le costaría caro), al Obispado de Asunción bajo la autoridad del Arzobispado de Buenos Aires en 1867, en plena Guerra de la Triple Alianza. Desde luego que el Mariscal López, como Patrono de la Iglesia Paraguaya, protestó airadamente. En fin, que la tragedia del Paraguay fue tan devastadora (había suficientes motivos para ello) que era imposible no sentir misericordia hacia ese país que prefirió la muerte antes que la sumisión al liberalismo internacional. Ya “preso en el Vaticano”, Pío IX puso “paños fríos” al asunto, levantó excomuniones hechas a los paraguayos y dijo que estudiaría el caso… Lo que recién ocurrió en 1929, cuando el Arzobispado de Asunción fue creado, independiente del porteño. En fin, que a los porteñistas encabezados por Bartolomé Mitre les interesaba y mucho esto del supuesto “fusilamiento” del Obispo Palacios para poder ejercer más presión sobre el Obispado de Asunción, para poder tener una “excusa” con la cuál mantener su dominio sobre nuestra diócesis, apelando al hecho propagandístico de la dizque “ejecución” del Epíscopo. No olvidemos que Mitre, Rufino de Elizalde y Domingo Faustino Sarmiento (archi-masones los tres, a quiénes les interesaba un rábano la Iglesia Católica) nunca cejaron en sus intenciones de poder anexar al Paraguay, y una herramienta política y diplomática para este proceso era usar a la Jerarquía Eclesial. Entonces, les convenía y mucho decir a Roma “los paraguayos son unos malvados que fusilaron a su propio obispo, nosotros queremos gobernar Paraguay, nosotros somos los buenos”. Para todo lo demás, tenemos a los eternos “porteñistas” legionarios que repetirían el cuento hasta el hartazgo. No debe descartarse que hayan sido los “Aliados” o quizás los mismos “legionarios” quienes en verdad asesinaron al Obispo Palacios al caer este prisionero.
Por lo demás, yo que me considero “lopista”, siempre he admirado la maquiavélica inteligencia política de Bartolomé Mitre. Como diría el historiador inglés Chris Leuchars: a pesar de que el ejército argentino, para todos los fines prácticos, fue puesto fuera de combate en Curupayty, quedando el resto de la guerra casi netamente en manos brasileñas, en términos geo-estratégicos, Mitre consiguió la inmensa mayoría de sus objetivos e impuso el liberalismo de corte anglosajón en todo el Río de la Plata mientras logró unificar, a sangre y fuego, a la República Argentina bajo la égida de Buenos Aires. Y realmente le faltó muy poquito para engullirse al Paraguay tras la contienda.
En 1870, Pío IX fue hecho “prisionero en el Vaticano” por Giusseppe Garibaldi (amigo personal de Bartolomé Mitre, combatieron juntos en su juventud en el Uruguay) y sus secuaces, quienes hicieron desaparecer a los milenarios “Estados Papales”; en 1870 el Mariscal López caía mártir de su Patria en Cerro Corá y la “República Jesuita” se esfumaba para siempre en manos de la revolución liberal. En 1929, Asunción recuperó su “independencia eclesiástica” convirtiéndose en Arzobispado y en 1929 se firmó el “Pacto de Letrán” con el que Roma recobró su “independencia territorial” respecto a Italia. ¡Dios no juega a los dados!
Lastimosamente, quien sí “jugó a los dados” y perdió varias veces (me refiero estrictamente a lo político y diplomático, no a lo teológico y doctrinario) fue Roma en el siglo XIX. Esto ocurrió con el mismo Papa Beato Pío IX, quien intentó en sus primeros años “congraciarse” políticamente con los liberales y revolucionarios. ¡Carísimo le costó este error, que cuando intentó rectificar, ya fue tarde!
Todo este relato histórico, que involucra al Paraguay y a la Iglesia Católica, nos sirve para ilustrar el punto de este artículo. Políticamente hablando, pareciera ser que muchos Obispos, incluso algunos Sumos Pontífices, olvidaron el antiguo refrán que dice “Roma no paga a traidores”. Desde el siglo XIX, salvo algunas excepciones notables a la regla, según el humilde parecer de este laico, se ha coqueteado demasiado con liberales, marxistas y revolucionarios en detrimento de aquellos quienes siempre han mostrado, con sus particularidades y quizás exacerbado autoritarismo, simpatía y hasta la debida reverencia a Roma. Pero parece ser que esta línea política y diplomática de “apaciguamiento” con liberales, marxistas y revolucionarios se ha convertido en una especie de “escuela” en el Vaticano, en contra de todo lo que enseña la infalible doctrina católica.
Esta “política de apaciguamiento” con la izquierda revolucionaria ha sido desde su mismo inicio un fracaso total. Podría citar casos todavía más explícitos que el paraguayo en 1864 – 1870. En todo el siglo XX hemos visto (salvo en el caso de Letrán cuando se pactó con un gobierno de tinte autoritario y de “derecha moderna”), derrotas tras derrotas. El absurdo y ridículo experimento de los “demócrata-cristianos” solo ha traído como resultado a la totalitaria y burocrática Unión Europea, manejada a gusto y paladar por el protestantismo germano y el dinero anglo-americano.
Nunca olvidemos el caso más patente de la fracasada política de Roma en este sentido: el Primer Ministro de Italia Aldo Moro (1916 – 1978) que siguiendo las enseñanzas de su mentor el Papa Beato Pablo VI (quien, en lo dogmático, fue un gran pontífice), intentó todo a su alcance para llegar a un acuerdo con los marxistas italianos. El resultado fue que Aldo Moro fue secuestrado y asesinado por los comunistas a pesar de que los pedidos de “clemencia” del Sumo Pontífice, que fue doblemente humillado. ¡Ah, pero algunos solicitan la beatificación de Aldo Moro, hombre que buscaba pactar con los seguidores de Karl Marx! ¿Es que las “beatificaciones” ahora se regalan como caramelos?
La Iglesia Católica del Paraguay, que siempre fue patriótica y signada por las gloriosas palmas del martirio, debe tener mucho más cuidado cuando busca seguir ciertas políticas fallidas. En las homilías de la actual fiesta de la Inmaculada Concepción de Caacupé, la máxima celebración cristiana del país, estamos escuchando, una y otra vez, a los Obispos de nuestro país pontificar contra las “leyes de tierras” que buscan “penalizar” a quienes promueven invasiones de inmuebles ajenos con la excusa de “proteger a los pueblos indígenas”, que sin duda alguna es válida, pero el problema está más allá de esa frase o como quién diría: “el camino al infierno está repleto de buenas intenciones”.
Es cierto que la propiedad privada, desde la infalible doctrina católica, es un derecho natural del hombre pero dentro del marco del “destino universal de los bienes”, la justicia y la dignidad humanas. Ayudar al pobre y al desamparado a que también posea una propiedad privada, una vivienda que lo dignifique y le permita prosperar, es el deber de la Iglesia Católica aquí y en todas partes, en todo tiempo. Y sí, amigos liberales, la “propiedad privada” no es un dogma.
Pero este es el punto clave: se debe hacer con justicia. No se puede justificar un bien por medio de un mal, es decir, permitir que vividores y explotadores politiqueros promuevan las invasiones de terrenos, dañando a muchos trabajadores inocentes que sufren las consecuencias de la “politización” en la lucha por la tierra. Porque aquí está el quid de la cuestión: este asunto está sumamente “politizado” tanto por liberales como por marxistas. Y es donde la Iglesia Católica debe tener cuidado, pues aliarse o “jugarse mucho” por uno o por otro bando (que vienen a ser la misma cosa), si nos fijamos en la historia reciente, siempre le ha salido mal.
Proteger y enaltecer a los indígenas, evangelizarlos y civilizarlos, está bien. Pero el “indigenismo” que todo lo justifica y todo lo permite, desde las coordenadas del relativismo moral más absurdo, es un grave peligro. Defender y proteger a los más pobres y desamparados está bien, pero el culto al “pobrísmo” y la marginalidad (como quién diría) puede traer funestas consecuencias. Los Obispos del Paraguay ya tendrían que haber abierto los ojos al respecto. Aclaro que como simple laico, solo les estoy “recordando” esto muy humildemente, no es mi intención pontificar a nadie.
La Iglesia Católica, como “mater et magistra”, podría fácilmente demostrar, así como lo hizo en el Paraguay de Jesuitas y Franciscanos, cómo se debe hacer para recibir a los indígenas desposeídos, dándoles tierras, enseñanza y elevación espiritual. Absolutamente nadie más que ella tiene esa autoridad moral histórica, que viene del mismo Divino Fundador. Sabemos que el Maestro decía que “la mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda”, pero a veces es justo que todo el mundo vea cómo la Iglesia predica siempre con el ejemplo. En este caso, creo que sería mucho mejor hacer eso “para que todos vean y crean”. Que todos perciban, con sus propios sentidos, la acción civilizadora y evangelizadora de la Única Iglesia, que ella enseñe a los políticos y politiqueros del Paraguay cómo se recibe, en la propia casa, a los marginados indígenas y cómo se les brinda asistencia, protección y trabajo. Yo, que soy un humilde laico, sé todo lo que la Iglesia del Paraguay hace para ayudar a los más pobres y desamparados (en un nivel inmenso, que escapa la comprensión del vulgo). Pero los profanos también necesitan verlo.
Hay que mostrar ese ejemplo, especialmente dados los casos recientes en que un par de ovejas negras (Obispos libidinosos u Obispos enriquecidos de manera inexplicable) manchan a todo el rebaño. Porque también tenemos Epíscopos que hacen esfuerzos encomiables para vivir y predicar la santidad. Aquí es donde el Apóstol Santiago nos interpela con contundencia: “tú hablas de tu fe, yo te hablaré de mis obras; fe sin obras es fe muerta”. Conozco a excelentes Obispos que por ejemplo, se han puesto al frente de la causa “próvida y profamilia” incluso enfrentando a las “fuerzas de este mundo”. Otros, con gran algarabía y admiración por parte de sus feligreses, han elevado las celebraciones litúrgicas al nivel que Dios manda, llevándolas a cabo con la máxima solemnidad y todas las rúbricas, con música sacra, incienso y el debido respeto que el Cordero Inmolado se merece. ¡Predicar con el ejemplo, es lo que enseña el Maestro!
Por eso, como laico preocupado, veo con apremio que se esté cayendo en cierto tipo de discursos que parecen propios de una política desacertada y francamente fallida. Para proteger a los indígenas, no hace falta caer en indigenismos. Para luchar por el destino universal de los bienes, no hace falta justificar las invasiones de tierras y la marginalidad del “pobrísmo” ni mucho menos en la fracasada “democracia cristiana” que es más bolchevismo que cristianismo. Para luchar por la Patria tanto Celestial como Terrena, sí, hace falta deseos de martirio. Y los mártires no buscan “congraciarse” con marxistas, liberales o revolucionarios sino con Jesucristo.
La Iglesia Católica en Paraguay vivió en carne propia momentos de gloria y martirio. Fue difamada, calumniada, injuriada y estuvo a punto de desaparecer en manos de los revolucionarios liberales que vinieron con la Triple Alianza. Pero Dios no la abandonó ni la abandonará jamás. No obstante, ella debe ser vigilante para que no se convierta en títere de politiqueros intrigantes a quienes no les interesan los pobres y marginados sociales y solamente los utilizan para sus oscuros fines. Ya es tiempo de que la Iglesia del Paraguay los denuncie, con contundencia y todas las letras: “el liberalismo es pecado”. Demasiado refugio se les ha dado, demasiadas veces se los ha amparado y ellos siempre han mordido la mano que les dio de comer. ¿Cuántas veces más deberá ocurrir lo mismo? Abandonemos esa política fallida y sigamos todo el Magisterio, no solo las partes que a algunos les conviene por colores de banderías politiqueras que tanto daño han hecho a la grey de Jesucristo. Por si no quedó claro, me refiero al marxismo (lo que incluye a su variante social-demócrata) y al liberalismo en todas sus formas.
Hay que restaurar el Reino de Jesucristo en el Paraguay y esto solo se logrará al estilo hispano, jesuita y franciscano, no con el “dogma de la democracia posmoderna” que pertenece más al “Príncipe de las Tinieblas” antes que al Cuerpo Místico de Cristo. Y aunque nos conduzcan a una nueva “Guerra de la Triple Alianza” contra la triada que tantas veces mencioné, esa restauración debería ser el desafío de la Iglesia Paraguaya.